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Los lugares comunes de Sánchez
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Antonio Casado

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Los lugares comunes de Sánchez

La entrevista del presidente del Ejecutivo tuvo demasiados lugares comunes y demasiados burladeros ante las preguntas directas y pertinaces de Ana Pastor

Foto: Pedro Sánchez y Ana Pastor, en un momento de la entrevista. (EFE)
Pedro Sánchez y Ana Pastor, en un momento de la entrevista. (EFE)

No es mucho decir que la clave del éxito de un Gobierno consiste en anteponer el diálogo al conflicto. El presidente recurrió a ese mantra para acreditar su interés en agotar la legislatura. Y también como garantía de que habrá fumata blanca en sus dos retos más apremiantes. Uno, el conflicto de Cataluña, que despachó invitando a Torra a “abrir un diálogo entre los propios catalanes”. Otro, la aprobación de los PGE de 2019.

Fue la tónica de su comparecencia televisiva de anoche. Demasiados lugares comunes y demasiados burladeros ante las preguntas directas y pertinaces de Ana Pastor. Con un Sánchez inseguro y a la defensiva, que acreditó los tres lastres puestos en evidencia durante su semana negra: insolvencia técnica, debilidad parlamentaria y descoordinación política. De ahí los bandazos (las bombas inteligentes, el impuesto a la banca, el efimero apoyo a la ya exministra Montón).

Foto: Pedro Sánchez, durante su entrevista con la periodista Ana Pastor en La Moncloa, este 16 de septiembre. (Pool Moncloa)

Y espero que no tenga que rectificar ahora una frase furtiva sobre el desafío al Estado en Cataluña. “Esta crisis —dijo— se resolverá votando”. La frasecita puede reventarle en la cara si no explica bien en qué estaba pensando cuando la soltó.

No acertó en el supuesto engorde artificial de su historial académico, que ocupó un espacio desproporcionado en la entrevista, frente a temas centrales como el conflicto catalán, la economía, el futuro de la Unión Europea, el drama migratorio, la política exterior, la precariedad laboral o el propio hecho de apoyarse en fuerzas políticas reñidas con la Constitución y la monarquía parlamentaria.

Sánchez quiso despojarse de su condición institucional para establecer esa ingenua diferencia entre “crítica legítima” y “difamación personal”

¿A quien se le ocurre apelar a su condición de ciudadano ofendido por ciertos medios de comunicación? Como si pudiera dejar de ser presidente del Gobierno en el culebrón de su tesis doctoral. Aun quienes creemos desproporcionado e injusto el cerco político y mediático al que está siendo sometido, a la vista de la información acumulada y las explicaciones ofrecidas, no entendemos que quisiera despojarse de su condición institucional para establecer esa ingenua diferencia entre “crítica legítima al poder” y “difamación personal”.

Tampoco estuvo muy lúcido a la hora de defender lo que conviene frente a lo que cree en el asunto de las 400 bombas vendidas a los saudíes que, según los ministros Celaá y Borrell, solo matan a quien se lo merece. Y él persistió en el error.

La exhumación de Franco, junto a la extensión de la sanidad universal, es la única alegría que Sánchez ha dado a los votantes socialistas

El pragmatismo es una opción política. De acuerdo, Sánchez priorizó el mantenimiento de los 6.000 puestos de trabajo y las buenas relaciones con Arabia Saudí. Pero a un votante de izquierdas solo puede sonrojarle que, al mismo tiempo, Sánchez presuma de que este Gobierno defiende los derechos humanos y la paz en el mundo. Y mucho menos si acaba de celebrar los primeros 100 días de su mandato anunciando que la “coherencia” será la clave de su proyecto hasta el año 2030.

Más cómodo estuvo cuando habló del dictador desenterrable del Valle de los Caídos. La exhumación de Franco, como uno de los logros del nuevo Gobierno socialista. No es gran cosa en un contexto cargado de nubarrones (desaceleración económica, creciente ausencia del Estado en Cataluña, nubarrones sobre el futuro de Europa). Pero, junto a la extensión de la sanidad universal a los migrantes desahuciados por el Gobierno del PP en la anterior legislatura, es la única alegría contante y sonante que Sánchez ha dado a los votantes socialistas.

No es mucho decir que la clave del éxito de un Gobierno consiste en anteponer el diálogo al conflicto. El presidente recurrió a ese mantra para acreditar su interés en agotar la legislatura. Y también como garantía de que habrá fumata blanca en sus dos retos más apremiantes. Uno, el conflicto de Cataluña, que despachó invitando a Torra a “abrir un diálogo entre los propios catalanes”. Otro, la aprobación de los PGE de 2019.

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