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La mayoría silenciosa se une a la minoría ruidosa
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Antonio Casado

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La mayoría silenciosa se une a la minoría ruidosa

Este fin de semana comenzó una campaña electoral en Galicia y el País Vasco que sólo importa a los candidatos en su insustancial juego de las

Este fin de semana comenzó una campaña electoral en Galicia y el País Vasco que sólo importa a los candidatos en su insustancial juego de las diferencias, mientras un periódico extranjero dice que España está en una “espiral de muerte” y en la cabina del piloto ya han sonado todas las alarmas: empobrecimiento de los españoles, crisis institucional, órdago separatista, desafección política, malestar social, pérdida de soberanía…

¿Elecciones para qué? Es lo que se pregunta una ciudadanía escarmentada de los incumplimientos de programa, a su izquierda y a su derecha, y cada vez más dolida con una clase política a la que no mira como la barca salvadora en medio de la tempestad. Véase el número de asistentes a los mítines y compárese con el número de asistentes a las manifestaciones convocadas ayer en cincuenta y tantas ciudades españolas contra los recortes presupuestarios del Gobierno. No hay color.

Tampoco es para rasgarse las vestiduras. Si con la que nos está cayendo encima la gente no sale a la calle a expresar su disgusto y su frustración es que estamos en una sociedad muerta, insensible, indiferente o resignada. Eso no es así. Lo estamos viendo con la ocupación de la calle como tribuna viva de la indignación. Al frente, la juventud. Las legiones de jóvenes enganchados al movimiento 25-S, como antes al del 15-M, nos compensan del desaliento y nos alejan del miedo a la resignación. Juventud resignada, sociedad sin futuro. Ese es el recado.

Es sana una sociedad que reacciona ante la injusticia. Aquí y ahora, en legítima defensa frente al desigual reparto de los sacrificios y la enésima verificación de que cuando vienen mal dadas siempre pagan los mismos. Incierto desenlace de la movida callejera, que ahora vislumbra una huelga general convocada por los sindicatos, pero constato que el alimento de esa realidad desatenta con Mariano Rajoy son las protestas de la gente en la calle, o en un estadio de fútbol, y no la posibilidad de elegir en las urnas entre lo malo y lo peor. Rubalcaba se ha dado cuenta. Ya no hace llamamientos a llenar los mítines del PSOE sino a llenar las manifestaciones contra la política del Gobierno. Seguro que le cunde mucho más.

Son pistas más que suficientes para rebatir la tesis de Rajoy sobre la paciente mayoría silenciosa y alejada del bando de los insumisos. Los acontecimientos lo desmienten: la mayoría silenciosa se ha unido a la minoría ruidosa. Dos de cada tres españoles (77%) comparten los motivos de las recientes movilizaciones frente al Congreso de los Diputados (25-S), incluida una mayoría de votantes del PP (61% los comparten).

Eso dice la demoledora encuesta de Metroscopia publicada ayer en un diario nacional. Y viene a decir también que la gente no ha creído al Gobierno ni a su partido, el PP, cuando ha pretendido descalificar dichas movilizaciones por violentas, innecesarias y adecuadamente reprimidas por la policía.

¿Tiempo de calle o tiempo de urnas? El debate lo abrió la semana pasada el juez Pedraz en su discutidísima exculpación de los imputados por el asedio al Congreso. Excediéndose en su papel, pero eso es otra cuestión, Pedraz hizo una apuesta clara por la democracia participativa (expresión, manifestación, reunión), en detrimento de la democracia representativa, la que se plasma en el ejercicio del derecho a elegir y ser elegido. Las dos son arterias centrales que bombean por igual para mantener vivo el sistema democrático, pero hemos de reconocer que el recurso a las urnas, como vía para resolver los problemas de la gente, no está en su mejor momento.

Este fin de semana comenzó una campaña electoral en Galicia y el País Vasco que sólo importa a los candidatos en su insustancial juego de las diferencias, mientras un periódico extranjero dice que España está en una “espiral de muerte” y en la cabina del piloto ya han sonado todas las alarmas: empobrecimiento de los españoles, crisis institucional, órdago separatista, desafección política, malestar social, pérdida de soberanía…