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Puigdemont, el Estado y los enredadores
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Antonio Casado

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Puigdemont, el Estado y los enredadores

Los sueños tribales producen monstruos y la realidad los mata. La fuerza del Estado de derecho, como la apisonadora de Valdemoro, sigue aplastando la retórica independentista

Foto: El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont. (Reuters)
El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont. (Reuters)
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No se puede ser más arrogante. En virtud del artículo 33 —el de su real gana—, el prófugo Puigdemont asimila la pérdida de su inmunidad parlamentaria a la derrota de la democracia y convierte el Parlamento Europeo, templo democrático de la UE, en una terminal de la España represora. Tal cual.

Los sueños tribales producen monstruos y la realidad los mata. Con la fuerza inexorable del Estado de derecho. Como la apisonadora de Valdemoro, pero menos ruidosa, sigue aplastando la retórica subversiva y enredadora del independentismo. La ley derrota la arbitrariedad, condición imprescindible en el funcionamiento del sistema democrático.

El Estado es premioso, pero nunca ha claudicado frente a los confiscadores de grandes palabras como 'democracia', 'libertad' y 'justicia'

Se reactiva la orden de detención ante la Justicia belga, que ahora deberá atenerse a un próximo pronunciamiento del Tribunal de Justicia de la UE, requerido al efecto en 'cuestión prejudicial' por el juez Llarena como firmante de la euroorden. Sin excluir la remisión de una euroorden nueva. Y todo eso significa que las reglas del juego, los mandatos legales, se siguen imponiendo a los enredadores. No a sus ideas, cuya defensa no exige perpetrar conductas valoradas por los tribunales como sediciosas y malversadoras.

El Estado da pruebas de solidez. Premioso, siempre lento, vale, pero nunca ha claudicado frente a los confiscadores de las grandes palabras: 'libertad', 'democracia', 'justicia', 'autodeterminación de los pueblos'. Hechos son amores. Por un lado, la concesión del permiso cursado por un juez español para procesar al expresidente de la Generalitat y a los exconsejeros Comín y Ponsatí. Por otro, la retirada de la semilibertad (tercer grado) a siete de los nueve condenados del llamado 'procés'.

Dos golpes a la causa del independentismo catalán. Y dos sonoros desmentidos a quienes reclaman sin parar la 'desjudicialización de la política'. Puede ser la apuesta de un partido político. Jamás la del vigente orden constitucional. La desjudicialización del Estado de derecho es un absurdo conceptual. Solo por recordar que no ha sido el PSOE (ni el PP, ni ERC, ni UP ni Vox…) el que ha privado de la inmunidad a Puigdemont. Ni el que ha tumbado la semilibertad de los condenados por la comisión de uno o varios delitos.

Para la antología del disparate queda el alineamiento de una parte del Gobierno con la causa independentista. Los eurodiputados de Podemos, de aversión jurada al aforamiento de cargos públicos, votaron a favor de que Puigdemont, Comín y Ponsatí retuvieran esa coraza legal y política frente a la Justicia española.

Para la antología del disparate queda el alineamiento con la causa independentista de la parte del Gobierno tutelada por Iglesias

En su afán de ponerse estupendo en nombre de la democracia 'plena', olvida el vicepresidente Iglesias que lo de Puigdemont, Junqueras, Cuixart, Forcadell, etc. fue un intento de segregar unilateralmente una parte del territorio nacional. Golpismo puro y duro, aunque se aleje de los modelos clásicos.

Nada nuevo en tan escandaloso caso de esquizofrenia política. Al tiempo en el Gobierno y en la oposición, en el sistema y en el antisistema. Lo último de este singular modelo de narcisismo-leninismo en la política nacional ha sido poner en cuestión la calidad de la democracia española, en extravagante alineamiento con Puigdemont y Vladímir Putin respecto a la incapacidad de España para dar lecciones de democracia a quienes pretenden reventar el orden constitucional o envenenan al adversario político.

Continuará.

No se puede ser más arrogante. En virtud del artículo 33 —el de su real gana—, el prófugo Puigdemont asimila la pérdida de su inmunidad parlamentaria a la derrota de la democracia y convierte el Parlamento Europeo, templo democrático de la UE, en una terminal de la España represora. Tal cual.

Carles Puigdemont
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