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Un insulto a la memoria de Suárez
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Antonio Casado

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Un insulto a la memoria de Suárez

El presidente de la Generalitat, Artur Mas, echó un borrón sobre la página escrita ayer por un pueblo agradecido. Confundió la capilla ardiente de Adolfo Suárez

El presidente de la Generalitat, Artur Mas, echó un borrón sobre la página escrita ayer por un pueblo agradecido. Confundió la capilla ardiente de Adolfo Suárez con el hemiciclo del Congreso en sesión de control al Gobierno. Hace falta ser muy necio (vamos a dejarlo en irresponsable) para insultar de ese modo la indefensa memoria del hombre que pilotó la recuperación de las libertades hace treinta y ocho años.

Al mentado líder de CiU no le importó que Suárez estuviera de cuerpo presente cuando decidió instrumentalizarlo a favor del independentismo. Mal servicio a la causa del seny y a la sensibilidad del pueblo catalán. Incluidos los defensores de la independencia. Por muy separatistas que sean, saben cuándo toca decir algo y cuándo toca guardar un respetuoso silencio. Es un problema de educación. Y ayer no tocaba en absoluto que Artur Mas utilizase la figura de Suárez como el ejemplo del “coraje y la audacia” que a Rajoy le falta (no fue explícito, pero se le entendió todo) para afrontar de cara los “grandes problemas” con “grandes soluciones”.

La capacidad que tenían aquellos actores políticos, representados por Suárez, para subordinar lo menor a lo mayor. Justo al revés de lo que propone Mas en su papel catalizador de unos objetivos fragmentadores de la soberanía nacional

“Adolfo Suárez se atrevió, se arriesgó y se quemó o lo quemaron. Hoy echamos en falta aquel arrojo y aquellos valores”, declamó el president, mientras los representantes de las instituciones y la clase política iban desfilando ante el féretro y expresando sus condolencias a la familia del primer presidente de nuestra reciente historia democrática. Poco le duró el duelo. Unos minutos después de hacer lo propio, sin salir del recinto de la Cámara, Artur Mas ya estaba hablando de su libro.

Es un coleccionista de agravios. Los necesita para alfombrar su camino hacia el martirologio político. De modo que ahora se hará el ofendido por los reproches a su comportamiento de ayer. Puede estar agradecido a la prudencia de los muchos dirigentes políticos que han tenido el buen gusto de aparcar sus críticas durante los días del luto nacional. Y por eso ninguna reacción podía ser tan elocuente y tan significativa como la de Miquel Roca, que fue dirigente de su propio partido (CDC) y uno de los tres ponentes vivos de la Constitución de 1978. Ayer por la tarde reprochó a su correligionario que haya elegido “un mal momento para instrumentalizar la figura de Suárez”, en línea con lo que, de forma más discreta, sin querer entrar en polémica, se comenta en las alturas del PP y del PSOE.

Fue la nota discordante del masivo homenaje de la clase política. Y de una ciudadanía que ha desbordado todas las previsiones en el desfile de personas ante el féretro del hombre cuyo puesto en la historia de España irá siempre asociado a la “transición”. El concepto es ya un referente del discurso político y mediático de nuestros días porque se echan de menos sus valores. Básicamente, la capacidad que tenían aquellos actores políticos, representados por Suárez, para subordinar lo menor a lo mayor. Justo al revés de lo que propone Mas en su papel catalizador de unos objetivos fragmentadores de la soberanía nacional.

 ¿Acaso piensa que, ante ese reto, Suárez hubiera tenido una reacción diferente en el fondo de la de Rajoy, más allá de las formas y el estilo personal del uno y del otro? Si de verdad lo cree, está más enajenado de lo que parece.

El presidente de la Generalitat, Artur Mas, echó un borrón sobre la página escrita ayer por un pueblo agradecido. Confundió la capilla ardiente de Adolfo Suárez con el hemiciclo del Congreso en sesión de control al Gobierno. Hace falta ser muy necio (vamos a dejarlo en irresponsable) para insultar de ese modo la indefensa memoria del hombre que pilotó la recuperación de las libertades hace treinta y ocho años.

Adolfo Suárez