Al Grano
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Hacia un Gobierno monocolor con relaciones abiertas
De momento, el presidente del Gobierno en funciones y candidato a una nueva investidura sabe lo que quiere: un Gobierno estable y proeuropeo, como le han pedido en Bruselas. Y lo que no quiere
En la cabeza de Pedro Sánchez bulle la idea de un Gobierno monocolor con relaciones abiertas y algún ministro independiente. No quiere ni puede fletarla antes de un reparto completo de las cartas negociadoras. Lógico. Y eso no va a ocurrir antes del 26 de mayo. A la política casquivana no le sienta bien el cortejo a ciegas.
Guiños no faltarán. Será cosa de ver cómo se concilian los ritos de apareamiento con los discursos de campaña cuando el próximo 21 de mayo, a cinco días de las elecciones europeas, municipales y autonómicas (en 12 comunidades y dos ciudades autónomas), se constituyan las Cámaras y se elijan sus Mesas.
La posterior ronda de consultas del Rey con los jefes de fila y el pleno de investidura, a primeros de junio, nos permitirán conocer por boca del aspirante, Pedro Sánchez, los detalles de la fórmula de gobernabilidad más conveniente para un país sediento de certidumbres. Las urnas acaban de darle la oportunidad de conducirse como un hombre de Estado y desactivarse como un superviviente en los juegos de poder.
Deberá taparse los oídos ante los cantos de sirena de los que se ofrecen a echarle una mano. Están perfectamente identificados: Iglesias Turrión, Oriol Junqueras y Arnaldo Otegi. Y a ver cómo se las arregla para huir de las malas compañías sin desmentirse de su aversión a los cordones sanitarios y su disposición a dialogar con todos.
Relaciones abiertas, sí, pero no tanto que la promiscuidad impida la formación de mayorías necesarias para afrontar como temas de Estado los grandes asuntos pendientes: pensiones, educación, paro juvenil, desigualdad, la cuestión catalana, reforma de la Administración, cambio climático, renovación de órganos institucionales, financiación autonómica, etc.
Relaciones abiertas, sí, pero no tanto que impidan la formación de mayorías necesarias para afrontar como temas de Estado grandes asuntos pendientes
No puede ser que esas cuestiones de interés general, se vote a quien se vote, sigan aparcadas desde diciembre de 2015 por culpa de los cordones sanitarios, la polarización y los discursos insidiosos que impiden la formación de mayorías parlamentarias para la solución de problemas comunes.
De momento, el presidente del Gobierno en funciones y candidato a una nueva investidura sabe lo que quiere: un Gobierno estable y proeuropeo, como le han pedido en Bruselas. Y lo que no quiere. Ni Gobierno de coalición con Podemos, ni pacto con ERC cuyo precio sea un referéndum de autodeterminación.
A partir de ahí, la geometría variable ('copyright' Zapatero) puede darnos muchas sorpresas, una vez que, después del 26 de mayo, los electores se vuelvan a casa y sean los dirigentes políticos quienes negocien la definitiva configuración del poder nacional, autonómico y municipal. Y por ahí van las especulaciones que, sobre todo en el mundo empresarial, sugieren alguna forma de entendimiento del PSOE con Ciudadanos como garantía de estabilidad para los próximos cuatro años.
Es verdad que no está en los planes de Sánchez (“¡Con Rivera no!”, claman sus militantes) y que Ciudadanos se apresta a asumir el papel de oposición al grito de váyase, señor Sánchez. Pero me cuesta creer que Rivera, o el propio Casado, por no desdecirse de su aversión al PSOE, se desentiendan ante un nuevo bloqueo de la gobernabilidad o ante un eventual empoderamiento de los enemigos del Estado.
¿Cómo podría Rivera seguir acusando a Sánchez de venderse a los separatistas si está en su mano la forma de evitarlo?
Ahí dejo la pregunta.
En la cabeza de Pedro Sánchez bulle la idea de un Gobierno monocolor con relaciones abiertas y algún ministro independiente. No quiere ni puede fletarla antes de un reparto completo de las cartas negociadoras. Lógico. Y eso no va a ocurrir antes del 26 de mayo. A la política casquivana no le sienta bien el cortejo a ciegas.