Al Grano
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Feijóo para adultos en una España partida en dos
El reto del nuevo líder del PP será demostrar que su partido no es Vox sin ofender a los votantes de Vox
Con su propuesta política para adultos, Alberto Núñez Feijóo se convierte hoy en aspirante a la presidencia del Gobierno en una España infantilizada y partida en dos. Una lo mira con recelo mientras activa la alerta antifascista. La otra, con la esperanza de frenar el desprestigio de la política, el deterioro de la economía y el empobrecimiento de los españoles.
Candidato a Moncloa después de los sesenta, asume el liderazgo del PP con base en su mejor gracia: la experiencia. Su primacía en el escalafón, gracias al doble respaldo de ciudadanos y militantes. Es la diferencia con la fallida etapa de Pablo Casado (ayer anunció que deja el escaño), cuyo trampolín fue el de unas elecciones primarias que descapitalizaron al partido tras la caída de Rajoy en julio de 2018.
De ahí que quiera devolver la voz a la generación malograda entre Rajoy y Casado. Una de las tareas encomendadas a Cuca Gamarra como nueva secretaria general del partido, que seguirá siendo la contraparte de Sánchez en los debates parlamentarios. Otra es descentralizar las decisiones en favor de los territorios. Y otra más, preparar la maquinaria del partido para la posibilidad de que Pedro Sánchez haga coincidir las elecciones generales con las municipales y autonómicas en mayo del año que viene.
Feijóo ha encargado a Cuca Gamarra preparar al partido por si Sánchez hace coincidir las generales con las municipales
Frente al laberinto de variables que pueden zarandear el inestable escenario político, hoy nace en Sevilla un proyecto con vocación de "transversalidad". En el lenguaje del andaluz Elías Bendodo, número tres del nuevo PP, eso se llama "triangulación". Versión actualizada del "ganar es gobernar".
O sea, atraparlo todo a la derecha del PSOE. La consigna es no actuar condicionados por Vox, aunque sin abominar de Vox por anticipado —como hizo Pablo Casado— por si, llegado el caso, la orografía parlamentaria impone la ecuación persistente en todos los sondeos electorales.
Por tanto, su primer reto será demostrar que el PP no es Vox sin ofender a los votantes del partido de Abascal, que en realidad son desertores del PP. Y por eso a Feijóo le zumbarán los oídos por su falta de agresividad contra la ultraderecha, porque en el PSOE harán lo posible por empujarlo incluso hacia el amontonamiento con Vox.
Tiene lógica. Cuanto más hacia la ultraderecha se escore el PP, más deshabitado queda el centro. Pero más ancha se hará la brecha entre la España de Feijóo ("orgulloso de liderar un partido del régimen del 78", dice), y la España roja, antimonárquica y plurinacional de los costaleros de Sánchez.
Pero Feijóo está muy experimentado y no se dejará llevar a esa envolvente. Además, ya ha declarado que viene a conquistar "la centralidad" al frente de un partido que "nunca se alimentará del descrédito de las instituciones".
El político gallego declara vocación de transversalidad y hace bandera de la bajada de impuestos sin tocar los servicios públicos
Las gracias de Feijóo vienen cosidas a una imagen de político conservador que hace bandera de la bajada de impuestos sin rebajar los servicios públicos. A saber: serenidad, moderación, sentido común y vocación de servicio al Estado. Por un PP más reflexivo y menos eléctrico, más reflexivo y menos sobreactuado, más institucional y menos activista, más previsible y menos inesperado.
Al nuevo líder del PP (a partir de este sábado a mediodía) le sobran horas de vuelo. Y si este funcionario autonómico en excedencia supo desactivar los restos del caciquismo gallego ya en los albores del siglo XXI, no hay razón para creer que no sabrá sortear las tormentas que se avecinan.
Dice no ser político de tuits, pero su larga experiencia política también le permite no desentonar en el uso de las consignas enlatadas. Por ejemplo: "No vengo a insultar a Pedro Sánchez, vengo a ganarle".
Veremos.
Con su propuesta política para adultos, Alberto Núñez Feijóo se convierte hoy en aspirante a la presidencia del Gobierno en una España infantilizada y partida en dos. Una lo mira con recelo mientras activa la alerta antifascista. La otra, con la esperanza de frenar el desprestigio de la política, el deterioro de la economía y el empobrecimiento de los españoles.