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El panaché navarro
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Antonio Casado

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El panaché navarro

Si Navarra se hubiera llamado Macedonia ahora entenderíamos mejor lo que está pasando. Lo que puede volver a pasar en una tierra cruzada por líneas de

Si Navarra se hubiera llamado Macedonia, ahora entenderíamos mejor lo que está pasando. Lo que puede volver a pasar en una tierra cruzada por líneas de fuerza que, como las paralelas de nuestra infancia, por mucho que se prolonguen nunca llegan a encontrarse. Una zurrada historia de los enfrentamientos la contemplan. Carlistas contra liberales, geopolítica de la Montaña y de la Ribera, viejas querellas revestidas ahora del recurrente y larvado duelo entre el anexionismo vasco y el navarrismo españolista de toda la vida.

Todos esos fantasmas se desperezan en esta Navarra plural y fragmentada, tras la amenaza socialista de darle un puñetazo al tablero político regional si la presidenta, Yolanda Barcina (UPN), no convoca elecciones en el plazo de quince días. El líder del PSN (PSOE navarro, para entendernos), Roberto Jiménez, presentaría una moción de censura con muchas posibilidades de salir adelante gracias al apoyo previamente convenido con los grupos de la llamada izquierda abertzale. Es decir, con el apoyo de los amigos políticos de ETA y partidarios de la anexión de Navarra al País Vasco a la luz de una previsión constitucional (disposición transitoria cuarta de la CE).

Qué curioso. El poder que los socialistas le dieron a Barcina hace menos de un año, por no ensanchar el campo a la izquierda abertzale, se lo van a quitar ahora con esos compañeros de viaje. A la espera de un nuevo reparto de cartas en las ya inevitables elecciones anticipadas en Navarra

Ahí duele. El riesgo es cierto, pero no puede convertirse, no debe convertirse, en la tapadera del caso de corrupción desvelado con pelos y señales por la dimisionaria directora general de la Hacienda foral, Idoia Nieves. Según su testimonio, prestado a petición propia hace tres días en sede parlamentaria, la vicepresidenta del Gobierno navarro y consejera de Hacienda, Lourdes Goicoechea, se dedicaba a interferir a favor de los clientes de la asesoría fiscal que la consejera regentaba antes de entrar en el Ejecutivo de Yolanda Barcina.

Algo más que “una excusa para llegar al poder con los votos de Bildu”, como sostiene la todavía presidenta, que ayer se mostraba resignada a la convocatoria anticipada de elecciones en fecha coincidente con las europeas del 25 de mayo. Sin embargo, la puesta en marcha de la correspondiente comisión parlamentaria para investigar los hechos denunciados por la exresponsable de la Hacienda (la comisión quedó aprobada ayer por unanimidad) otorga un plazo de quince días para que, a la vista del resultado, Jiménez decida si presenta la moción de censura o Barcina convoca ya las elecciones, convencida como está de que los socialistas y sus compañeros de viaje en este lance ya han decidido condenar de antemano a la consejera y echarla a ella de la Presidencia. Ese sí parece un argumento sospechoso en quien tiene por “inocente” a la consejera, pues supone renunciar de antemano a la posibilidad de demostrarlo ya, sin perjuicio del recorrido judicial que pueda tener el asunto a raíz de la querella que, al parecer, Goicoechea habría presentado o estaría a punto de presentar contra los socialistas.

Qué curioso. El poder que los socialistas le dieron a Barcina hace menos de un año, por no ensanchar el campo a la izquierda abertzale, se lo van a quitar ahora con esos compañeros de viaje. A la espera de un nuevo reparto de cartas en las ya inevitables elecciones anticipadas en Navarra.

Si Navarra se hubiera llamado Macedonia, ahora entenderíamos mejor lo que está pasando. Lo que puede volver a pasar en una tierra cruzada por líneas de fuerza que, como las paralelas de nuestra infancia, por mucho que se prolonguen nunca llegan a encontrarse. Una zurrada historia de los enfrentamientos la contemplan. Carlistas contra liberales, geopolítica de la Montaña y de la Ribera, viejas querellas revestidas ahora del recurrente y larvado duelo entre el anexionismo vasco y el navarrismo españolista de toda la vida.

Navarra Yolanda Barcina