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Es lógico el desmarque de Artur Mas
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Antonio Casado

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Es lógico el desmarque de Artur Mas

No entiendo el malestar de Moncloa, y mucho menos la sorpresa, por el pasotismo de CiU ante la renuncia al trono del todavía rey don Juan

No entiendo el malestar de Moncloa, y mucho menos la sorpresa, por el pasotismo de CiU ante la renuncia al trono del todavía rey Don Juan Carlos. Nadie debería hacerse de nuevas porque los dirigentes del nacionalismo embarcado en una clara operación separatista anuncien su intención de abstenerse cuando se vote en el Congreso la ley de abdicación. O porque el presidente de la Generalitat y líder de la citada fuerza política, Artur Mas, excuse por razones de agenda su asistencia a la solemne investidura del rey Felipe VI ante las Cortes Generales, prevista para dentro de unos días, el 19 de junio con toda probabilidad.

Marcar distancias con la Corona va de suyo, pues hablamos de la institución que simboliza la “unidad y permanencia” del Estado (artículo 56 de la CE). Era lo previsible por parte de quienes aspiran a dinamitar la “unidad y permanencia” del Estado. Y más aún después de saber por boca del propio president que la abdicación del Rey no cambiará en nada los planes soberanistas del nacionalismo gobernante en Cataluña, incluida la fecha del referéndum. En esas circunstancias lo sorprendente habría sido su adhesión a la liturgia oficial de un relevo en la cúpula del Estado que quieren reventar.

Lo raro es que Artur Mas optara finalmente por suspender su viaje norteamericano a fin de poder participar en una ceremoniosa escenificación de la unidad de España cuestionada, como es bien sabido, por el nacionalismo catalán. Eso sí que habría sido una sorpresa. Agradable, desde luego, porque nos habría permitido imaginarlo de vuelta al sentido común. Pero no cayó esa breva. Y ahora carece de sentido pedir que se sume al juego quien de hecho ya ha roto la baraja.

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, afea la tendencia de Artur Mas a hacer “política pequeña”. También le acusan otros de ser descortés con Don Juan Carlos, un viejo amigo de Jordi Pujol, y con el nuevo Rey. ¿Descortesía institucional? Sí, pero de menor cuantía, si tenemos en cuenta el calibre de la operación política puesta en marcha por el nacionalismo catalán.

Pellizco de monja si lo comparamos con la propuesta de fragmentación de la soberanía nacional. La verdadera descortesía es la puñalada nacionalista al pacto constitucional de 1978, frente a la que el desmarque de CiU en la votación parlamentaria o el plantón de Mas al nuevo rey, en lógica y coherente secuencia argumental, carecen de importancia.

Si asumimos la gravedad del reto independentista y la inflexibilidad de su planteamiento, se entiende que los dirigentes de CiU se comporten como si a ellos no se les hubiera perdido nada en el proceso sucesorio abierto con la abdicación del rey Don Juan Carlos el lunes pasado. Sobre todo si hacen memoria de aquel pronunciamiento del Rey, en 2012, cuando calificó de “quimera” los planes nacionalistas.

No entiendo el malestar de Moncloa, y mucho menos la sorpresa, por el pasotismo de CiU ante la renuncia al trono del todavía rey Don Juan Carlos. Nadie debería hacerse de nuevas porque los dirigentes del nacionalismo embarcado en una clara operación separatista anuncien su intención de abstenerse cuando se vote en el Congreso la ley de abdicación. O porque el presidente de la Generalitat y líder de la citada fuerza política, Artur Mas, excuse por razones de agenda su asistencia a la solemne investidura del rey Felipe VI ante las Cortes Generales, prevista para dentro de unos días, el 19 de junio con toda probabilidad.

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