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El humor del concejal no tiene gracia
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Antonio Casado

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El humor del concejal no tiene gracia

Los conmilitones de este Guillermo Zapata (Podemos) han celebrado su absolución judicial como un triunfo de la libertad de expresión

Foto: El concejal de Ahora Madrid Guillermo Zapata. (EFE)
El concejal de Ahora Madrid Guillermo Zapata. (EFE)

Según sentencia de la Audiencia Nacional, carece de “tendencia ofensiva” afirmar públicamente lo siguiente: “Han tenido que cerrar el cementerio de las niñas de Alcàsser para que vaya Irene Villa a por repuestos”.

Lo dejó escrito un tal Guillermo Zapata en la barra libre de una conocida red social. Y casi seis años después, los magistrados han decidido por mayoría de cinco a dos que de ese chispazo digital no se desprende ánimo de injuriar ni humillar a las víctimas del terrorismo. Por tanto, el ahora concejal del Ayuntamiento de Madrid queda absuelto de las acusaciones presentadas en su día por la asociación Dignidad y Justicia, sin perjuicio de posterior recurso ante el Tribunal Supremo.

Al saber y entender de la tercera de lo penal, el episodio debe verse como una simple expresión de humor negro. “Seguramente reprobable, pero en otro plano distinto al de la legalidad penal”, reza el texto de la sentencia. Y justamente ahí es donde todos nos sentimos concernidos. Como ciudadanos y como seres humanos. El asunto no puede dejarnos indiferentes, a sabiendas de que nos movemos entre los planos sugeridos en el mencionado texto. Uno, legal. Otro, ético. Uno me recuerda el debido acatamiento de las sentencias judiciales. El otro me hace ver en el concejal Zapata a un ser espiritualmente deforme.

Véase cómo un derecho fundamental se utiliza como encubridor de esta insolidaria falta de sensibilidad frente a las víctimas del terrorismo

Los conmilitones de este individuo (Podemos) han celebrado su absolución judicial como un triunfo de la libertad de expresión. Empezando por la alcaldesa, Manuela Carmena. La eventual condena a Zapata le hubiera parecido “autocensura injustificable en una democracia”. Tal cual.

Véase cómo un derecho fundamental se utiliza como encubridor de esta insolidaria falta de sensibilidad frente a las víctimas del terrorismo. Hasta el punto de poner a la propia Irene Villa por testigo de que no había intención de ofender, puesto que ella misma, en una radiante lección de dignidad, declaró no sentirse ofendida.

Lo cierto es que, de alguna manera, jueces y no jueces se las han apañado para bloquear las consideraciones morales del caso que, por herencia o aprendizaje, por genes o por biografía, nos han convertido en seres morales abocados a distinguir entre el bien y el mal y a decidir sin tener que aprenderlo en un retiro espiritual, un discurso político, un manual de buena conducta o un fallo judicial alcanzado por mayoría.

Foto: Irene Villa (Gtres)

En el uso de mi libertad de expresión, nadie va a taponar la valoración pública y por escrito, en perspectiva ética, del episodio que nos ocupa y de su lamentable protagonista. Me repugna un tipo al que no conozco de nada, salvo por sus deposiciones digitales, como la de los judíos y el cenicero del coche. Maldita gracia tienen estas muestras de humor.

Dice la sentencia que “se difundieron en el curso de debates a modo de chistes macabros, utilizando la identidad de víctimas de hechos delictivos”. Pero a un servidor de ustedes le parece una insolente banalización del sufrimiento ajeno. El de cuatro niñas que fueron víctimas del terrorismo, el odio o la barbarie de gente desalmada: la ejemplar Irene Villa, afortunadamente viva, y las tres niñas violadas y asesinadas hace 24 años en el pueblo valenciano de Alcàsser. Mis respetos.

Según sentencia de la Audiencia Nacional, carece de “tendencia ofensiva” afirmar públicamente lo siguiente: “Han tenido que cerrar el cementerio de las niñas de Alcàsser para que vaya Irene Villa a por repuestos”.

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