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Iglesias pincha la burbuja separatista
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Antonio Casado

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Iglesias pincha la burbuja separatista

No me lo tomen como una falta de respeto quienes quieran darse por aludidos. Solo es un recurso expresivo. Hasta que metan al pequeño Nicolás en

Foto: Detalle del 'caganer' del secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)
Detalle del 'caganer' del secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)

No me lo tomen como una falta de respeto quienes quieran darse por aludidos. Solo es un recurso expresivo. Hasta que metan al pequeño Nicolás en un centro de reeducación no me reiré tanto como me reí ante la histeria nacionalista que inundó las redes sociales el día que Pablo Iglesias desembarcó en Barcelona. Un abanderado del derecho a decidir, sí señor. Pero a decidir de todo y sobre todo, no solo sobre la separación de Cataluña respecto a España. Y ya anticipa que apostará por seguir juntos al menos cien años más, como los de Freixenet.

Fue un espectáculo impagable. Lo más imaginativo consistió en acusar a Madrid –a míno me pregunten qué clase de actor político es ese– de haber reinventado el lerrouxismo para frenar la operación soberanista. Aunque quien se superó a si mismo fue un tal Pep Prat. En el diario nacionalista Arallegó a escribir: “Podemos es un partido de la casta que coopera con el PP y el PSOE en nombre del imperialismo castellano-españolista”. Toma nísperos, que decía el gran Campmany.

En estas circunstancias no descartemos que Iñigo Urkullu y Artur Mas hayan visto en Podemos una prueba viva del denunciado proceso recentralizador del Gobierno. Sí sabemos que la irrupción del partido de Pablo Iglesias en el mapa electoral de Cataluña y Euskadi ocupó gran parte de las conversaciones del reciente domingo futbolero de Bilbao. Por supuesto, en el idioma que les une, el español, porque ni Mas habla euskera ni Urkullu habla catalán. Qué le vamos a hacer.

El lehendakari y el president son conscientes de que, con el doble sartenazo al nacionalismo y la izquierda instalada, Podemos ha roto el tablero político y electoral del País Vasco y Cataluña, según los sondeos. Pasaban por ser cotos privados de caza del nacionalismo y ahora resulta que allí, como en todas partes, la razón de pertenencia recula ante la razón de subsistencia. De eso se ha valido Pablo Iglesias para pinchar la burbuja separatista. Por tanto, no sé si ese frente común contra Moncloa, forjado en un estadio San Mames a media entrada, no debería orientarse más hacia el flamante líder de los indignados, que va camino de conseguir lo que hasta ahora había sido incapaz de conseguir Mariano Rajoy.

El asunto, al que no se ha prestado demasiada atención política y mediática, probablemente por la pausa propia de estas fechas, nos depara una interesante derivada. Supone una singular aportación del partido de los indignados a la causa de la estabilidad política, invocada por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy en su rueda de prensa de la semana pasada.

No me lo tomen como una falta de respeto quienes quieran darse por aludidos. Solo es un recurso expresivo. Hasta que metan al pequeño Nicolás en un centro de reeducación no me reiré tanto como me reí ante la histeria nacionalista que inundó las redes sociales el día que Pablo Iglesias desembarcó en Barcelona. Un abanderado del derecho a decidir, sí señor. Pero a decidir de todo y sobre todo, no solo sobre la separación de Cataluña respecto a España. Y ya anticipa que apostará por seguir juntos al menos cien años más, como los de Freixenet.

Artur Mas