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El fin de la catalanidad en la banca española
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Antonio Casado

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El fin de la catalanidad en la banca española

Si se pierde el nombre, se pierde la marca. Con la ya cantada absorción del Banco Sabadell por el BBVA, no quedará ninguna entidad genuinamente catalana. Dato reseñable en clave política

Foto: Foto: EFE.
Foto: EFE.

Una banca propia para 'Fer poble, fer Catalunya' (1958), el sueño malogrado de Jordi Pujol. Las brasas que quiso reavivar bajo las cenizas de la Cataluña derrotada de la posguerra —como el resto de una España empobrecida— también se han convertido en cenizas. Del todo. En el espíritu y en la letra. Si se pierde el nombre, se pierde la marca. Mala noticia para la causa identitaria, incluso en sus versiones más apacibles.

Con la ya cantada absorción del Banco Sabadell por el BBVA, desaparecerá el último componente de catalanidad que le quedaba a la banca española. Solo cinco años han pasado desde que el Sabadell compró el TSB británico. Así también desaparece del ámbito global. Si se consuma la fusión, no quedará ninguna entidad genuinamente catalana capaz de codearse con otras en depósitos, capacidad crediticia, potencia inversora, etc. Creo que es un dato reseñable en clave política.

No cuenta ni poco ni mucho la preservación de la catalanidad de una de las partes. Pero es un efecto colateral indeseable en el relato independentista

No cuenta ni poco ni mucho la preservación de la catalanidad de una de las partes. Pero es un efecto colateral, seguramente indeseable en el relato de los independentistas. Al revés, son las proyecciones españolas e internacionales del negocio bancario (especialmente las europeas) las que marcan los cruces de consultores y ejecutivos de ambas entidades en su apuesta por el tamaño y la rentabilidad.

Atrás queda también la desaparición de las cajas provinciales, comarcales y territoriales de Cataluña, barridas por la crisis financiera de 2009 hacia los grandes bancos nacionales. Y la disolución de la emblemática La Caixa (sobre la poderosa Caixa de Pensiones) en la entidad resultante de su reciente fusión con Bankia.

Foto: El presidente del Govern en funciones, Pere Aragonès, en el Parlament. (EFE)

Más lejana en el tiempo es la infausta memoria de Banca Catalana que, como el Barcelona C. de F., quiso ser más que un banco. El ya desvanecido sueño de dotar a Cataluña de un banco propio como palanca política del proyecto identitario. En los tribunales, acabó aquella aventura “al servicio del país” iniciada por un joven y audaz Jordi Pujol a principios de los años sesenta del siglo pasado, aprovechando la ola liberalizadora del franquismo (López Rodó y sus ministros tecnócratas).

Desde que iniciara sus primeros pasos en Olot (Banca Dorca, el germen), Banca Catalana llegó a tener unas 200 oficinas dentro y fuera de Cataluña (también en Madrid) y a ocupar el décimo puesto en el 'ranking' bancario español pocos años después, en el tramo final del régimen franquista.

El espíritu fundacional era la recuperación de la iniciativa económica perdida con la derrota de la Segunda República en 1939, como el propio Jordi Pujol reconoce en sus memorias: “La entidad debía estar al servicio del país. Disponer de un banco era una manera de tener poder”.

Como un golpe bajo del Estado al nacionalismo se interpretó el fin de Banca Catalana, concebida por Pujol como palanca “al servicio del país”

Y así fue hasta que el Banco de España detectó un agujero de 20.000 millones de pesetas, el Estado procedió a intervenir Banca Catalana y, por medio del Fondo de Garantía, la acabó vendiendo al entonces Banco de Vizcaya. Al tiempo, se produjo la famosa querella de la Fiscalía General del Estado (23 de mayo de 1984) contra el ya presidente de la Generalitat y una veintena de directivos por apropiación indebida y falsedad documental entre los años 1973 y 1977, en los que Pujol era el principal ejecutivo de la entidad.

De la interpretación de aquellos acontecimientos como un golpe bajo al nacionalismo catalán nació la resentida soflama de Jordi Pujol, que acababa de ser investido por segunda vez presidente de la Generalitat, ante una enardecida manifestación (“¡Som una nació!”, “¡Obiols, boutifler!”) en la plaza Sant Jaume: “Dejadme que os diga una cosa, que es la última vez que la digo, pero que quiero que quede clara: ¡el Gobierno de Madrid ha hecho una jugada indigna! Y a partir de ahora, cuando alguien hable de ética y juego limpio, podremos hablar nosotros, no ellos”.

(Treinta años habían de pasar desde entonces hasta que estallara el escándalo sobre la fortuna camuflada de los Pujol, también con efectos colaterales en la causa del catalanismo. Pero esa es otra historia).

Una banca propia para 'Fer poble, fer Catalunya' (1958), el sueño malogrado de Jordi Pujol. Las brasas que quiso reavivar bajo las cenizas de la Cataluña derrotada de la posguerra —como el resto de una España empobrecida— también se han convertido en cenizas. Del todo. En el espíritu y en la letra. Si se pierde el nombre, se pierde la marca. Mala noticia para la causa identitaria, incluso en sus versiones más apacibles.

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