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El golpe del 23-F: Tejero lo activó y Tejero lo desactivó
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Antonio Casado

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El golpe del 23-F: Tejero lo activó y Tejero lo desactivó

Mi recuerdo del 23-F está asociado al sonido de unas botas militares por los pasillos de Prado del Rey. Treinta años después, ni eso. Apenas el

Mi recuerdo del 23-F está asociado al sonido de unas botas militares por los pasillos de Prado del Rey. Treinta años después, ni eso. Apenas el desganado acercamiento a una comedia bufa que pudo acabar en tragedia. Desganado o no, lo impone el calendario y nuestro gusto por el redondeo cuando se trata de consolidar balances para la historia. Lo malo es quitar la voz a los historiadores y dejar la tarea en manos de políticos y periodistas, de cuya memoria selectiva sólo podemos esperar un balance averiado. O deliberadamente tramposo. En todo caso, depende de lo que queramos oír.

El acercamiento más atrevido es el de la ministra de Defensa, Carmen Chacón, que ayer valoró el tiempo transcurrido desde aquella intentona golpista como la definitiva consolidación de la supremacía del poder civil sobre el militar. Pudo haberse quedado ahí pero se la jugó: “Hoy tenemos las Fuerzas Armadas que Manuel Azaña soñó hace ochenta años”. Que no le pase nada a la ministra por elogiar la reforma militar iniciada por su antecesor, ministro de la Guerra en el primer periodo republicano, y abortada cinco años después por el golpe de los cuatro generales (Mola, Franco, Queipo y Cabanellas).

Tejero desactivó el golpe por la noche, al pararle los pies al general Armada, que apareció con una lista de ministros insoportables para el secuestrador de sus señorías

Los generales rebeldes reventaron el reformismo de la Segunda República, no solo el militar, y nos metieron en la guerra civil y una larga noche de 40 años. Tejero y un par de generales también intentaron reventar la reforma militar diseñada por el teniente general Gutiérrez Mellado y, de paso, toda la transición del Franquismo a la Democracia. Sin éxito, por suerte. Y desde aquel 23-F que marcó el divorcio total de los Ejércitos con el pueblo español hemos pasado treinta años después a ver a las Fuerzas Armadas entre las instituciones mas respetadas y más queridas por los ciudadanos.

En parte, gracias a aquel atrabiliario personaje tocado con un tricornio que irrumpió pistola en mano en el hemiciclo del Congreso al grito de “¡Quieto todo el mundo!”. Como ya tengo escrito, Tejero activó el golpe de Estado y Tejero lo desactivó. Lo activó por la tarde, cuando asaltó el Congreso con un heterogéneo grupo de guardias. Y lo desactivó por la noche, al pararle los pies al general Armada, que apareció con una lista de ministros insoportables para el secuestrador de sus señorías.

Es la simple descripción de una chapuza con un sinfín de relatos alternativos. Más sofisticada es la versión ambivalente que atribuye el fracaso del 23-F a la falta de sintonía entre don Juan Carlos y el general Armada, que había sido secretario general de la Casa del Rey durante diecisiete años. Éste dedujo por su cuenta que el Rey vería con buenos ojos un intento de reconducir la situación (tirones nacionalistas, terrorismo, crisis económica, caos en la UCD de Suárez…). Así se lo hizo creer a quienes estaban llamados a hacer el trabajo sucio: Tejero daría el golpe de mano en Madrid y Milans del Bosch, capitán general de Valencia, militarizaría su zona a la espera de contagiar a otros capitanes generales, sabedores del afecto de don Juan Carlos por Milans, un monárquico de toda la vida.

Craso error. Armada fue muy lejos al descifrar ciertos gestos de don Juan Carlos. A la hora de la verdad, el Rey previno al poder civil frente a los manejos de su antiguo preceptor, ordenó a Milans que retirase los tanques y ratificó con firmeza su compromiso constitucional en el ya célebre comunicado de la noche del 23 al 24. Esta vez la pesadilla no duró cuarenta años. Apenas unas horas. Es lo que celebramos.

Mi recuerdo del 23-F está asociado al sonido de unas botas militares por los pasillos de Prado del Rey. Treinta años después, ni eso. Apenas el desganado acercamiento a una comedia bufa que pudo acabar en tragedia. Desganado o no, lo impone el calendario y nuestro gusto por el redondeo cuando se trata de consolidar balances para la historia. Lo malo es quitar la voz a los historiadores y dejar la tarea en manos de políticos y periodistas, de cuya memoria selectiva sólo podemos esperar un balance averiado. O deliberadamente tramposo. En todo caso, depende de lo que queramos oír.

Carme Chacón Fuerzas Armadas Golpe de Estado del 23-F