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El reto sedicioso vuelve por Navidad
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Antonio Casado

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El reto sedicioso vuelve por Navidad

La CUP no ve en la convocatoria del día 23 el camino hacia la república independiente de Cataluña, sino un chantaje a la formación. Así es de absurdo todo lo que rodea el procesismo

Foto:  Formación de un 'castell' durante la manifestación de la Diada en Barcelona de este año. (EFE)
Formación de un 'castell' durante la manifestación de la Diada en Barcelona de este año. (EFE)

Ya hace tiempo que el desafío secesionista apadrinado por el nacionalismo catalán salió del reino de la política y entró en el de la psiquiatría. El minuto cero fue la confluencia fundacional de dos personajes de estirpe política contrapuesta. El uno, Artur Mas, de mente afectada por un síndrome maníaco-obsesivo. El otro, Oriol Junqueras, un listo a la espera de invadir el centrismo abandonado por CiU y cumplir su sueño como presidente de la futura república independiente de Cataluña.

Su primera hoja de ruta, trazada en marzo de 2015, se perdió en la polvareda. El plan era declarar unilateralmente la independencia en 18 meses si lograban una mayoría suficiente en las elecciones autonómicas del 27-S, declaradas “plebiscitarias” por el artículo 33, el de la real gana del nacionalismo.

Foto: El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, momentos antes de inaugurar esta noche la XXI Reunión de Economía en S'Agaró (Girona). (EFE)
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Consideraron que la mayoría parlamentaria obtenida por los partidarios de la desconexión, incluida la CUP, era suficiente para meterse en el charco. Pero lo cierto es que no obtuvieron mayoría popular. Se quedaron en el 48,7%, frente al 51,3%. Ese déficit democrático, entre otras cosas, hizo que desde entonces todo se convirtiera en un despropósito. Empezando por ver que los primeros pasos hacia la desconexión con España encubrían un problema personalista: la supervivencia de Artur Mas al frente de la Generalitat.

Tocaba república catalana en la primavera de 2017, con posterior proceso constituyente y referéndum al final del proceso. Sí o sí. Con ley o sin ley. Dijera lo que dijera el Tribunal Constitucional. O sea, un movimiento sedicioso en toda regla. Lo tuvieron todo a favor para hacer su Constitución y sus "estructuras de Estado" en plena Legislatura tonta. Con parálisis institucional y vacío de poder en la Presidencia del Gobierno. Pero no hubo nada, salvo la renovación en la extraña pareja, provocada por el gamberrismo de la CUP. Me refiero a la caída de Mas y el salto de Puigdemont a la Generalitat.

La demolición de la histórica fuerza política creada por Jordi Pujol (CDC más UDC) entonces empezó a correr en paralelo con otro 'procès', ya a la luz de una nueva hoja de ruta, tras la declaración soberanista del 9 de noviembre de 2015 (referéndum vinculante y unilateral en septiembre de 2017). Y aquí estamos cuando el Govern nos pone ante una nueva entrega de la patología nacionalista. Vuelve por Navidad en forma de foto para la historia del 23 de diciembre de 2016, que es el ciclo de 24 horas que mantiene viva una noticia en los medios de comunicación si no se desprende ninguna decisión de alcance, ni corto, ni medio ni largo, como es el caso, puesto que solo se trata de recordar que el Pacto Nacional por el Derecho a Decidir sigue vivo en los planes de los partidos y entidades que lo forman.

En la primavera de 2016 tocaba república catalana, con posterior proceso constituyente y referéndum al final del proceso. Pero, de nuevo, no hubo nada

Foto secesionista contra el supuesto deshielo de relaciones entre Moncloa y la Generalitat. Desmentido visual a una luna de miel no confirmada por los hechos, según el tándem Puigdemont-Junqueras, descolocados por el desembarco de la vicepresidenta del Gobierno, Sáenz de Santamaría, en Barcelona. Eso pretende ser. Lo que es responde a la presencia conminatoria de la CUP en el frente separatista, como una incómoda carabina en el amor insano de la izquierda republicana de Junqueras y la derecha burguesa del heredero de Pujol.

Foto: La presidenta del Parlament, Carme Forcadell, y el vicepresidente catalán y 'conseller' de Economía, Oriol Junqueras, muestran el lápiz de memoria y la tableta con el Proyecto de Ley de Presupuestos de la Generalitat. (EFE)

"Dadme un presupuesto y moveré el mundo", debe estar pensando el president, Carles Puigdemont. La CUP no ve en la convocatoria del día 23 una señal de la firmeza exigible en la marcha hacia la república independiente de Cataluña. Mucho peor. Lo que ve en la foto que el Govern hará el día 23 es un chantaje a la formación anticapitalista. Que se vea obligada a votar favorablemente los presupuestos de la Generalitat de 2017. Eso alega Anna Gabriel, que acusa a Puigdemont de no querer el referéndum. O, mejor dicho, de quererlo por coacción de la CUP y no por convicción propia. De modo que ante Madrid estarían utilizando el pretexto del partido antisistema como excusa para seguir defendiendo la consulta ilegal.

O sea, que ni siquiera está claro que la CUP vaya a aprobar los presupuestos de la Generalitat en el Parlament convocado en vísperas de la cumbre por el derecho a decidir. Así es de absurdo todo lo que rodea el procesismo, un fantasioso asunto regido por las caóticas leyes del ensueño separatista (“somiar truites”, soñar tortillas, hacer castillos en el aire, como dijo un día Miquel Iceta). Llamado, por tanto, a estrellarse contra la cruda realidad.

Ya hace tiempo que el desafío secesionista apadrinado por el nacionalismo catalán salió del reino de la política y entró en el de la psiquiatría. El minuto cero fue la confluencia fundacional de dos personajes de estirpe política contrapuesta. El uno, Artur Mas, de mente afectada por un síndrome maníaco-obsesivo. El otro, Oriol Junqueras, un listo a la espera de invadir el centrismo abandonado por CiU y cumplir su sueño como presidente de la futura república independiente de Cataluña.

Artur Mas Carles Puigdemont