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La malmirada sinceridad del alcalde Almeida
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La malmirada sinceridad del alcalde Almeida

La clase política respira una atmósfera cargada de fariseísmo. No me sorprende el castigo a un infrecuente rasgo de franqueza del alcalde en relación a la escritora Almudena Grandes

Foto: El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida. (EFE/Luca Piergiovanni)
El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida. (EFE/Luca Piergiovanni)

La teoría del mal menor es más vieja que la orilla del río. Y Agamenón hubiera coincidido con su porquero en celebrar la franqueza del alcalde, Martínez-Almeida, al reconocer que la nominación de Almudena Grandes (grandísima, inolvidable Almudena) como hija predilecta de Madrid fue el precio de la estabilidad presupuestaria en la capital de España.

Mal menor necesario en aras de un objetivo de mayor cuantía, en opinión del alcalde. La ecuación es transparente. No engaña a nadie. Si por él hubiera sido, nunca hubiera apoyado la distinción honorífica, por entender que “no se la merece”. Lo verbalizó en la plaza pública inspirado en que no es obligatorio compartir los fervores de quienes amamos la figura personal y literaria de la desaparecida escritora.

Es muy vieja la teoría del mal menor. Y Agamenón hubiera coincidido con su porquero en celebrar la franqueza del alcalde

Sin embargo, en un absurdo amontonamiento de churras con merinas, al alcalde le han caído los siete males. A unos les ha producido “asco” y otros le acusan de haber mancillado la dignidad de los madrileños. No por haber apoyado la distinción, sino por declarar que no era partidario.

Véase el disparate dialéctico. El pecado de Almeida no ha sido negarle la distinción a Almudena Grandes, porque realmente la ha apoyado, sino decir en alto que, a su juicio, no la merecía. Lo cual cuestiona su derecho a expresar libremente pensamientos, ideas y opiniones “mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción” (artículo 20 de la Constitución).

Por hacer uso del derecho a expresarse en libertad, o simplemente por no participar del reconocido talento de Almudena Grandes, le han llovido los insultos: “miserable”, “mezquino”, “inmoral”, “mala persona” y lindezas por el estilo. A la izquierda del quiosco. Y, sobre todo, en el equivalente sector de la política, pero no en los niveles más altos, seguramente porque los gobernantes a ese lado de la barricada son conscientes de haber hecho concesiones más insostenibles que la del alcalde Almeida (atraer el voto de los concejales díscolos de Más Madrid), también por cubrir objetivos de interés general e incluso de partido.

Foto: Almudena Grandes, en la presentación de su novela 'La madre de Frankenstein' en 2020. (EFE/Luca Piergiovanni) Opinión
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La banalizada política nacional respira una atmósfera cargada de fariseísmo. Por eso no me sorprende el castigo a un infrecuente rasgo de sinceridad como el que ha tenido el alcalde de Madrid. La transparencia es un bien escaso y además se penaliza. Es lo que hay. Qué le vamos a hacer.

Las concesiones más desestabilizadoras se justifican en nombre de la estabilidad. Pero de eso tampoco se libran los jefes de Almeida

Así que no hagamos trampas argumentales. La hipocresía, el sectarismo y el camuflaje verbal de nuestra clase política nos regalan veneno en papel de celofán. Todo puede acoplarse a los discursos convencionales. Las concesiones más desestabilizadoras se justifican en nombre de la estabilidad. Y prefiero no señalar. Pero de eso tampoco se libran los jefes del partido de Almeida, capaces de alinearse junto a los amigos secesionistas de Sánchez solo por poner palos en la rueda del Gobierno (retraso en la aprobación de los PGE o cuestionamiento de una reforma laboral pactada por los agentes sociales).

Sobre la falsa alarma antifascista, como mal traído elemento de cohesión frente al eventual Gobierno PP-Vox que viene cantando la demoscopia electoral, ha cuajado en los circuitos políticos y mediáticos el calculado proceso de intenciones abierto contra el alcalde: no hay franqueza, sino “necesidad de justificarse ante sus amigos de la extrema derecha”.

Foto: Almudena Grandes, en la presentación de su novela 'La madre de Frankenstein'. (EFE/Luca Piergiovanni)

Así hablan quienes, de paso, le recuerdan que nadie hablará de él dentro de unos años, en tanto que Almudena habrá pasado a la posteridad. Amén. Pero la pequeñez de la política frente a la grandeza del arte, como ecuación eterna de la condición humana, no hace al caso.

A los profesionales de la política que así razonan no los veo dispuestos a vilipendiar de este modo a un alcalde de izquierdas que se mostrase contrario a convertir a Sánchez Dragó, pongamos por caso, en hijo predilecto de Madrid, pero al final lo hiciese a cambio de sacar adelante las cuentas públicas del ayuntamiento o una determinada ordenanza municipal.

La teoría del mal menor es más vieja que la orilla del río. Y Agamenón hubiera coincidido con su porquero en celebrar la franqueza del alcalde, Martínez-Almeida, al reconocer que la nominación de Almudena Grandes (grandísima, inolvidable Almudena) como hija predilecta de Madrid fue el precio de la estabilidad presupuestaria en la capital de España.

José Luis Martínez-Almeida
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