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Las barbas del vecino, duras de pelar
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Antonio Casado

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Las barbas del vecino, duras de pelar

Para el PP no es mala imagen la que le devuelve el espejo francés. No mientras en España, a diferencia de lo que le ha ocurrido al PSOE por la izquierda, no aparezca un partido a su derecha

Foto: Emmanuel Macron, durante su primer discurso ya como presidente de Francia. (Reuters)
Emmanuel Macron, durante su primer discurso ya como presidente de Francia. (Reuters)

Desde los gloriosos días de la Revolución Francesa, en España siempre hemos estado pendientes de las barbas de nuestro vecino. Por si debíamos poner las nuestras a remojar. No ha sido el caso en lo tocante a la salud del sistema. A pesar de la abstención, sin precedentes desde 1969 (26%), demuestra tener barbas venerables pero duras de pelar. Tiene un nombre: continuidad. Las barbas de los partidos políticos clásicos es otra cosa. Su pérdida de vigor sí va aconsejando una visita a la barbería.

La segunda vuelta de las elecciones presidenciales fue, como se esperaba, un paseo militar para Emmanuel Macron (66,06% de los votos). Joven líder, joven partido, con la misma sed de centralidad y la misma vocación europeísta de los viejos líderes y sus viejos partidos (Fillon, Hammon, Sarkozy, Hollande). Fallaron los ataques al sistema por los extremos. El derecho llegó a la final, pero la sindicación del sentido común de los caídos en la primera parte frenó la demagógica ola de antieuropeísmo y de xenofobia impulsada por Marine Le Pen (33,94%).

Por desgracia, esa ola ha crecido. En parte por el tacticismo de Mélenchon, que ataca al sistema por la izquierda (extrema, se entiende) y no desaconsejó el voto a la ultraderechista Le Pen, al mantenerse neutral. Al fondo queda la ruina de los pilares clásicos del sistema francés, malogrados en la derrota de los republicanos de Fillon y los socialistas de Hammon.

La sindicación del sentido común de los caídos en la primera parte frenó la demagógica ola de antieuropeísmo y de xenofobia de Le Pen

Sin embargo, no podemos elevar a definitivas estas conclusiones sin conocer antes el desenlace de las elecciones legislativas del mes que viene, ya con el tabú roto del voto al Frente Nacional. Entre otras cosas porque el desenlace de la primera vuelta, solo hace una semana, pinta una Francia parlamentaria de cuatro esquinas (En Marcha, de Macron; Frente Nacional, de Le Pen; Republicanos, de Fillon y Francia Insumisa, de Mélenchon) sin diferencias insalvables.

Sí podemos dar por definitivo que el país vecino va a colocar en el Elíseo al presidente más joven de su historia (39 años). Esta vez no engañaron las encuestas. Se desvanece la sombra negra del antieuropeísmo, agazapado en la extrema derecha de Le Pen y la extrema izquierda de Mélenchon, aunque suman casi un 42% de franceses desencantados. El poder y el control institucional se queda en el bloque de adhesión firme a la Unión Europea, con un presidente partidario de reforzarla junto a Alemania, que celebra elecciones el 24 de septiembre.

El fracaso de los partidos de la vieja política y el viejo régimen (la V República) ha sido estrepitoso. Resiste mejor la derecha, con los republicanos de Fillon. Y se hunde la izquierda, representada por Hamon (6,36%), en proporciones que aconsejan al PSOE poner sus barbas a remojar ante el riesgo de caer en la irrelevancia, como en Grecia, en Holanda, en Francia.

La identificación de Pablo Iglesias con Jean-Luc Mélenchon le hará volver a soñar con el desborde electoral del PSOE (sorpaso)

Por el contrario, los partidos emergentes o ajenos al régimen fundado por De Gaulle en 1958 alcanzan la apabullante cota del 75% del voto popular. Seguro que en Ciudadanos y en Podemos lo celebran como si el Pisuerga pasara por París. La identificación de Iglesias con Mélenchon le hará volver a soñar con el desborde electoral del PSOE (sorpaso). En Ciudadanos se harán la ilusión de crecer como ha crecido de la noche a la mañana el partido de Macron, fundado apenas hace un año.

Para el PP no es mala imagen la que le devuelve el espejo francés. No mientras en España, a diferencia de lo que le ha ocurrido al PSOE por la izquierda, no aparezca un partido a su derecha. Y no es fácil que ocurra en un país donde la islamofobia no existe (el numero de musulmanes es muy bajo), presumimos de europeos y el ultranacionalismo español está muy mal visto. Así que aquí aún estamos lejos de hablar de una derecha oficial y malograda como la francesa, salvo que la corrupción tuviera efectos electorales que no ha tenido hasta ahora.

Desde los gloriosos días de la Revolución Francesa, en España siempre hemos estado pendientes de las barbas de nuestro vecino. Por si debíamos poner las nuestras a remojar. No ha sido el caso en lo tocante a la salud del sistema. A pesar de la abstención, sin precedentes desde 1969 (26%), demuestra tener barbas venerables pero duras de pelar. Tiene un nombre: continuidad. Las barbas de los partidos políticos clásicos es otra cosa. Su pérdida de vigor sí va aconsejando una visita a la barbería.

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