Es noticia
Poco futuro tiene la ley Wert
  1. España
  2. Al Grano
Antonio Casado

Al Grano

Por

Poco futuro tiene la ley Wert

Detrás de la ley de Educación (LOMCE) aprobada ayer en el Congreso, de paso hacia el Senado, están los 10,8 millones de españoles que votaron al

Detrás de la ley de Educación (LOMCE) aprobada ayer en el Congreso, de paso hacia el Senado, están los 10,8 millones de españoles que votaron al Partido Popular, frente a los 12,3 millones representados en las fuerzas políticas que votaron en contra de la misma. Algo más que un sofisma aritmético. Es la metáfora de un fracaso anunciado, después de sobreponerse a una huelga general de la enseñanza y las once enmiendas de totalidad que pidieron la devolución del proyecto al Gobierno. A punto de convertirse en ley, todos y cada uno de los grupos de la oposición, mayores o menores, le han puesto fecha de caducidad: en cuanto la mayoría parlamentaria cambie de signo.

Se supone la intención de mejorar el nivel educativo de los nuevos españoles, tal y como lo cuenta el autor intelectual del proyecto, el ministro José Ignacio Wert. Sólo faltaba que lo hubiese pilotado a sabiendas de que hará buenas las cosechas del reinado socialista. Ahora bien, es un hecho objetivo, verificable y suficientemente acreditado ayer, en el paso de los portavoces parlamentarios por la tribuna de oradores, que estamos ante un nuevo intento de arreglar unilateralmente esta asignatura pendiente de la democracia española.

Es una necesidad largamente sentida revisar el modelo fallido que dejaron los socialistas, pero con vocación de durabilidad. Y eso sólo se consigue si se asienta sobre los dos pilares centrales del espectro político

Con fuerte contestación en las aulas y en la calle (“¡Esta reforma la vamos a parar!”), poco futuro puede tener una legislación básica que nace como dictado unilateral del partido en el poder. Es decir, sin la forja de un consenso político, social y corporativo capaz de garantizar la continuidad del modelo. No hay caso, salvo muy improbable rectificación en el Senado. Peor no puede ser la noticia del alumbramiento de un sistema educativo rechazado por todas las organizaciones defensoras de la enseñanza pública (padres, alumnos y profesores) y reprobado por doce de las trece fuerzas políticas de base parlamentaria.

En estas circunstancias, tanto da la discusión técnica sobre si el proyecto acierta o no acierta en los repartos competenciales (Estado-autonomías), la implantación de reválidas en los tres niveles educativos (de carácter selectivo o eliminatorio en Secundaria y Bachillerato), la fijación de itinerarios desde los 14 años (desde los 16, túneles segregadores, sin salidas laterales hacia la FP o el Bachillerato), el fin de la Educación para la Ciudadanía, etc.

Ni siquiera el debate ideológico viene a cuento si, a juzgar por lo visto y oído ayer en el Congreso, no hay futuro para un modelo educativo que divide a los españoles antes de nacer. Es una necesidad largamente sentida revisar el modelo fallido que dejaron los socialistas (en eso tiene razón Wert), pero con vocación de durabilidad. Y eso sólo se consigue si se asienta sobre los dos pilares centrales del espectro político, el derecho y el izquierdo. Querer estar en posesión de la verdad, tanto a un lado como al otro de esa barricada ideológica, es incompatible con la aspiración nacional de contar con un modelo educativo duradero y estable.

Detrás de la ley de Educación (LOMCE) aprobada ayer en el Congreso, de paso hacia el Senado, están los 10,8 millones de españoles que votaron al Partido Popular, frente a los 12,3 millones representados en las fuerzas políticas que votaron en contra de la misma. Algo más que un sofisma aritmético. Es la metáfora de un fracaso anunciado, después de sobreponerse a una huelga general de la enseñanza y las once enmiendas de totalidad que pidieron la devolución del proyecto al Gobierno. A punto de convertirse en ley, todos y cada uno de los grupos de la oposición, mayores o menores, le han puesto fecha de caducidad: en cuanto la mayoría parlamentaria cambie de signo.