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El dilema: vidas humanas o puestos de trabajo
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Antonio Casado

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El dilema: vidas humanas o puestos de trabajo

Que salvar vidas humanas sea prioridad de prioridades invita a adherirse al Gobierno y mitiga el síndrome del piloto borracho

Foto: Pedro Sánchez y sus ministros, en un gabinete extraordinario. (EFE)
Pedro Sánchez y sus ministros, en un gabinete extraordinario. (EFE)

Propongo dedicar un turno a la parte intangible de la guerra contra esa curva de Simón ya en desescalada. Me refiero a la parte que afecta a nuestro sistema de valores. Vale también, por qué no, la cristiana devoción a San Roque, el santo pestífero que nos protege de las epidemias.

Vayamos más allá de la contabilidad y las diarias notificaciones de contagiados, fallecidos, curados y hospitalizados en las UCI. Y, por supuesto, más allá de los reproches al mando único de la crisis, que “ni consuelan ni curan”, como dice Rufián.

Me explico:

La nueva vuelta de tuerca a la movilidad del pueblo soberano, decretada ayer por el Gobierno (vacaciones retribuidas en sectores económicos no esenciales), nos trae consuelo moral a los cautivos del coronavirus: la protección de la vida humana sigue venciendo al fantasma del colapso económico. Después de oír al lamentable ministro holandés de Economía, que los dioses confundan por descalificar los sistemas sanitarios que no discriminan por razón de edad, he aquí un motivo para superar el síndrome del piloto borracho que Moncloa transmite y unirse al Gobierno en la guerra contra el Covid-19. Al menos, en su forma de enfrentarse al consabido dilema.

"El decreto aprobado ayer para reducir más la movilidad estaba retenido por miedo a que se abra la puerta a las suspensiones de pago"

El dilema consiste en salvar vidas destruyendo el menor número posible de puestos de trabajo o bien salvar puestos de trabajo arriesgando el menor número posible de vidas humanas. Hemos elegido lo primero, a diferencia de quienes desde el principio optaron por lo segundo en otros países, como Trump en Estados Unidos o Johnson en el Reino Unido.

Aunque parezca una obviedad en perspectiva ética, dominante en la población española, a mi juicio, el asunto ha sido objeto de vivo debate en el seno del Consejo de Ministros. De hecho, las medidas aprobadas ayer domingo estaban retenidas precisamente por miedo al impacto contante y sonante en el aparato productivo de la economía nacional. Seamos más precisos: por miedo a que, tras la 'prohibición' de los despidos, se esté abriendo la puerta a las suspensiones de pago en muchas empresas.

Se impuso el miedo a perder vidas humanas por desbordamiento de las unidades hospitalarias de cuidados intensivos (UCI). Si además el decreto sobre el 'permiso retribuido recuperable' (10/2020) se hubiera consensuado con comunidades autónomas y organizaciones empresariales, mejor que mejor.

"Dudo de que trabajadores más bajos en la escala salarial vayan a encontrar remedio en el BOE. Los primeros en caer y los últimos en recuperarse"

Pero eso ya es pedir demasiado al reducido grupo de personas en torno a Pedro Sánchez, apremiadas por la urgencia en la toma de decisiones. Ahora arden los medios de comunicación y las redes sociales sobre lo que es o no trabajo esencial, y lo que son desplazamientos permitidos y no permitidos.

Uno tiene serias dudas de que las primeras víctimas de la crisis, trabajadores de escalas salariales más bajas, vayan a encontrar remedio en el BOE de la España oficial acorralada por el Covid-19. Como siempre, serán los primeros en caer y los últimos en recuperarse. Me temo.

Propongo dedicar un turno a la parte intangible de la guerra contra esa curva de Simón ya en desescalada. Me refiero a la parte que afecta a nuestro sistema de valores. Vale también, por qué no, la cristiana devoción a San Roque, el santo pestífero que nos protege de las epidemias.

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