Al Grano
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Necesitamos otro gol de Andrés Iniesta
No solo son deportivas las pasiones que desata el fútbol dentro y fuera de los estadios. Como elemento de cohesión social, contribuye a formar identidades colectivas y en su caso a reforzarlas
Que nuestro Alfredo Pascual teorice sobre el compromiso de la Selección española de fútbol con la agonía, como si estuviera dirigida por Isabel Coixet, me permite rebasar el perímetro deportivo y reconocerme como un individuo más del grupo “frágil pero difícil de matar” que ha pasado por todo, desde Numancia hasta la última chulería del 'molt honorable': “Pedro Sánchez sabe que el referéndum de autodeterminación es inevitable” (domingo 4 de julio, declaraciones a 'El Periódico de Cataluña').
A mi lado, en un hotel de Torroella de Mongri, el pueblo de la muralizada Dolors Bassa, un niño de unos siete u ocho años reclama un cambio de canal en la tele que está transmitiendo el partido de la Selección contra Suiza: “Aixo no m'agrada”, dice enfurruñado la criatura. O sea, que hay cantera.
No solo son deportivas las pasiones que desata el fútbol dentro y fuera de los estadios. Como elemento de cohesión social, contribuye a formar identidades colectivas y en su caso a reforzarlas. Sobre todo cuando el grupo se sobrepone a su endémico déficit de experiencia y de gol (el sueño imposible de la independencia), como nos enseña Alfredo.
Como elemento de cohesión social, contribuye a formar identidades colectivas
Lo del Barça 'mes que un club' es el ejemplo más a mano. Y lo de las banderas nacionales en los balcones, cuando España se proclamó campeona del mundo hace ahora 11 años, hizo más por reforzar el sentimiento de pertenencia que las lecciones de patriotismo de Pablo Casado prometiendo en Valencia “agua para todos” cuando sea presidente del Gobierno.
Todo esto me remite a aquel inolvidable minuto 116 del partido con Holanda que nos hizo campeones del mundo y puso de moda el grito desacomplejado del “¡yo soy español, español, español…!”, cuando apenas habían transcurrido dos meses del hachazo de Zapatero al bolsillo de la gente (pensiones, funcionarios, dependencia, cheque bebé…).
Necesitamos algo así en la España de unos contra otros (Felipe VI 'dixit'), la de los indultos, las vacunaciones y el reelaborado patriotismo de Sánchez (“patriotismo de verdad”, dice). Me refiero al gol de Iniesta, no a los recortes de Zapatero, replicados en esta ocasión con el generoso volquete multimillonario de Bruselas.
Por soñar, que no quede. Ya solo nos falta superar la meta volante del martes contra Italia para dar una nueva oportunidad a la autoestima de un pueblo necesitado de alegrías. Si pasamos a la final, se puede repetir el milagro de aquel 11 de julio de 2010 en Sudáfrica.
Tal vez no sea el verdadero patriotismo, pero la marca España lo agradecería y Puigdemont pasaría un mal rato. Suficiente para celebrar por todo lo alto que, al menos en fútbol, somos los mejores de Europa por tercera vez.
Que nuestro Alfredo Pascual teorice sobre el compromiso de la Selección española de fútbol con la agonía, como si estuviera dirigida por Isabel Coixet, me permite rebasar el perímetro deportivo y reconocerme como un individuo más del grupo “frágil pero difícil de matar” que ha pasado por todo, desde Numancia hasta la última chulería del 'molt honorable': “Pedro Sánchez sabe que el referéndum de autodeterminación es inevitable” (domingo 4 de julio, declaraciones a 'El Periódico de Cataluña').