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Kennedy, con sombras
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Antonio Casado

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Kennedy, con sombras

Hoy hace medio siglo del asesinato de Dallas. Allí empezó a forjarse el mito. Como todas las celebridades que mueren jóvenes, Kennedy se fue a la

Hoy hace medio siglo del asesinato de Dallas. Allí empezó a forjarse el mito. Como todas las celebridades que mueren jóvenes, Kennedy se fue a la tumba con el beneficio de la duda. Por eso la conmemoración se ha convertido en una pura exégesis a título póstumo. Sin embargo, hay unos cuantos puntos negros en su paso por la Casa Blanca que hemos aparcado porque, en la duda, tratándose del presidente de los EEUU más celebrado en esta parte del mundo, preferimos ponernos en lo mejor.

Estuvo a punto de meternos en la Tercera Guerra Mundial por no haber detectado a tiempo la presencia de los misiles que la Unión Soviética había colocado delante de sus narices –las de Kennedy y sus servicios de inteligencia, se entiende–, redobló la escalada bélica norteamericana en Vietnam y apadrinó el extravagante desembarco de la bahía de Cochinos en Cuba. Pelillos a la mar en la hagiografía del cincuenta aniversario de la trágica muerte del joven presidente. Y esa es la clave.

La muerte de Kennedy, como la de Manolete, ha sido utilizada como excusa retórica de los políticos españoles acosados por el adversario. “Ya solo me falta que me acusen del asesinato de Kennedy”

Morir joven, y a ser posible de forma trágica, es una forma de garantizarse un lugar en la historia, un excelente pasaporte hacia la posteridad. Hay muchos ejemplos. Por la izquierda, al Che Guevara. Por la derecha, el español José Antonio Primo de Rivera. En el mundo del arte y los espectáculos encontramos nombres como el de Marilyn Monroe, mención inevitable en el capítulo de infidelidades matrimoniales de Kennedy. Y, en España, los poetas Miguel Hernández y García Lorca, que sin la aureola de las circunstancias que rodearon a sus respectivas desapariciones, tal vez habrían acabado como Celaya o Alberti, muy justitos de gloria. ¿Me explico?

La muerte de Kennedy, como la de Manolete, ha sido utilizada como excusa retórica de los políticos españoles acosados por el adversario. “Ya sólo me falta que me acusen del asesinato de Kennedy”, es la muletilla verbal que se ha colado en nuestras conversaciones como uno más de esos lugares comunes cosidos a nuestra memoria, selectiva por dentro y bien trabajada desde fuera. Manolete, por lo castizo. Kennedy, a lo grande, por lo internacional, anclado en una época (años sesenta), donde lo internacional desplazaba a diario la información censurada de aquella España sombría que socialmente empezaba a liberarse del cepo franquista.

Así fue como nació el mito de Kennedy, forjado a partir de su nunca bien descifrado asesinato del 22 de noviembre de 1963 en Dallas. Enseguida ocupó espacios preferentes de la memoria nacional y universal. Al menos entre quienes vivimos en la parte del mundo que salió más airosa de la llamada guerra fría. El primer presidente de los Estados Unidos del siglo XX nacido en el siglo XX fue uno de los exponentes de aquel enfrentamiento por debajo de la mesa entre las dos potencias hegemónicas de la época, EEUU y la Unión Soviética, que a punto estuvo de llevarnos a la tercera guerra mundial, con la valiosa colaboración del marido de Jacqueline.

Hoy hace medio siglo del asesinato de Dallas. Allí empezó a forjarse el mito. Como todas las celebridades que mueren jóvenes, Kennedy se fue a la tumba con el beneficio de la duda. Por eso la conmemoración se ha convertido en una pura exégesis a título póstumo. Sin embargo, hay unos cuantos puntos negros en su paso por la Casa Blanca que hemos aparcado porque, en la duda, tratándose del presidente de los EEUU más celebrado en esta parte del mundo, preferimos ponernos en lo mejor.

J. F. Kennedy