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Marruecos y España: amigos para siempre
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Antonio Casado

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Marruecos y España: amigos para siempre

España no puede seguir varada en su estéril recurso a la “solución negociada en el marco de la ONU”, que no es ni so ni arre en la cuestión de fondo: el problema del Sáhara

Foto: Pedro Sánchez recibe al ministro de Asuntos Exteriores de Marruecos, Nasser Bourita. (EFE)
Pedro Sánchez recibe al ministro de Asuntos Exteriores de Marruecos, Nasser Bourita. (EFE)
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El vecino lo ha dejado oficialmente claro. Dará por terminada la crisis diplomática cuando España aclare su posición respecto al Sáhara. Acabáramos. Ya nos vamos entendiendo. La desidia fronteriza marroquí es la parte convexa del conflicto. La parte cóncava es la pereza española en fijar una posición (“con nosotros o con el Polisario”) que, de una vez por todas, saque del limbo internacional el histórico problema del Sáhara.

Sin embargo, Pedro Sánchez no puede ignorar el emplazamiento solo por considerar “inaceptable” que Marruecos utilice la presión migratoria como herramienta de su política exterior. Nada nuevo. Lo que haga falta para consolidar la marroquinidad de nuestra antigua provincia (1958-1976). Hasta compararla con Cataluña a fin de exigirnos reciprocidad.

Foto: Imagen de archivo de dos mujeres del Frente Polisario. (EFE)

La cuestión saharaui está detrás de la calculada actitud de brazos caídos en la frontera de Ceuta, las odiosas comparaciones con el independentismo catalán y el culebrón generado por la subrepticia acogida del líder polisario en un hospital de Logroño. Ambas partes lo saben perfectamente.

Casi medio siglo después, el mandato descolonizador es papel mojado mientras el pueblo saharaui se consume

Hay una diferencia. Cuarenta y seis años después de la Marcha Verde (avalancha de civiles sobre los que el Ejército español no podía disparar de ninguna manera), Marruecos juega con blancas llevando la iniciativa con prisa por resolver la cuestión. España, por el contrario, juega con negras, se pone a la defensiva y se lo toma con calma. De ahí que el Gobierno marroquí le advierta de que el problema de fondo no empezó con la entrada de Ghali ni terminará con su salida, ahora que la Audiencia Nacional no ha tomado medidas cautelares contra él en sus dos causas pendientes con la Justicia española.

Casi medio siglo viendo cómo el mandato descolonizador de la ONU se convertía en papel mojado mientras el pueblo saharaui se consumía y aún se consume, abandonado a su suerte en las arenas de Tinduf. El tiempo también ha ido tejiendo la trama de intereses mutuos que funciona como inhibidora de salidas alternativas al reconocimiento de la marroquinidad del territorio (“pendiente de descolonización”, en el derecho internacional) en un régimen de descentralización similar al nuestro.

Foto: El rey Felipe y el monarca marroquí Mohamed VI, en 2019. (EFE)

Es lo que ofrece Rabat, a la espera de una respuesta española y europea que no sea el exasperante silencio administrativo, más allá de su estéril apelación a la “solución negociada en el marco de la ONU”, que no es ni so ni arre, aunque a España le sirva para curarse de su mala conciencia por haber abandonado al pueblo saharaui cuando tocaba haber defendido su derecho a autodeterminarse.

El tiempo ha tejido una trama de intereses mutuos que funciona como inhibidora de salidas alternativas a Marruecos

Ahora es demasiado tarde para ponerse estupendos a costa de Marruecos en nombre de los derechos humanos, la legislación internacional, la diferente calidad del sistema a ambos lados de la frontera de Ceuta y el mandato descolonizador, porque los sucesivos enviados de la ONU y los proyectos de referéndum se fueron perdiendo en la polvareda de la historia.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y Mohamed VI de Marruecos, en una reunión en Rabat en 2018. (EFE)

Así fue como Marruecos consiguió lo que quería: la anexión de hecho. Hasta el punto de arrinconar por falta de realismo la tesis de un Sáhara desvinculado de la soberanía marroquí. Continuará. Cuanto más tiempo pase, más crisis diplomáticas acecharán a dos países obligados a entenderse: buena vecindad, estabilización de la frontera, presión migratoria, narcotráfico y terrorismo islámico a las puertas de Europa.

Lo que nos separa es un decimal frente a lo que nos une. De ahí el título elegido para esta columna: amigos para siempre. Mucho más fecundo y mucho más amable que el socorrido 'condenados a entenderse', de inexorable aplicación a las relaciones entre España y Marruecos.

El vecino lo ha dejado oficialmente claro. Dará por terminada la crisis diplomática cuando España aclare su posición respecto al Sáhara. Acabáramos. Ya nos vamos entendiendo. La desidia fronteriza marroquí es la parte convexa del conflicto. La parte cóncava es la pereza española en fijar una posición (“con nosotros o con el Polisario”) que, de una vez por todas, saque del limbo internacional el histórico problema del Sáhara.

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