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11-M: memoria de sangre y urnas
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Antonio Casado

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11-M: memoria de sangre y urnas

Décimo aniversario del jueves de sangre anterior al domingo de urnas. Esa carambola del almanaque –sí, hombre sí, carambola-, inspiró cierta literatura del desastre para darle

Décimo aniversario del jueves de sangre anterior al domingo de urnas. Esa carambola del almanaque –sí, hombre sí, carambola–, inspiró cierta literatura del desastre para darle sentido al ataque de contrariedad del entonces presidente del Gobierno. Tan pagado de sí mismo estaba que le parecía herético relacionar la derrota del domingo con sus errores de aquellas vísperas manchadas de sangre. Rehenes de su propia ansiedad por el riesgo de perder, Aznar y sus colaboradores se empeñaron en mantener la inicial sospecha de que ETA estaba detrás del atentado. Aunque el paso de las horas reventó la teoría, Aznar cometió el error de mantenerla contra toda evidencia. Nunca ha querido reconocerlo. Y eso fue lo que marcó el camino de los conspiranoicos en la búsqueda de un míster X de cercanías. Ya van de retirada, pero en estos últimos años han hecho todo lo posible por envenenar la vida política como esforzados costaleros de una falsedad subversiva: el autor intelectual del 11-M habita entre nosotros.

Diez años después, toca honrar la memoria de las víctimas y, si acaso, sentir vergüenza por la insoportable politización de la tragedia. Sabemos mucho más de las teorías sobre el atentado que de los dramas humanos abiertos en las familias afectadas. A estas les ha faltado calor humano, solidaridad, cariño, respeto. Y les han sobrado quinielas sobre los autores, la composición de los explosivos o las mochilas itinerantes. Las asociaciones de víctimas han tenido que vivir año a año el indecente espectáculo de una clase política dividida, incluso a la hora del recuerdo oficial. Una derivada lógica de la inicial negativa del entonces presidente del Gobierno a escenificar una respuesta conjunta junto a Rodríguez Zapatero, el aspirante a la Moncloa.

Diez años después, toca honrar la memoria de las víctimas y, si acaso, sentir vergüenza por la insoportable politización de la tragedia

Especialmente duro fue un pronunciamiento público de Pilar Manjón que, como presidenta de la Asociación de Afectados, declaró hace dos años por estas fechas: “Habría sido mejor para nosotros que los autores hubieran sido de ETA, y así no nos insultarían tanto”, dijo en referencia a los familiares de las víctimas que se habían permitido confiar en el tribunal que atribuyó el atentado a “una célula del yihadismo islámico”. Hasta ese nivel escaló la amargura de quien, en nombre de las víctimas, incluido su propio hijo, detectaba la repugnante manipulación de quienes se pasaron por el arco del triunfo las sentencias de la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo.

Parece que, con la vuelta de la derecha al poder, ha cesado la búsqueda de la caja negra de aquella derrota electoral entre los escombros de una masacre terrorista. Los escribanos de la “verdad” subversiva, fabricada para ofender a la verdad judicial, tratan de sobrevivir a una memoria reciente que los pone en evidencia. Es el momento de las rectificaciones. Bienvenidas sean. Pero conviene no olvidar tanto caldo de cerebro al servicio de las teorías más peregrinas y más venenosas, como aquella que se deslizaba en un editorial sobre “la constatación de que personas muy próximas al PSOE estaban controlando a los individuos que terminaron cometiendo los atentados” (El Mundo, 22 de marzo de 2005).

Décimo aniversario del jueves de sangre anterior al domingo de urnas. Esa carambola del almanaque –sí, hombre sí, carambola–, inspiró cierta literatura del desastre para darle sentido al ataque de contrariedad del entonces presidente del Gobierno. Tan pagado de sí mismo estaba que le parecía herético relacionar la derrota del domingo con sus errores de aquellas vísperas manchadas de sangre. Rehenes de su propia ansiedad por el riesgo de perder, Aznar y sus colaboradores se empeñaron en mantener la inicial sospecha de que ETA estaba detrás del atentado. Aunque el paso de las horas reventó la teoría, Aznar cometió el error de mantenerla contra toda evidencia. Nunca ha querido reconocerlo. Y eso fue lo que marcó el camino de los conspiranoicos en la búsqueda de un míster X de cercanías. Ya van de retirada, pero en estos últimos años han hecho todo lo posible por envenenar la vida política como esforzados costaleros de una falsedad subversiva: el autor intelectual del 11-M habita entre nosotros.

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