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Así fue la gran prevaricación del soberanismo
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Antonio Casado

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Así fue la gran prevaricación del soberanismo

Sabían los impulsores del 'procés' que la situación no estaba madura para romper con España y, a pesar de ello, intentaron el mate pastor

Foto: Los expresidentes de la Generalitat Carles Puigdemont (i) y Artur Mas. (EFE)
Los expresidentes de la Generalitat Carles Puigdemont (i) y Artur Mas. (EFE)

El nacionalismo catalán quiso hacerle el mate pastor al Estado y lo que ha hecho es el ridículo, como Josep Tarradellas habrá comprobado desde la tumba. El gran leviatán concebido por Hobbes no es idiota. Los independentistas ya se han dado cuenta. Ahora uno de los suyos, Jordi Basté (premio Rey de España de Periodismo, oiga), les aconseja “actuar con inteligencia” y no volver a provocar a la “bestia”.

Ya reconocen que desestimaron el poder del Estado. Y que no se daban las condiciones para romper con España, que no había mayoría social, que se actuó precipitadamente, que hay otras formas de arreglo sin llegar a la desconexión (a buenas horas, Puigdemont), que no se midieron bien los tiempos (ay, Artur Mas, qué gran enredador), que sobró emoción y faltó razón, que no se podía avanzar sin reconocimientos internacionales, que no había plan B para esquivar la respuesta del Estado

El independentismo modera su discurso público

Nunca se lo creyeron. ¿Cómo esperar que el Gobierno colaborase en la voladura del Estado? (Absurda pretensión la del referéndum de autodeterminación pactado con Moncloa). Nunca pensaron en serio en una Cataluña grande y libre mientras los guardianes de la Constitución se quedaban silbando melodías.

Sabían los impulsores del 'procés' que la situación no estaba madura para romper con España y, a pesar de ello, intentaron el mate pastor sin haberse parado a pensar cuál sería la siguiente jugada si el Estado les apagaba el farol. Por tanto, estamos ante la gran prevaricación del soberanismo. Dicho sea en el sentido moral y político. No en el judicial, que resulta de casar la conducta de un servidor publico con la descrita previamente en las leyes, sino en el que afecta a las relaciones entre gobernante y gobernados, el dirigente y sus seguidores.

Solo los dirigentes de la CUP salen bien parados. Ninguno está en la cárcel y han vivido días de gloria con los efectos desestabilizadores de la crisis

La prevaricación política resulta de tomar decisiones o poner en marcha planes a sabiendas de que no tienen ninguna posibilidad de llevarse a la práctica. Ahora lo van reconociendo todos en una especie de catarsis colectiva: Mas, Puigdemont, Junqueras, Tardà, Pascal, Romeva, Ponsatí, Sabrià, Comín, cuando el daño ya está hecho. A la imagen de Cataluña, a sí mismos, a catalanes que creyeron de buena fe en la independencia.

Solo los dirigentes de la CUP salen bien parados de la aventura. Ninguno de ellos está en la cárcel. Se ha frenado el abominable turismo que degradaba el país. Con la espantada empresarial han conseguido que el capitalismo retire sus zarpas de Cataluña. Y, sobre todo, han vivido días de gloria con la entrada en pánico de España y de la Unión Europea por los efectos desestabilizadores de la crisis catalana.

Si el ganador por ese lado es la CUP, por el otro es Rajoy y su apuesta por el retorno a la normalidad

No podía pedir más un partido antisistema a cuyos dirigentes les trae sin cuidado la independencia de Cataluña. No vale que ahora Artur Mas diga que no tiene ninguna responsabilidad desde enero de 2016 porque fue él quien les abrió la puerta. Luego ellos se la cerrarían a él —qué ingratos— para dar paso a Puigdemont en esa fecha. Pero nunca pensaron que el escrache de 2011 al entonces presidente de la Generalitat (le obligaron a acceder en helicóptero al Parlament) les iba a salir tan rentable. Ahí empezó todo, cuando Mas puso la estelada en sus manos, señaló al enemigo y les hizo olvidar sus denuncias contra los recortes en servicios públicos a los catalanes más desfavorecidos.

Si el ganador por ese lado es la CUP, por el otro es Rajoy y su apuesta por el retorno a la normalidad. Precursores de ese retorno son la propia autocrítica del soberanismo, la próxima absorción por parte del Tribunal Supremo de las causas judiciales abiertas, la muy probable puesta en libertad de los encarcelados (supresión de medidas cautelares ya con bajo riesgo de reiteración delictiva) y las elecciones del 21-D. Las convoca Moncloa y las acepta el independentismo. 'Votarem'. Con garantías, censo fiable, recuento bajo control judicial, político y administrativo, en paz, sin heridos imaginarios y sin derecho a votar más de una vez.

El nacionalismo catalán quiso hacerle el mate pastor al Estado y lo que ha hecho es el ridículo, como Josep Tarradellas habrá comprobado desde la tumba. El gran leviatán concebido por Hobbes no es idiota. Los independentistas ya se han dado cuenta. Ahora uno de los suyos, Jordi Basté (premio Rey de España de Periodismo, oiga), les aconseja “actuar con inteligencia” y no volver a provocar a la “bestia”.

Carles Puigdemont Artur Mas