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Al Tribunal Supremo se le cayó la venda
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Antonio Casado

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Al Tribunal Supremo se le cayó la venda

El episodio que arrasa en todos los medios de comunicación es una prueba más de que la vida pública se ha convertido en el ingrávido reino de la confusión y los palos de ciego

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Solo nos faltaba el culebrón de las hipotecas para animar a los pregoneros de la inseguridad jurídica y la fragilidad de las instituciones. Un mal denunciado reiteradamente por la clase empresarial de un tiempo a esta parte. Así lo verbaliza el presidente del Círculo de Empresarios: “El progreso y el bienestar de las sociedades se encuentra íntimamente ligado a la calidad de sus instituciones. Sin calidad institucional y sin seguridad jurídica, es imposible un desarrollo equilibrado de la economía y de la sociedad” (John de Zulueta).

La sentencia con freno y eventual marcha atrás del Tribunal Supremo respecto al impuesto en actos jurídicos documentados ha sembrado el desconcierto en la banca y en la ciudadanía, que se va a prolongar innecesariamente hasta la revisión anunciada para el próximo día 5 de noviembre. Así, tendremos más tiempo para hurgar en la herida. Una crisis de fe en los tribunales de Justicia. Lo que menos necesitábamos quienes aún creemos en la judicialización de conductas presuntamente delictivas, incluidos los atentados contra el orden constitucional que alientan ciertas fuerzas políticas.

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El episodio que arrasa en todos los medios de comunicación es una prueba más de que la vida pública se ha convertido en el ingrávido reino de la confusión, la incertidumbre y los palos de ciego. Dicho fue aquí mismo hace unos días en relación con la política española, patológicamente condicionada por el llamado conflicto catalán, y los tres años tontos transcurridos desde las elecciones de 2015.

Los efectos se hacían y se hacen notar sobre los actores del Ejecutivo y el legislativo. Diputados, senadores y gobernantes que luchan por el poder debidamente agrupados en los consabidos entes de participación. Es decir, la clase política, cuya calidad es manifiestamente mejorable, según el unánime y documentado diagnóstico que no osaré poner en cuestión.

Lo que nunca hubiéramos imaginado es que el Tribunal Supremo se rectificase a sí mismo

La debilidad parlamentaria y la desorientación política de un Gobierno que sobrevive gracias a fuerzas políticas reñidas con el sistema explican que el país siga paralizado desde hace más de tres años en materia de reformas pendientes y problemas reales de los españoles. Pero lo que nunca hubiéramos imaginado es que el Tribunal Supremo se rectificase a sí mismo.

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Supone una inesperada crisis de credibilidad en el tercero de los poderes del Estado, cuyo funcionamiento da la medida de la buena o mala salud del sistema. Hablo del poder judicial, precisamente el que está llamado a garantizar la seguridad jurídica de los distintos actores de la vida pública. Y hablo de la diosa ‘Iustisia’, versión romana de la griega Themis. Representada en la bella e impasible mujer que lleva los ojos vendados, como símbolo de la imparcialidad, y suele aparecer a la entrada de los juzgados. ¿Se le habrá caído la venda?

Con el culebrón de las hipotecas, la mancha se extiende al poder habitado por unos profesionales del servicio al Estado “independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley” (artículo 117 de la Constitución española). No puede ser más dañina la sospecha de que se les pudo haber caído la venda de los ojos a tiempo de ver a la banca en la parte perjudicada por la sentencia.

Solo nos faltaba el culebrón de las hipotecas para animar a los pregoneros de la inseguridad jurídica y la fragilidad de las instituciones. Un mal denunciado reiteradamente por la clase empresarial de un tiempo a esta parte. Así lo verbaliza el presidente del Círculo de Empresarios: “El progreso y el bienestar de las sociedades se encuentra íntimamente ligado a la calidad de sus instituciones. Sin calidad institucional y sin seguridad jurídica, es imposible un desarrollo equilibrado de la economía y de la sociedad” (John de Zulueta).

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