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Antonio Casado

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El guantazo luminoso

La ejemplaridad en las reacciones empieza por el agraviado: “Que nadie saque conclusiones políticas. No lo hago yo y pido que no lo hagan otros”. Chapó, presidente, eso es hacer pedagogía

Foto: Mariano Rajoy, aplaude en un mitin en A Coruña tras la agresión. (EFE)
Mariano Rajoy, aplaude en un mitin en A Coruña tras la agresión. (EFE)

No diré que el puñetazo de Pontevedra ha sido como la herida “luminosa” de Sagarra. Pero sí puede hablarse de milagro. El milagro de constatar que, en contra de las muletillas derrotistas que se pregonan por ahí, podemos sentirnos orgullosos de un país donde reina el respeto, la moderación y el sentido común. La España de nuestros pecados es más civilizada, más solidaria y, sobre todo, más tolerante de lo que estamos dispuestos a reconocer de nosotros mismos.

Imágenes de la agresión a Mariano Rajoy en Pontevedra

Salvo excepciones muy aisladas, tanto en el campo mediático como en el campo político, amén de los cafres que corearon al agresor cuando salía esposado por la Policía, las reacciones ante el guantazo televisado a Mariano Rajoy en Pontevedra, han sido ejemplares. Hablamos del presidente del Gobierno de la Nación, presidente de todos, por muy en modo electoral que estuviera. Y aquí nadie ha sacado los pies del tiesto, salvo por parte de contadas personas que, no tan jóvenes como el agresor, también son carne de correccional.

La ejemplaridad en las reacciones empieza por el agraviado: “Que nadie saque conclusiones políticas. No lo hago yo y pido que no lo hagan otros. Esto no tiene nada que ver con la campaña ni con el debate con Pedro Sánchez”. Chapó, presidente, eso es hacer pedagogía. También dieron ejemplo los otros candidatos y, por supuesto, la ciudadanía en general. Nadie ha desbordado los límites del incidente, más allá de valorarlo como un brote de violencia intolerable cometido por un necio. Él mismo lo acabará reconociendo, aunque sea a través de su abogado.

Sin embargo, no faltan quienes se empeñan en montar sofisticadas hipótesis sobre la violencia en la política por cuenta del suceso. Caldo de cerebro sobre la nada. El acto violento del miércoles pasado en la tierra del presidente empieza y termina en la mente de un aprendiz de hombre. Él y su avergonzada familia son los grandes damnificados. Ellos son los que realmente van a sufrir las consecuencias de lo ocurrido. Y por lo que se refiere a la víctima, estoy completamente seguro de que a Rajoy le dolió mucho más la pedrada verbal de Pedro Sánchez (“Usted no es un presidente decente”) en el debate del lunes pasado.

¿Qué hacer? Pues que funcione el Estado de Derecho. Que funcionen los jueces en aplicación de la Ley del Menor, basada en la reeducación, con su habitual dinámica correccional de centros abiertos o semiabiertos. Reeducación es la clave. No es admisible que se le arruine la vida a un chico de 17 años. Así lo entendió el legislador y así lo quieren los españoles.

Dejen para los expertos en Ciencias Sociales la polémica de fondo entre los responsables de la imagen y los responsables de la seguridad de un gobernante. El asesor de lo uno puso en riesgo lo otro. Pero también pudo haber sido al revés. Que los imperativos de la seguridad con un país en estado de alerta terrorista hubieran impedido la humanización del candidato. No se podía tener todo en una campaña electoral marcada por imperativos de cercanía al ciudadano. Y lo ocurrido es lo menos que podía pasar.

Dejemos todo lo demás a quienes se han dedicado a calcular los efectos electorales del suceso un minuto antes de ir a las urnas. Véase el reencuentro de Rajoy con sus colegas europeos en la cumbre de este jueves y viernes. El centro de todos los corrillos, comentando su desapacible encuentro con un joven paisano. O lo de la mañana del jueves, con sus correligionarios del PPE (Partido Popular Europeo). Era lógico que entrasen en campaña confiando en la victoria de Rajoy, “el único que garantiza la experiencia, la estabilidad, la seguridad, la continuación de la recuperación económica, el crecimiento, la creación de empleo, las políticas sociales y la confianza en el futuro”.

Ese párrafo bien valía el guantazo de Andrés V., ha debido pensar Jorge Moragas, después de redactar la declaración. ¿O no?

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No diré que el puñetazo de Pontevedra ha sido como la herida “luminosa” de Sagarra. Pero sí puede hablarse de milagro. El milagro de constatar que, en contra de las muletillas derrotistas que se pregonan por ahí, podemos sentirnos orgullosos de un país donde reina el respeto, la moderación y el sentido común. La España de nuestros pecados es más civilizada, más solidaria y, sobre todo, más tolerante de lo que estamos dispuestos a reconocer de nosotros mismos.

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