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Cataluña, fuera del debate sobre el estado de la UE
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Antonio Casado

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Cataluña, fuera del debate sobre el estado de la UE

Cuando Juncker quiso reprobar ese tipo de violaciones, porque tocaba hacerlo, todos los eurodiputados supieron que esa referencia no pasaba por Cataluña sino por Hungría y Polonia

Foto: El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, interviene en el debate del estado de la Unión en la Eurocámara. (EFE)
El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, interviene en el debate del estado de la Unión en la Eurocámara. (EFE)

La internacionalización del conflicto catalán sigue siendo el sueño de una noche del verano nacionalista. Dicho sea con ciencia propia en esta ocasión, después de asistir al debate sobre el estado de la UE (ayer, en Estrasburgo) con la idea previa y el morbo periodístico de que el Parlamento Europeo se ocuparía inevitablemente del desafío a la legalidad en un país del club de Bruselas.

Cabeza fría y pies calientes. En eso quedó la expectación sobre un eventual pronunciamiento de Jean-Claude Juncker sobre las violaciones del Estado de derecho en los países miembros. Y eso que, según todos los observadores, el de ayer fue uno de los discursos de mayor intencionalidad política del presidente de la Comisión.

Cuando Juncker, que ya va de salida, quiso reprobar ese tipo de violaciones, porque tocaba hacerlo, todos los eurodiputados supieron que esa referencia no pasaba por Cataluña sino por Hungría y Polonia, a cuenta de su rebeldía en materia de inmigración.

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Los eurodiputados sí lo sabían. El abajo firmante, no. Lo confieso. El síntoma está descrito como pérdida de perspectiva. Tiene su lado bueno. Sobre todo para la salud mental. Me refiero a la evasión y sus consecuencias, aunque sean momentáneas, del opresivo clima político y mediático creado en torno a las absurdas pretensiones del separatismo catalán.

No menos absurdo es el histórico e histérico ataque de contrariedad que sus agitadores sufren porque el Estado, en plena contraofensiva legal sobre quienes han decidido desafiarlo, no ha querido colaborar en su propia voladura. Volvió a detectarse ayer a mediodía, en la intervención del eurodiputado Terricabras (ERC), el único de los numerosos intervinientes que mencionó a Cataluña.

Harto de predicar en el desierto de la indiferencia, el eurodiputado de ERC sabía que solo a los medios españoles interesaría su enésimo ataque

Sus palabras fueron retribuidas por el solitario aplauso del eurodiputado flamenco ultraderechista que responde al nombre de Demesmaeker. El mismo que posteriormente, en su propio turno de palabra, se permitió declamar que en España no se respeta la libertad de expresión y el derecho a decidir de los pueblos.

En contra de su costumbre cuando toma la palabra (siempre habla en inglés), Terricabras utilizó esta vez el idioma castellano. Lógico. Harto de predicar en el desierto de la indiferencia europea respecto a un “asunto interno de España” (el martes se lo oí decir en la distancia corta a Tajani, presidente del Parlamento Europeo), era sabedor de que solamente a los medios españoles podía interesar su enésimo ataque al Gobierno de España como incorregible depredador de la libertad de expresión y el derecho a decidir de los pueblos.

Foto: El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, saluda a la presidenta del Parlament, Carme Forcadell. (EFE) Opinión

Y eso fue todo, salvo una leve referencia de obligado cumplimiento a cargo del eurodiputado popular Esteban González Pons, que habló del “virus del nacionalismo en una parte de mi país” sin entrar en detalles.

Ya por la tarde y fuera del hemiciclo, en la habitual reunión semanal del grupo socialista, los eurodiputados del PSOE explicaron a sus compañeros del resto de Europa la letra pequeña de su apoyo al Gobierno Rajoy combinado con iniciativas coherentes con la apuesta inequívoca por un desenlace dialogado. Suerte en el empeño.

La internacionalización del conflicto catalán sigue siendo el sueño de una noche del verano nacionalista. Dicho sea con ciencia propia en esta ocasión, después de asistir al debate sobre el estado de la UE (ayer, en Estrasburgo) con la idea previa y el morbo periodístico de que el Parlamento Europeo se ocuparía inevitablemente del desafío a la legalidad en un país del club de Bruselas.

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