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A Ada Colau no le gusta Barcelona
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Antonio Casado

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A Ada Colau no le gusta Barcelona

La alcaldesa ya había declarado en su día que estas cumbres mundiales de las telecomunicaciones no coinciden con su modelo de desarrollo

Foto: Cena de bienvenida al Mobile World Congress. (EFE)
Cena de bienvenida al Mobile World Congress. (EFE)

El título me lo inspira la periodista barcelonesa Rosa Cullel. Hace días, en vísperas del Mobile World Congress, cuya inauguración viene marcada por el boicot del independentismo al Rey de España, hablaba de Barcelona como una ciudad “sumida en el desconcierto, enfadada con el turismo, alérgica a los medicamentos, suspicaz con el desarrollo y enferma de un buenismo que favorece la picaresca urbana”.

“Parece que a Ada Colau y sus regidores no les gusta su ciudad”, escribía Cullel. Exactamente. La alcaldesa ya había declarado en su día que estas cumbres mundiales de las telecomunicaciones no coinciden con su modelo de desarrollo. Lo demás es teatro, puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro, como cantaba la Lupe.

Foto: Cena de bienvenida al Mobile World Congress. (EFE)

En calculada complicidad con los dirigentes independentistas, ha puesto todo lo que está de su parte en la internacionalización del ridículo. No podían encontrar mejor caja de resonancia que la gran feria mundial de la telefonía móvil. El problema es la imagen de una sede lastrada por el desencuentro de las instituciones concernidas.

No son esas las condiciones ideales para garantizar la continuidad del Mobile World Congress, vinculada por sus responsables a un marco de normalidad y estabilidad. Lo que Barcelona se perdería si no se dieran tales condiciones es un impacto de 465 millones de euros en la economía de la ciudad y la creación de 13.200 puestos de trabajo (cifras de la edición de 2017).

Cada uno se retrata como quiere. Anoche, en la cena inaugural del Mobile 18, Felipe VI apostó en varios idiomas por mantener la cooperación ente el Gobierno, la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona, a fin de prolongar el éxito continuado de este congreso “en beneficio de todos”.

Palabras escuchadas con cara de póquer por el presidente del Parlament y la alcaldesa de Barcelona, qué remedio, aunque previamente no habían querido recibir al Rey. Su ausencia de la recepción oficial fue repicada en los alrededores del Palau de la Música con movilizaciones cocinadas por la trama civil del independentismo (ANC y OC).

placeholder La cena de apertura del MWC. (EFE)
La cena de apertura del MWC. (EFE)

Así también se han retratado Roger Torrent, Ada Colau y los tres representantes de la Generalitat designados en razón del cargo (Ciberseguridad, Competitividad y Empresa). Igual que el fugado Puigdemont, que desde Bruselas se ha sumado al boicot al Rey. Pretenden reprobarlo por su posición ante un proceso tan ilegal y tan sectario como el intento de romper unilateralmente con España.

Lo de Puigdemont, Torrent y Colau es absurdo, infantil y teatral. No se me ocurren otros calificativos para referirme a esta forma de hacerse notar. En realidad, lo que están escenificando (se hace teatro cuando no se sabe hacer política) es una frustración mal curada. La que sufrieron a raíz de una histórica alocución de Felipe VI dos días después del infausto 1-O.

Aquel mensaje apremió al Estado para usar la fuerza del derecho contra quienes pretendían imponer un nuevo régimen político al margen de la ley y contra la voluntad de más de la mitad de los catalanes. Movilizó a la ciudadanía frente una amenaza a la paz civil y la estabilidad institucional. Y contribuyó decisivamente a desactivarla.

Es lógico el ataque de contrariedad que desde entonces sufren los partidarios del fallido golpe a la convivencia y al imperio de la ley, hoy por hoy sin otro discurso que el del lazo amarillo y la machada de boicotear la presencia del Rey en Barcelona con motivo del evento que engancha a Cataluña y al resto de España a la cuarta revolución industrial.

El título me lo inspira la periodista barcelonesa Rosa Cullel. Hace días, en vísperas del Mobile World Congress, cuya inauguración viene marcada por el boicot del independentismo al Rey de España, hablaba de Barcelona como una ciudad “sumida en el desconcierto, enfadada con el turismo, alérgica a los medicamentos, suspicaz con el desarrollo y enferma de un buenismo que favorece la picaresca urbana”.