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Cumbre del clima: pasarela mediática y farsa global
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Antonio Casado

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Cumbre del clima: pasarela mediática y farsa global

La ONU no da el peso para ser el leviatán que, “sin caer en la anarquía o la guerra” (Hobbes), haga cumplir los compromisos medioambientales de naciones celosas de su propio poder.

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

Sin una autoridad global que no reconozca fronteras, en igualdad de condiciones con la temperatura atmosférica, el viento y los gases que matan globalmente, las campanudas cumbres climáticas (ya llevamos 26) no pasarán de ser pasarelas mediáticas y farsas globales. Pero la ONU, ese aparatoso sanedrín universal ubicado junto al East River de Nueva York, no da el peso para convertirse en el leviatán que, sin caer en la anarquía o la guerra —Hobbes 'dixit'—, debería hacer cumplir los compromisos medioambientales de naciones celosas de sus esferas de poder.

El acuerdo firmado en Glasgow para frenar la deforestación en la próxima década es lo último. Ningún problema si continúa la tala de árboles durante los próximos 10 años. Es el plazo concedido para ir retirando planes de inversión pública o privada vinculados a la deforestación. Con la esperanza, no la seguridad, de que el centenar de gobiernos firmantes (representan el 85% de la masa forestal del planeta, decisivo en la absorción de CO₂) trasladen el compromiso a sus sucesores políticos de 2030.

Nadie garantiza que la deforestación se habrá frenado dentro de 10 años, según el acuerdo alcanzado en Glasgow

¿Y eso quién lo garantiza?

Aunque el saneamiento de la atmósfera nos incumbe a todos, de momento a nadie se le ha pasado por la cabeza el sometimiento a un poder que desborde las jurisdicciones territoriales, convertidas así en un obstáculo a los objetivos marcados en estas cumbres anuales (la pandemia impidió la de 2020). La descarbonización o el enfriamiento del clima no dejan de ser así meros productos del voluntarismo internacional a largo plazo.

Sobre este campo de la gobernanza planetaria, así como el de las jurisdicciones nacionales, también pesa la desigualdad. Si a un español en riesgo de pobreza (más de una cuarta parte de la población) no se le puede pedir más preocupación por la emergencia climática que por llegar a fin de mes, tampoco a los países pobres se les puede pedir que frenen su desarrollo en nombre de la conciencia ecológica.

La descarbonización o el enfriamiento del clima no dejan de ser meros productos del voluntarismo internacional a largo plazo

Por tanto, aun maliciándonos que contaminar es virtud de países subdesarrollados y pecado de países ricos, estos no encontrarán la absolución sin un superior poder coactivo que lo decida. Si no hay acciones coordinadas, más allá de las palabras, la 'economía verde' no dejará de ser una pose. Un sueño más de gobernantes encantados de haberse conocido, como acabar con la pobreza, la mortalidad infantil o la trata de seres humanos.

Además, se perderán tiempo y dinero en cumbres que cursan con un alto grado de contaminación verbal. “Estamos cavando nuestras tumbas”, dice el secretario general de la ONU, António Guterres. Y también medioambiental. Pienso en las tóxicas emisiones de CO₂, endosables a los vuelos para el desplazamiento de mandatarios y delegados de 200 países a la sede de la cumbre, donde se marcan objetivos y asumen compromisos que se olvidan cuando los delegados vuelven a sus países, después de haber utilizado el medio de transporte que más contamina.

A un español en riesgo de pobreza no se le puede exigir más preocupación por la emergencia climática que por llegar a fin de mes

El papel lo aguanta todo. Nada cuesta a los países industrializados del mundo firmar un papel contra la deforestación o por limitar el calentamiento del planeta a no más de 1,5 grados a finales del siglo XXI. Y aquí procede actualizar el salmo cervantino citado por Sánchez en el reciente congreso del PSOE: “Trabajemos para que nuestros hechos se ajusten a nuestras palabras”. El mismo que ha utilizado el presidente de la cumbre de Glasgow, Alok Sharma: “Es necesario acortar el bache entre los compromisos y las acciones reales”.

Sin una autoridad global que no reconozca fronteras, en igualdad de condiciones con la temperatura atmosférica, el viento y los gases que matan globalmente, las campanudas cumbres climáticas (ya llevamos 26) no pasarán de ser pasarelas mediáticas y farsas globales. Pero la ONU, ese aparatoso sanedrín universal ubicado junto al East River de Nueva York, no da el peso para convertirse en el leviatán que, sin caer en la anarquía o la guerra —Hobbes 'dixit'—, debería hacer cumplir los compromisos medioambientales de naciones celosas de sus esferas de poder.

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