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El Rey no quiere ser pedrada de unos contra otros
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Antonio Casado

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El Rey no quiere ser pedrada de unos contra otros

A un jefe del Estado cuyos actos carecen de validez sin refrendo del Gobierno, no se le puede pedir que haga el trabajo de la justicia y los medios de comunicación

Foto: Felipe VI, durante su discurso de Nochebuena. (EFE)
Felipe VI, durante su discurso de Nochebuena. (EFE)
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El Rey no bajó al barro en el mensaje de Nochebuena. Hizo bien. Con inteligencia digna de mejor causa, se niega a ser pedrada de unos contra otros, como desearían los pregoneros de la España republicana y plurinacional. ¿Qué esperaban? ¿Que se azotase hasta sangrar? ¿Un discurso absolutorio sobre los pecados del padre? ¿Un ajuste de cuentas a los conjurados en “construir república y deconstruir monarquía”? ¿O el harakiri televisado de Felipe VI que los Iglesias, Aragonés, Echenique, Otegi, Rufián han echado en falta?

Ellos son los que están fuera de la realidad, cautivos de insidiosas tácticas para reconocerse en su aversión al régimen del 78, a falta de gracias más útiles al ciudadano. Cabezones, sí, pero como los malos vinos, no como el atleta pertinaz por batir su propia marca. Empezando por la parte del Gobierno al mando de Iglesias, dolida por la falta de condena explícita a las “actividades corruptas” del padre (Rafa Mayoral 'dixit') en el mensaje del hijo. Se convive sin problema con los antecedentes criminales de Otegi mientras se exige la abdicación del Rey por los delitos fiscales del padre. Moral selectiva se llama eso.

Los pregoneros de la España republicana y plurinacional están fuera de la realidad, cautivos de su aversión al régimen del 78

A Podemos y otros no le basta el compromiso con los valores éticos que nos obligan a todos sin excepción, “por encima de las circunstancias personales o familiares”. Esperaban que hubiera desbordado el escrutinio de una opinión pública muy dividida rompiendo el principio de neutralidad y desnaturalizando la institución. A un jefe del Estado cuyos actos carecen de validez sin refrendo del Gobierno (art. 56 de la CE), no se le puede pedir que haga el trabajo de la justicia y los medios de comunicación. Y menos desde el Gobierno.

Previsibilidad, divino tesoro cuando las incertidumbres de la pandemia coexisten con la insoportable banalización de la vida política. Coherente el mensaje del Rey, coherentes las reacciones. Nada nuevo respecto a las posiciones previas. Felipe VI sigue la línea marcada en su proclamación. Y la tríada subversiva (UP, ERC, Bildu) mantiene su guerra a la Monarquía.

A punto de terminar un año “duro y difícil”, las consecuencias económicas y sociales de la pandemia se impusieron al culebrón del emérito, aunque en Bildu creen que debió haber sido al revés. Qué barbaridad. A nadie en sus cabales le sorprendió el homenaje al personal sanitario y las víctimas del coronavirus, así como a la fortaleza de la sociedad y el Estado, con llamamiento incluido a sumar esfuerzos para superar esta crisis como hemos superado otras (“Somos un pueblo que no se rinde”).

En UP se convive sin problema con los antecedentes criminales de Otegi, pero se exige la abdicación de Felipe VI por los delitos del padre

Más sobre la coherencia del mensaje del Rey con la línea marcada en su debut parlamentario (junio 2014, proclamación). Allí dejó claros sus dos grandes compromisos: ejemplaridad y renovación. Por una parte, que “la Corona debe observar una conducta íntegra, honesta y transparente”. Por otra, que “los ciudadanos demandan con toda la razón una Monarquía renovada”, recordando así que la regulación legal del funcionamiento de la Corona sigue siendo una asignatura pendiente.

Ya es un hecho la retirada de la asignación oficial al padre y la renuncia a la herencia. Más explícito no pudo ser Felipe VI en su día respecto a los deméritos del emérito. No fueron palabras, sino decisiones valientes en defensa de la Monarquía y la imagen internacional de nuestro país, como tengo escrito en mi anterior artículo, constatando que Felipe VI es un poderoso avalista de la marca España.

Coherente el mensaje, coherentes las reacciones. Nada nuevo respecto a las posiciones previas del Rey y las de la tríada subversiva (UP, ERC, Bildu)

Lo vimos en el Parlamento de Westminster (julio de 2017), donde hizo una apología de Europa en el país del portazo a la UE. Y tampoco desentonó en la Asamblea Nacional Francesa (junio de 2015), donde levantó a los diputados de sus asientos mientras aplaudían la nueva versión de la España moderna, progresiva, tolerante, plural y abierta al mundo.

¿De qué políticos españoles se podría predicar este paso triunfal por los parlamentos del Reino Unido y la muy republicana Francia?

El Rey no bajó al barro en el mensaje de Nochebuena. Hizo bien. Con inteligencia digna de mejor causa, se niega a ser pedrada de unos contra otros, como desearían los pregoneros de la España republicana y plurinacional. ¿Qué esperaban? ¿Que se azotase hasta sangrar? ¿Un discurso absolutorio sobre los pecados del padre? ¿Un ajuste de cuentas a los conjurados en “construir república y deconstruir monarquía”? ¿O el harakiri televisado de Felipe VI que los Iglesias, Aragonés, Echenique, Otegi, Rufián han echado en falta?

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