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PP: ni fuerte ni tan unido
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Antonio Casado

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PP: ni fuerte ni tan unido

El PP tiene ruido de muebles en casa. Los hechos han venido a desmentir a la secretaria general, Dolores de Cospedal, cuando hace unas fechas, en

El PP tiene ruido de muebles en casa. Los hechos han venido a desmentir a la secretaria general, Dolores de Cospedal, cuando hace unas fechas, en la Convención Nacional, aguantó la mirada burlona de los periodistas: “El PP está fuerte y unido”. En los pasillos del auditorio Miguel Delibes se hablaba de la espantada del exministro Mayor Oreja y el líder refundador, José María Aznar, dos históricos que no disimulan su falta de sintonía política con Mariano Rajoy.

Veinte días después se habla del ‘dedazo’ en la designación del candidato al liderazgo andaluz, Moreno Bonilla. Muchos en voz baja, como el propio damnificado, José Luis Sanz, aún secretario general, o quienes le proponían, empezando por la propia número dos del partido a escala nacional. Cospedal apunta, pero no dispara, cuando habla de “intrigas” en su propio patio.

Pero otros alzan la voz, como la lideresa madrileña, Esperanza Aguirre, que ayer se manifestó contraria al “dedazo” de Rajoy. Prefiere el suyo, claro, aunque aproveche la ocasión para escenificar por enésima vez su falta de sintonía con Rajoy, como le ocurre a Aznar, Mayor Oreja o María San Gil y algunos que en privado comentan la pérdida de pulso de un partido que va al descalabro en las elecciones europeas del 25 de mayo. En muy probable coincidencia con las autonómicas de Navarra. Y, a no descartar, con las andaluzas, si cuaja la sospecha de que Susana Díaz apresura su legitimación en las urnas aprovechando la fractura del PP andaluz, que aparece perdedor en las encuestas.

¿Es el PP un partido “fuerte y unido”, como dice la doctrina oficial? Salvo algunas cosas, diría Rajoy

A escala nacional, las encuestas recogen también la caída del voto del PP (en torno a 12 puntos porcentuales respecto a la cosecha electoral de las últimas generales) y la división interna. Casi siete de cada diez españoles lo ven como un partido “desunido” (un 60% exactamente), según el sondeo de Metroscopia publicado el pasado 9 de febrero. Y aún más relevante es que lo conciban así la mitad de los votantes propios. Nada extraño si nos limitamos a revisar los medios de comunicación del último mes, a partir de la escisión protagonizada por Vidal-Quadras, Santiago Abascal y Ortega Lara, ya convertida en un nuevo partido político (VOX) que nace con la aspiración de ocupar “exactamente el mismo lugar y el mismo espacio político que el PP, aunque con distinto programa electoral”, según uno de sus promotores.

Pero es que, después de ese episodio, la prensa se ha recreado en la batalla en el PP andaluz, cuyo desenlace se interpreta como la desautorización de Génova por parte de Moncloa; la crisis abierta por el reparto de poder en el PP vasco, y la rebeldía del presidente ‘popular’ de Extremadura, José Antonio Monago, contra el borrador de la ley del aborto aprobado en primera lectura por el Consejo de Ministros.

Sin olvidar las tensiones larvadas que sigue produciendo la gestión del caso Bárcenas y la trama de corrupción masiva emboscada en el tejido del PP (de los 187 imputados, 74 son o han sido dirigentes del partido o familiares de los mismos), o los ya habituales roces entre la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, y la alcaldesa, Ana Botella.

¿Un partido “fuerte y unido”, como dice la doctrina oficial? Salvo algunas cosas, diría Rajoy. Esta vez no lo confesó. Pero seguro que pensaba en las discrepancias internas sobre el aborto, la financiación autonómica y las relaciones con las víctimas del terrorismo. Amén de todo lo dicho anteriormente.

El PP tiene ruido de muebles en casa. Los hechos han venido a desmentir a la secretaria general, Dolores de Cospedal, cuando hace unas fechas, en la Convención Nacional, aguantó la mirada burlona de los periodistas: “El PP está fuerte y unido”. En los pasillos del auditorio Miguel Delibes se hablaba de la espantada del exministro Mayor Oreja y el líder refundador, José María Aznar, dos históricos que no disimulan su falta de sintonía política con Mariano Rajoy.

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