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El poder coactivo es del Estado, no del independentismo
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Antonio Casado

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El poder coactivo es del Estado, no del independentismo

Tras el anuncio del referéndum, es inevitable la apelación a la naturaleza del Estado como gran "leviatán" legitimado para imponer su ley cuando alguien pretende ignorarla

Foto: El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, anuncia la fecha del referéndum. (EFE)
El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, anuncia la fecha del referéndum. (EFE)

El verdadero problema del independentismo catalán no es la indolencia de Rajoy sino la unilateralidad de sus pretensiones. Maticemos. No exactamente la unilateralidad sino la ausencia de poder conminatorio para imponerla.

La historia nos ofrece cantidad de ejemplos de pretensiones arbitrarias o unilaterales impuestas porque la fuerza –militar, por supuesto– estaba de su parte. Pero no es el caso del independentismo confiscador de las instituciones y los ciudadanos de Cataluña.

Las fuerzas políticas que ocasionalmente gobiernan la Generalitat (hay elecciones cada cuatro años o menos) carecen de instrumentos para violar el derecho a decidir del conjunto de españoles. Solo ellos, todos ellos, incluidos los catalanes, pueden alterar las bases de su identidad como pueblo políticamente organizado.

Esa identidad quedó definida en modo Estado hace más de cinco siglos. Y revalidada por última vez hace treinta y nueve años sobre dos pilares. Uno es la soberanía única e indivisible. Y otro es la integridad territorial.

Solo los españoles, incluidos los ciudadanos catalanes, pueden alterar las bases de su identidad como pueblo políticamente organizado

El problema real de quienes quieren dinamitar unilateralmente esos pilares no es que los ministros de Rajoy conspiren contra Cataluña, que el Gobierno “de forma reiterada” haya impedido “una solución negociada sobre el futuro de Cataluña” o que el Estado violente “los derechos fundamentales de los catalanes”.

Todas esas excusas tontas, carentes de base política y legal, por mucho que se repitan como mantra averiado de una operación sediciosa, fueron solemnemente declamadas el viernes por el vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras, que actuó como telonero de Carles Puigdemont, antes de que este anunciase que el Govern se propone preguntar el próximo 1 de octubre a los ciudadanos si quieren que Cataluña se convierta en “un Estado independiente en forma de república”.

Pero, insisto, llegados a este punto es inevitable la apelación a la naturaleza del Estado como gran “leviatán” legitimado para imponer su ley cuando alguien pretende ignorarla. Y si no traemos a colación el consabido “monopolio de la violencia” es solamente por no alimentar el discurso victimista del nacionalismo, que vive de la heterofobia (el odio a “los otros”) a la espera de que al Gobierno del Estado se le vaya la mano en el ejercicio de su derecho a la legítima defensa.

Si no traemos a colación el consabido "monopolio de la violencia" es solamente por no alimentar el discurso victimista del nacionalismo

Estamos hablando ni más ni menos que del poder coactivo del Estado frente a un desafío despegado de la historia, de una mayoría de catalanes, del derecho nacional, del derecho internacional, del sentido común, que además carece de poder coactivo para implicar a los servidores públicos (policías, jueces y funcionarios por oposición) en una extravagante aventura llamada a generar frustración entre los catalanes que creyeron de buena fe que el Estado iba a colaborar en su propia voladura.

Esto del poder coactivo que tiene el Estado y no tiene la Generalitat (fuera de su marco competencial, se entiende) es la clave del choque de trenes que se avecina. No es un supuesto que se le acabe de ocurrir al equipo que, presidido por la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, tiene sobre la mesa una serie de "carpetas" (en expresión del ministro Catalá) para responder al desafío, cuando desborde el plano declamatorio en el que ahora se encuentra.

El poder coactivo aplicado aquí está sobrado de instrumentos para hacer cumplir la ley y desactivar las tentaciones centrifugadoras organizadas

Lo del poder coactivo lo concibió Thomas Hobbes hace trescientos cincuenta años inspirado en el simbolismo del monstruo biblíco Leviatán (“Nadie hay tan osado que lo despierte”). Y aplicado al aquí y ahora de nuestro particular ruedo ibérico significa que el Estado, del que Junqueras hizo el viernes un retrato tenebroso, está sobrado de instrumentos para hacer cumplir la ley y desactivar las tentaciones centrifugadoras más o menos organizadas.

Y así se explica que el portavoz del Gobierno, el ministro Méndez de Vigo, le dedicase poco más de tres minutos al desafío al Estado que unas horas antes había concretado el presidente de la Generalitat al anunciar fecha y pregunta de un referéndum que sabe fallido de antemano.

El verdadero problema del independentismo catalán no es la indolencia de Rajoy sino la unilateralidad de sus pretensiones. Maticemos. No exactamente la unilateralidad sino la ausencia de poder conminatorio para imponerla.

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