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Turín 22: certamen musical y fiesta de disfraces
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Antonio Casado

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Turín 22: certamen musical y fiesta de disfraces

El festival de Eurovisión nos ofreció el minuto y resultado de la Europa postpandemia dispuesta a todo con tal de no aburrirse

Foto: Mika y Laura Pausini en la gala de Eurovisión 2022. (EFE/Alessandro Di Marco)
Mika y Laura Pausini en la gala de Eurovisión 2022. (EFE/Alessandro Di Marco)
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El festival de Eurovisión 2022, celebrado en Turín, se buscó a sí mismo en la feminización visual del macho (sin correlato en la masculinización de la mujer) y una orgía bien sincronizada de efectos especiales, músicas electrónicas, baladas a deshora y disfraces robados a películas distópicas.

El acontecimiento no fue cosa de artistas sino de ingenieros de luz y sonido. Tampoco se desvirtuó porque carnaval y solidaridad con Ucrania descuidasen contenidos propios de una competición musical. Al menos en cuanto a seguimiento, que interesó a más de 200 millones de telespectadores en Europa.

También España se apuntó al renacimiento de un festival que se había desinflado. Nos compensó el tercer puesto de "SloMo" (la canción defendida por Chanel y sus atómicos bailarines de redecilla en sus depilados pechos atómicos), el más alto de las últimas 27 ediciones. Bien que se lo agradecieron los madrileños ayer tarde, cuando Chanel hizo su inesperada aparición isidril en la plaza Mayor.

El festival se buscó a sí mismo en la feminización del macho y una orgía visual de efectos especiales con disfraces de películas distópicas

A lo que iba. Con un récord de audiencia sin precedentes en nuestro país (picos del 60% durante las votaciones), la noche-madrugada del domingo al lunes nos ofreció el minuto y resultado de la Europa postpandemia dispuesta a lo que sea con tal de no aburrirse.

Me recordó al personaje de Javier Cid ("Llamarás un domingo por la tarde") que desde una avioneta alquilada descarga miles de hojas de "La metamorfosis" de Kafka, a modo de confeti celebrativo, sobre una multitudinaria concentración de católicos en torno al Papa de Roma.

Lo de Eurovisión fue algo así, como la travesura de algún genio transfronterizo entre el carnaval y lo que viene a ser un festival televisado de música. Una estética provocadora (me niego a calificarla de futurista) que nos descoloca a quienes conocimos al cojo Manteca, nos emborrachamos con la barrida socialista del 82 y descubrimos a Marisol en todo su esplendor cuando salió en la portada de Interviú.

No puedo quitarme de la cabeza a un atleta con femenino salto de cama apuntillado por arriba y pantalón gris de chaqué por debajo

Comprendan ustedes las distancias que nos separan de estéticas absurdas que parecen concebidas por un genio sin diagnosticar después de una noche de sustancias que no se venden en farmacia legal, como decían los de Seguridad Social.

No puedo quitarme de la cabeza a un atleta con femenino salto de cama apuntillado por arriba y pantalón gris de chaqué por debajo, un King África con aires de minero sin carretilla, las firmes ancas ecuestres de nuestra Chanel, la virilidad de un bailarín con encantos de odalisca de "Las mil y una noches" o la ferretería plateada en las orejas de algún actuante.

¿Esta es la estética futurista de la que algunos hablan para definir estas puestas en escena donde lo que se ve te distrae de lo que se oye en un evento dizque musical?

Hacer ganadora a la canción de Ucrania, por solidaridad, no fue la mejor manera de enviar un mensaje de apoyo al país ultrajado por Putin

Capítulo aparte merece la subordinación de los méritos musicales al mensaje de apoyo a la Ucrania ultrajada por Putin. No era la forma de hacerlo como lo hicieron miles de europeos votando por la orquesta Kalush desde el sofá de casa. Por sentimentalismo, no porque "Stefania" les pareciese lo mejor del certamen.

La solidaridad aupó su canción hasta hacerla ganadora. Y eso fue, a mi juicio, una malversación de la justa y necesaria solidaridad con el pueblo ucraniano que, por otra parte, ya se está cursando a escala europea y a escala española, sin que eso suponga descubrir de repente que en Ucrania se hace la mejor música, se juega mejor al futbol, o se escriben los mejores libros.

Alguien ha dicho que prohibir a Dostoievski no sería la mejor represalia contra Putin. Cierto. Como tampoco sería de recibo otorgar el próximo premio Nobel de literatura a un escritor o una escritora ucraniana, solo por solidaridad con el sufrimiento de un pueblo atenazado por la maquinaria militar de Rusia.

El festival de Eurovisión 2022, celebrado en Turín, se buscó a sí mismo en la feminización visual del macho (sin correlato en la masculinización de la mujer) y una orgía bien sincronizada de efectos especiales, músicas electrónicas, baladas a deshora y disfraces robados a películas distópicas.

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