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Esa aberración moral de la que habla Otegi
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Antonio Casado

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Esa aberración moral de la que habla Otegi

El instinto tribal marca el lenguaje del nacionalismo. Hasta el punto de arrogarse el derecho a causar sufrimiento ajeno dentro de unos límites

Foto: El coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi. (EFE)
El coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi. (EFE)

Carece de sentido cerrar el paso de la dinámica periodística a quien no lo tiene cerrado en la dinámica legal. Si prima el interés para la opinión pública, se entiende. Era evidente en este caso, al margen de la catadura moral del personaje.

Arnaldo Otegi (6 julio 1958, Elgóibar), uno de los condenados por intentar reconstruir el brazo político de ETA (Batasuna), ya pasó seis años en la cárcel de Logroño y está inhabilitado para ejercer cargos públicos hasta 2021. Pero su libertad de expresión no intervenida casa con el derecho de los ciudadanos a recibir información veraz y el deber de los medios de facilitarla. Esa es la secuencia y no deberíamos contaminarla con relatos insidiosos y gratuitos procesos de intenciones. Si se trataba de blanquear a un averiado aspirante a lendakari, el aspirante y sus presuntos costaleros han hecho un pan de obleas.

La libertad de expresión no intervenida casaba con el derecho de los ciudadanos a recibir información veraz y el deber de los medios de facilitarla

Basta quedarse en su hipócrita señal de contrición por “si hemos causado a las victimas más dolor del necesario o del que teníamos derecho a hacer”.

La frase suena como el paradigma de una aberración moral. La de quienes estuvieron dispuestos a asesinar —selectivamente o no— a la mayor gloria de Euskal Herria. Solo hasta cubrir el cupo de víctimas asignado a la promoción de la patria vasca ¿Por quién, señor Otegi? La duda pesa sobre su conciencia. Le corroe no saber si desbordaron o no ese umbral.

El solo hecho de comentarlo produce escalofríos. Hasta ahí llega el instinto tribal que expropia el lenguaje y los marcos mentales del nacionalismo. Hasta el punto de arrogarse el derecho a causar sufrimiento ajeno, aunque dentro de unos límites. Lo demás quedó en el culebrón de la semana. Se desquicia el asunto cuando se endosa al mensajero la carga de la prueba. No tiene sentido culpar a TVE, por el hecho de ser un medio público, de poner la pista a disposición del artista. Si el artista sale airoso, o se despeña, nunca será culpa de la dirección del circo. Ni de sus mantenedores.

placeholder El presentador de 'La Noche en 24 horas', Marc Sala, y Arnaldo Otegi en la entrevista de TVE.
El presentador de 'La Noche en 24 horas', Marc Sala, y Arnaldo Otegi en la entrevista de TVE.

Me solidarizo con el presentador del programa, Marc Sala. Alabo su trabajo y el de los colegas que preguntaron lo que debían preguntar a Otegi en su controvertida aparición del miércoles. Ni de lejos dieron la menor muestra de pretender blanquear a un personaje tóxico donde los haya. Todo lo contrario. Así tuvimos la oportunidad de verificar la huella de sangre y de miseria moral que le ha dejado su paso por ETA.

No comparto las razones del preventivo rasgado de vestiduras de quienes hicieron campaña en contra de la entrevista y en contra de los responsables de la cadena pública. Especialmente aquellas razones que insinuaron una operación de blanqueo del líder de Bildu —organización heredera de Batasuna, antiguo brazo político de la banda terrorista—, supuestamente inspirada por el Gobierno de Pedro Sánchez.

Si se trataba de blanquear a un averiado aspirante a lendakari, el aspirante y sus presuntos costaleros han hecho un pan de obleas

Me consta que la decisión fue estrictamente profesional, inspirada en la voluntad de servicio público orientada a formar el criterio de los ciudadanos sobre lo que pasa a su alrededor. Es insidioso relacionarla con furtivos intereses de partido tras el reparto de cartas en unas elecciones generales y en vísperas de una sesión de investidura de incierto resultado.

Sobreactuaron el PP y Ciudadanos. Hasta el punto de sugerir que quienes defendimos la decisión de entrevistar a tan detestable personaje estábamos de su parte. Esa maldad alimentó a quienes se rasgaron las vestiduras por el hecho de poner la televisión pública al servicio de un exterrorista no arrepentido.

Carece de sentido cerrar el paso de la dinámica periodística a quien no lo tiene cerrado en la dinámica legal. Si prima el interés para la opinión pública, se entiende. Era evidente en este caso, al margen de la catadura moral del personaje.

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