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Antonio Casado

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El 'procés' ya no da más de sí

El 'procés' perdía fuelle y la división se instalaba entre sus costaleros. Así que el equipo de Rajoy se permitió el lujo de dejar la pelota en el tejado de Puigdemont

Foto: El presidente catalán, Carles Puigdemont, abandona el Parlament después de su comparecencia el pasado martes. (Reuters)
El presidente catalán, Carles Puigdemont, abandona el Parlament después de su comparecencia el pasado martes. (Reuters)

Toda la arquitectura del llamado 'procés' es de cartón piedra. Lo que pasa es que eso arde con facilidad y hay mucha gente jugando con fuego. Como el sector del bloque independentista, que se siente traicionado por Puigdemont y se resiste a asumir el final de la aventura iniciada hace cinco años por Artur Mas, el mismo que ahora no ve preparada a Cataluña para convertirse en unidad de destino en lo universal.

El subidón del 1 de octubre, basado en el impacto mundial de las fotografiadas actuaciones policiales, tenía las patas muy cortas. La tramposa descripción de un Estado autoritario y represivo, y una España que roba y desprecia a Cataluña, no llegó a calar en las cancillerías ni en la opinión pública internacional. Y lo de la mediación se ha quedado en una extravagancia rechazada por propios y extraños.

Foto: El presidente catalán, Carles Puigdemont. (EFE) Opinión
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Antonio Casado

El extraño debate sobre el estado de la cuestión, celebrado en el Parlament el pasado martes, dejó las espadas en alto porque a Puigdemont le temblaron las piernas a la hora de decidir entre traicionar a los suyos o ser detenido por orden judicial. Así que pidió tiempo muerto, como los entrenadores de baloncesto cuando ven a su equipo perdiendo empuje.

Tampoco le vino mal a Rajoy la propuesta del 'president'. En Moncloa aprovecharon la coyuntura para eludir los riesgos de una apresurada aplicación del artículo 155 de la Constitución.

La república catalana puede esperar, según hizo saber al Parlament el mismísimo piloto de la operación independentista. Miel sobre hojuelas, debió pensar el equipo de Rajoy. El 'procés' perdía fuelle y la división se instalaba entre sus costaleros. Así que se permitió el lujo de dejar la pelota en el tejado de Puigdemont.

Proclamar la república catalana desde el balcón, como Companys, o reunir al Parlamento para votar es lo último que se le pasa por la cabeza al Govern

De nuevo se abre paso el quinielismo sobre la respuesta del 'president' al ultimátum de Rajoy para que se reincorpore al marco legal el jueves 19, como muy tarde, o se atenga a las consecuencias. Pero proclamar la república catalana desde el balcón, como Companys, o reunir al Parlamento para votar la independencia es lo último que en estos momentos se le pasa por la cabeza al Govern.

Absolutamente descartado que el Estado vaya a colaborar en su propia voladura con quienes la proponen y constatada la total falta de apoyo internacional a la causa del independentismo, a Puigdemont le toca hacer algún movimiento tendente a minimizar los daños a la causa, que ha quedado fracturada. El fantasma de la ruptura ya no planea sobre España. Solo sobre su parte catalana, donde queda una sociedad muy dividida tras los últimos acontecimientos.

El fantasma de la ruptura ya no planea sobre España. Solo sobre su parte catalana, donde queda una sociedad muy dividida tras los últimos hechos

Y en la medida que Puigdemont resista las presiones de la CUP y los 'Jordis' (Sánchez y Cuixart), que insisten en volver a tomar la calle y consumar la ruptura con España, a Rajoy le toca ponerle un puente de plata que le permita salir de la vida pública con cierta dignidad.

Todo lo demás se reduce a esperar que la lógica electoral, previsible después de un terremoto político como el que se ha vivido, vuelva a repartir cartas y se conozcan los efectos reales de la sacudida en el mapa político de Cataluña, mientras también se abre la dinámica de la reforma de la Constitución por activación de la comisión de estudios propuesta en su día por los socialistas y que ya tiene luz verde en el Congreso de Diputados.

Toda la arquitectura del llamado 'procés' es de cartón piedra. Lo que pasa es que eso arde con facilidad y hay mucha gente jugando con fuego. Como el sector del bloque independentista, que se siente traicionado por Puigdemont y se resiste a asumir el final de la aventura iniciada hace cinco años por Artur Mas, el mismo que ahora no ve preparada a Cataluña para convertirse en unidad de destino en lo universal.

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