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Europa muerde el polvo en Grecia
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Antonio Casado

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Europa muerde el polvo en Grecia

A estas alturas de la crisis helena ya hemos aprendido que solo era aparente la dureza de aquellas primeras reacciones por la patada de Tsipras al tablero

Foto: Guardia del Parlamento griego en la plaza Syntagma de Atenas. (EFE)
Guardia del Parlamento griego en la plaza Syntagma de Atenas. (EFE)

El “no” griego al corsé europeo va a ser una fuente de agravios comparativos en países como España y Portugal, por ejemplo. Salvo que fuesen en serio (no es el caso) las advertencias de los jerarcas de Bruselas, que han venido valorando una eventual derrota del “sí” como un “no” a Europa. La semana pasada lo dijo con toda claridad el presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker (conservador). Ayer mismo el presidente del Parlamento Europeo, George Shultz (socialdemócrata), daba por hecho que si ganaba el “no” los griegos tendrían que adoptar inevitablemente otra moneda. O sea, salir del euro.

Parole, parole, parole. A estas alturas de la crisis helena ya hemos aprendido que solo era aparente la dureza de aquellas primeras reacciones por la patada de Tsipras al tablero. Bien lo sabía éste. Se ha permitido chulear a sus acreedores en el terreno de los números, a sabiendas de que la partida se iba a librar en el terreno político. ¿O alguien cree en serio que el Banco Central Europeo, en su reunión de hoy, va a permitir la quiebra de los agonizantes bancos griegos por falta de liquidez?

Desde el principio lo tuvo claro el primer ministro. Y desde el principio fue llevando la negociación a ese terreno. Hurgó en la memoria de las reparaciones alemanas posteriores a la segunda guerra europea. Y luego coqueteó con Rusia. Vade retro, eso de ninguna manera, mejor una Grecia financiada a fondo perdido que una Grecia en la órbita rusa, según las persuasivas llamadas de Obama a Merkelen vísperas del referéndum de ayer.

Tsipras se ha permitido chulear a sus acreedores en el terreno de los números, a sabiendas de que la partida se iba a librar en el terreno político

Tsipras y Varufakis tenían razón cuando veían el “no” como un refuerzo de su posición negociadora para obtener más ventajas de sus acreedores. Un trato deferente, por no decir privilegiado, negado a otros países que, como España, han sido y son grandes sufridores de la crisis económica. Es lo que viene después de que Europa, en nombre de la democracia, haya mordido el polvo a la sombra fundacional de la Acrópolis. Es lo que va a ocurrir tras el referéndum de ayer como efecto deseado por el Gobierno Tsipras e indeseado por dieciocho gobiernos y otras tantas opiniones públicas con los que aquél está en deuda. Tan democráticos como los griegos y tan dueños de sus recursos como dueños son los griegos de aceptarlos o rechazarlos. Han decidido aceptarlos de nuevo. ¿O alguien cree en serio que Merkel y Hollande, en su cena de esta noche, van a dejar tirada a Grecia a pesar del portazo?

Una vez conocido el triunfo del “no”, Tsipras celebró el retorno de la Europa solidaria. Es una mirada imperfecta a lo ocurrido, pues sólo se ha expresado el receptor de la solidaridad. ¿Estamos seguros de que una consulta al resto de los europeos, en función del mismo principio democrático invocado por el Gobierno griego, habría tenido el mismo desenlace?

Ni en sueños. Por eso, lo preocupante del resultado de ayer es el premio obtenido por la coacción como arma negociadora (la fuerza de Grecia es la seguridad de que Europa la quiere dentro). Y, por otro lado, los recelos que el trato deferente (Grecia seguirá funcionando con pólvora de rey en mejores condiciones) va a suscitar en terceros países del euro. A la vista de lo ocurrido ayer, siempre podrán convocar un referéndum para saber si la gente quiere o no quiere seguir con el paro, los recortes y la pobreza.

El “no” griego al corsé europeo va a ser una fuente de agravios comparativos en países como España y Portugal, por ejemplo. Salvo que fuesen en serio (no es el caso) las advertencias de los jerarcas de Bruselas, que han venido valorando una eventual derrota del “sí” como un “no” a Europa. La semana pasada lo dijo con toda claridad el presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker (conservador). Ayer mismo el presidente del Parlamento Europeo, George Shultz (socialdemócrata), daba por hecho que si ganaba el “no” los griegos tendrían que adoptar inevitablemente otra moneda. O sea, salir del euro.

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