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Las verdades incómodas del 23-F

Algunos no han dejado de denostar el 'régimen del 78'. Y ahora bracean contra una verdad incómoda: Juan Carlos I rompió el siniestro nudo de ETA y Tejero

Foto: El teniente coronel Antonio Tejero cuando irrumpió, pistola en mano, en el Congreso de los Diputados. (EFE)
El teniente coronel Antonio Tejero cuando irrumpió, pistola en mano, en el Congreso de los Diputados. (EFE)
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Tejero y ETA ya están en el reparto del eterno drama nacional. Ambos, en el lado oscuro. Gallo negro y gallo negro. Golpismo y terrorismo. Tal para cual en el común objetivo de aplastar la democracia. Los dos habían enseñado la patita en 1980. Año de vísperas: operación Galaxia y récord de asesinatos. Dos extremos de la misma tenaza contra el recién nacido sistema de monarquía parlamentaria, tras la larga noche del franquismo.

Algunos no han dejado de denostar el 'régimen del 78'. Y ahora bracean contra una verdad incómoda: Juan Carlos I rompió el siniestro nudo que las dos puntas de la misma soga trenzaron sobre la garganta de unos españoles con hambre atrasada de libertades. Aquella fría tarde de febrero, al Rey le azotó la cara una de esas puntas. La otra ya la había mostrado 20 días antes la terminal política de ETA en la famosa encerrona de la Casa de Juntas de Gernika.

Iglesias Turrión no aplaudió ayer a la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, por apadrinar un acto que celebra la victoria de la democracia. Es de los que creen que estamos en la prolongación del franquismo con otro ropaje. Así lo pregonó en su día el hoy vicepresidente del Gobierno en una 'herriko-taberna' de Alsasua. ETA tuvo bastante lucidez para darse cuenta.

Con la misma convicción, los del demenciado bando de Tejero veían la operación del 78 como una intolerable traición a la obra del general Franco. Hoy día, se limitan a prevenirnos frente a un “golpe de Estado a cámara lenta”.

Se entiende el desmarque de los parlamentarios adscritos a partidos nacionalistas de aversión declarada al vigente orden constitucional. No menos fervorosos que aquellos otros patriotas, los del 23-F, adictos al ruido de botas. Unos y otros debieron sufrir ayer oyendo cómo Felipe VI calificaba de “determinantes” para el futuro de la democracia la “firmeza y la autoridad” de su padre, el Rey de entonces.

Son verdades de mayor cuantía. No se quieren oír. Ni otras verdades menores igualmente abolidas en el culebrón conspirativo del 23-F. Vende más la tesis de que no se ha dicho todavía la última palabra sobre lo ocurrido en aquella especie de comedia bufa que pudo acabar en tragedia. No hay margen para fantasear. Es la historia de una gran chapuza de la que, como dice Javier Cercas ('Anatomía de un instante', de lectura obligatoria), ya sabemos todo.

Foto: Felipe VI. (EFE) Opinión
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Si 40 años después queda de mano de los políticos y no de los historiadores, el relato saldrá averiado y deliberadamente tramposo. Corro el riesgo. Aunque el rey Juan Carlos, como jefe de las Fuerzas Armadas, desactivó el golpe desde fuera en nombre de la obediencia debida (por ese aro acabaron pasando Milans, Rojas, Pardo Zancada y el propio Armada, entre los implicados), hay que concederle su mérito al atrabiliario personaje que, tocado por un tricornio, profanó el templo de la soberanía nacional al grito de “¡Quieto todo el mundo!”.

Me explico. Fue Tejero quien activó y desactivó el golpe desde dentro. Lo activó por la tarde, cuando asaltó el Congreso con un heterogéneo de guardias civiles. Y lo desactivó por la noche, cuando el general Armada apareció con una lista de ministros insoportables para el secuestrador de sus señorías.

Otra verdad incómoda para quienes se ponen republicanamente estupendos contra el carácter no electivo del Rey y se remiten al papel decisivo del pueblo en el desenlace del 23-F. El pueblo se recogió en casa a escuchar la radio, a verlas venir, mientras miraba aterrado el desfile televisado de los tanques por Valencia. Y sus representantes desaparecieron bajo los escaños ante las descargas de fuego real en el hemiciclo, con las excepciones consabidas, que estos días han sido justamente recordadas. A saber: Suárez, Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo. Con respeto, deletreo el nombre de los tres.

Tejero y ETA ya están en el reparto del eterno drama nacional. Ambos, en el lado oscuro. Gallo negro y gallo negro. Golpismo y terrorismo. Tal para cual en el común objetivo de aplastar la democracia. Los dos habían enseñado la patita en 1980. Año de vísperas: operación Galaxia y récord de asesinatos. Dos extremos de la misma tenaza contra el recién nacido sistema de monarquía parlamentaria, tras la larga noche del franquismo.

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