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La ocurrencia de Sánchez-Camacho
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Antonio Casado

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La ocurrencia de Sánchez-Camacho

El nacionalismo catalán instalado en el poder toca y los demás bailan. Bailamos, para ser precisos, pues no conviene quitarse méritos. El PP catalán se subió

El nacionalismo catalán instalado en el poder toca y los demás bailan. Bailamos, para ser precisos, pues no conviene quitarse méritos. El PP catalán se subió ayer a la ola de los equidistantes y, por boca de su líder, Alicia Sánchez-Camacho, planteó su propia receta en la sede nacional del partido. Con poco éxito de crítica y público, a juzgar por las previsibles reacciones del resto de barones y de la propia secretaria general, María Dolores de Cospedal.

Propone Sánchez-Camacho un trato fiscal diferente y deferente del Estado hacia Cataluña, con una revisión al alza del autogobierno. Más o menos el mismo modelo de financiación “singular” recogido en el Estatuto de Autonomía de Cataluña parcialmente invalidado por el Tribunal Constitucional (sentencia de 9 de julio de 2010), a instancias del PP. Así que no es cosa de dar marcha atrás dos años después de haber denostado la famosa “ordinalidad” (solidaridad, sí, pero no hasta el punto de retroceder en los niveles de riqueza per cápita). Así que el PP de Rajoy no ha tenido más remedio que salirle al paso a su compañera con las generales de la ley. O sea, el dogma igualitario de los españoles vivan donde vivan. A saber: “El PP garantiza la igualdad de los españoles en toda España, que es una suma de personas y no de territorios”. Por supuesto. Los territorios no sufren el paro ni la necesidad de llegar a fin de mes.

Propone Sánchez Camacho un trato fiscal diferente y deferente del Estado hacia Cataluña, con una revisión al alza del autogobierno

Son las palabras con las que Dolores de Cospedal parece cerrar la puerta a cualquier intento de convertir el hecho diferencial de Cataluña en una excusa para la institucionalización del privilegio. Esa alarma la dio ayer sin pelos en la lengua el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, del mismo modo que la dio en febrero de 1980 el entonces presidente andaluz, Rafael Escuredo. Ninguno de los dos quiere ser más que nadie, pero ninguno de los dos quiere ser menos que nadie. Y tienen toda la razón, con veintitrés años de diferencia.

Véase cómo el sueño de la razón nacionalista produce monstruos en el aguafuerte de la política nacional. Tenemos a una dirigente regional del PP disputando los espacios intermedios con los socialistas de Pere Navarro y los unionistas de Duran i Lleida, mientras otro dirigente regional amenaza con invocar el derecho a decidir de los madrileños respecto al modelo de financiación autonómica si a alguien tiene la tentación de otorgar a Cataluña un régimen fiscal “a la carta”.

El aviso es para el presidente del Gobierno, por si estuviera pensando en alfombrar con discutibles concesiones el retorno de Artur Mas al sentido común. O sea, tú te olvidas de la Cataluña como unidad de destino en lo universal, o en lo europeo al menos, y yo te concedo la independencia fiscal, como la de navarros y vascos, sin que lo parezca, claro. Pero lo de Sánchez-Camacho de ayer puede tener los efectos de una vacuna frente a ese tipo de tentaciones.

El nacionalismo catalán instalado en el poder toca y los demás bailan. Bailamos, para ser precisos, pues no conviene quitarse méritos. El PP catalán se subió ayer a la ola de los equidistantes y, por boca de su líder, Alicia Sánchez-Camacho, planteó su propia receta en la sede nacional del partido. Con poco éxito de crítica y público, a juzgar por las previsibles reacciones del resto de barones y de la propia secretaria general, María Dolores de Cospedal.

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