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El monstruo viejo de Amstetten y sus jóvenes imitadores de Sevilla
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Antonio Casado

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El monstruo viejo de Amstetten y sus jóvenes imitadores de Sevilla

Nos sugiere Susana Griso (Espejo Público) una aproximación comparativa entre el monstruo viejo de  Amstetten y los monstruos jóvenes de Sevilla. Dos formas de ruina moral

Nos sugiere Susana Griso (Espejo Público) una aproximación comparativa entre el monstruo viejo de  Amstetten y los monstruos jóvenes de Sevilla. Dos formas de ruina moral escenificada estos días ante los jueces de allá y los policías de acá. Allí, fatiga de materiales, cuyo desenlace fue la autoinculpación. Aquí, instinto de supervivencia y maniobras exculpatorias, que es lo que lleva a Carcaño y compañía a declarar A ó B en función de sus intereses como acusados.

Y aparte de la degradación moral presente en ambos casos, un tema recurrente para los españoles en pleno puente de San José, pocas cosas hay en común entre el electricista retirado que esclavizó a su propia hija durante un cuarto de siglo y el abominable crimen cometido por unos adolescentes en Sevilla. Sin embargo, sí cabe alguna comparación en el intento, probablemente inútil, de entender cómo la mente de un ser humano puede extraviarse hasta esos extremos.

En Josef Fritzl, condenado ayer a cadena perpetua, es aberrante hasta la lucidez terminal de su contrición pública. Pide perdón a su familia y dice sentir “de todo corazón” el daño causado después de haber secuestrado y abusado sexualmente de su propia hija a lo largo de veinticuatro años. Veinticuatro años entregado a una aberración deliberada, consciente, sórdida, organizada, con una familia paralela de hijos-nietos en el subsuelo, y un minuto para el arrepentimiento. Quienes han tenido ocasión de hablar con él durante estas últimas cuarenta y ocho horas dicen que la autoinculpación –el reconocimiento de todos los cargos que pesaban contra él- le ha hecho sentirse mejor, como si se hubiera quitado un peso de encima.

Espero que nadie aprecie en ello un motivo de acceso a una cierta indulgencia de última hora. Y no me refiero ni de lejos a una indulgencia de carácter judicial (atenuantes que, por otra parte, no se han apreciado en la sentencia conocida ayer), sino a un atisbo de comprensión por parte de sus semejantes. Le seguirán viendo, y hacen bien, como un monstruo. En esa inesperada reacción autoinculpatoria de Fritzl, que al parecer sorprendió a sus propios abogados, no acabo de ver una luz blanca, aunque fuese residual, tras la negrura de una vida marcada por una conducta aberrante en todos los sentidos (individual, familiar, moral, social…). Lo que se aprecia es simple fatiga de materiales.

No es el caso de los monstruitos de Sevilla, aún en los umbrales superior e inferior de la mayoría de edad. Espantosa frialdad la de unos adolescentes que crecieron sin barandillas morales. Nunca oyeron hablar del Raskolnikov de Crimen y Castigo ni han tenido tiempo de contactar con su propia degradación. A diferencia del personaje de Dostoyevski, jamás dedicaron ni medio minuto a interiorizar el sentimiento de culpa. Eso también les distingue de Josef Fritzl, que no es ningún loco, según han dictaminado los psiquiatras, hasta el punto de apreciar éstos un alto riesgo de suicidio en el condenado.

Sin embargo, a Carcaño y compañía (El Cuco, Samuel, el hermano mayor…) no les ha faltado la malicia –utilitaria, por supuesto- de formalizar pactos de pandilla orientados a impedir que aparezca el cadáver de la niña Marta del Castillo. Si no lo sabían, alguien ha debido hablarles del “cuerpo del delito”, de la responsabilidad penal del menor respecto a la del adulto y de las consecuencias para ellos de que aparezca o no aparezca el cadáver en el vertedero de Alcalá de Guadaira.

Nos sugiere Susana Griso (Espejo Público) una aproximación comparativa entre el monstruo viejo de  Amstetten y los monstruos jóvenes de Sevilla. Dos formas de ruina moral escenificada estos días ante los jueces de allá y los policías de acá. Allí, fatiga de materiales, cuyo desenlace fue la autoinculpación. Aquí, instinto de supervivencia y maniobras exculpatorias, que es lo que lleva a Carcaño y compañía a declarar A ó B en función de sus intereses como acusados.