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Illa y Simón: la hora del desagravio
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Antonio Casado

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Illa y Simón: la hora del desagravio

Me parece justo y necesario reconocer el trabajo del ministro y del coordinador de emergencias, frente al acoso de bufones digitales y adivinadores del pasado

Foto: El ministro de Sanidad, Salvador Illa, junto a Fernando Simón. (EFE)
El ministro de Sanidad, Salvador Illa, junto a Fernando Simón. (EFE)
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Optimismo, que no falte. Y si sobra, mejor. Póngase en el haber del esforzado voluntarismo del epidemiólogo Fernando Simón (Zaragoza, 1963), que siempre vio medio llena la botella. Las referencias negativas deprimen, minan la moral y contagian la parte más irracional del miedo. Eso nunca formó parte de los apacibles discursos del director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias. Es de agradecer.

Como un guiño político de Sánchez a los socialistas catalanes, Salvador Illa (Roca del Vallés, Barcelona, 1966, licenciado en Filosofía y máster en Economía), llegó a un ministerio devaluado por la descentralización autonómica con el encargo de reintentar la Ley de Eutanasia, que se había quedado en la nevera de la minilegislatura anterior. Allí sigue.

En el anuncio oficial del último esfuerzo para doblegar el coronavirus, me parece oportuno, justo y necesario el explícito reconocimiento público del presidente del Gobierno al paciente trabajo del ministro y del coordinador-portavoz de la gestión sanitaria de la crisis.

"Las referencias negativas minan la moral y contagian la parte más irracional del miedo. Eso nunca formó parte de los discursos de Simón"

Necesitaban el desagravio y quizá lo seguirán necesitando, a juzgar por la persistencia de bufones digitales, adivinadores del pasado y expertos de la nada, que nunca dejaron de practicar el tiro al blanco contra ellos. Sin embargo, con la sonrisa de la Gioconda y la paciencia de Job, como hubiera dicho Fidel Castro, ellos no se contagiaron con ese “virus de la provocación” denunciado ayer por Sánchez, a pesar de que a él sí le afectó en ciertos momentos de la refriega política.

Aunque solo fuera por eso, por el aguante ante muchos ataques personales y algunas descalificaciones técnicas, Illa y Simón merecen el elogio. No solo el del presidente, su jefe, que así se autojalea. Es el aplauso de la gente lo que, a la vista de los resultados (contantes y sonantes, no opiniones subjetivas), se han ganado las dos figuras más expuestas a través del diario parte de guerra contra el insidioso enemigo común.

"Con la sonrisa de la Gioconda y la paciencia de Job, como diría Fidel Castro, no se contagiaron del 'virus de la provocación' denunciado por Sánchez"

Nadie con independencia de juicio puede discutir que el estado de alarma ha salvado vidas, más allá de constatar el desbarajuste de los inicios, con reacciones improvisadas y una nefasta política de comunicación. Los reproches acumulados sobre la gestión del mando único (confusa, tardía, ineficaz, centralizadora, errática) han acabado siendo decimales ante la magnitud de lo conseguido. Cuando el número de contagiados diarios ya está por debajo de 100 en toda España y los fallecimientos diarios se cuentan con los dedos de una mano, hay motivos para creer que estamos en el tramo final de la pesadilla.

Solo una sombra negra. El riesgo de volver a las andadas si un contraataque del virus nos pilla con la guardia baja después del retorno a la 'nueva normalidad' previsto para el 21 de junio. Ese día terminará la sexta y última prórroga del estado de alarma que Moncloa tiene en la recámara para el miércoles en el Congreso. El anuncio del retorno al estado de confort que nos anestesiaba hace algo más de tres meses es la buena nueva.

"Los reproches acumulados sobre la gestión del mando único (confusa, tardía, ineficaz, errática) han acabado siendo decimales ante lo conseguido"

Tal vez algo prematura. En todo caso, el gozoso grito de “misión cumplida”, ensayado ayer por Sánchez, llevará cosida la imagen de dos personajes injustamente tratados. Mejor si los vituperios ahora dejan paso al reconocimiento de contribución al alto grado de cumplimiento del plan de desescalada. Y no podría haber mejor homenaje a la tarea de estos dos actores del drama que el armisticio entre partidos situados a uno y otro lado de la barricada política. Ninguno está libre de pecado. La confrontación a cara de perro sobre un suelo enlosado de ataúdes es el desalentador contrapunto al ejemplo de civismo que ha dado la ciudadanía.

Optimismo, que no falte. Y si sobra, mejor. Póngase en el haber del esforzado voluntarismo del epidemiólogo Fernando Simón (Zaragoza, 1963), que siempre vio medio llena la botella. Las referencias negativas deprimen, minan la moral y contagian la parte más irracional del miedo. Eso nunca formó parte de los apacibles discursos del director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias. Es de agradecer.

Eutanasia Fidel Castro Moncloa