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Antifascismo 2022 y el grito de la clase media
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Antonio Casado

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Antifascismo 2022 y el grito de la clase media

La izquierda española usa el antifascismo como pegamento de la llamada ecuación Frankenstein (costaleros de Sánchez)

Foto: Pedro Sánchez, presidente del Gobierno. (Reuters/Dee Delgado)
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno. (Reuters/Dee Delgado)
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Casi un siglo después de la desaparición de Giovanni Gentile (1944), el que lo inventó en Italia ('La doctrina del fascismo'), y Ramiro Ledesma Ramos (1936), el que lo pregonó en España ('La conquista del Estado'), el fascismo sigue siendo el comodín del pensamiento perezoso frente a la irresistible ascensión de la ultraderecha en toda Europa.

La caza del fascista en 2022 es tan anacrónica como si en los años treinta del siglo pasado se hubieran puesto a cazar 'youtubers'. La ucronía sirve en este caso para denunciar la sordera de las élites políticas europeas ante el grito de una clase media muy cabreada, que ve a sus representantes políticos como una casta preocupada solo por conservar o conquistar el poder.

Foto: La ministra de Hacienda, María Jesús Montero. (EFE/Fernando Alvarado)

España, sin ir más lejos, donde el Gobierno acaba de anunciar un plan de medidas fiscales reñido con su latiguillo electoralista de servicio a la 'clase media y trabajadora'. Es justo y necesario que un Gobierno de izquierdas ayude a los más pobres y reclame solidaridad fiscal a los más ricos, pero sin ahogar a los del medio, los que rebasan el umbral de los 21.000 euros de ingresos anuales sin ser los ricos señalados por la Moncloa.

¿Acaso no son también clase trabajadora?

Es la franja mayoritaria, la que decide los resultados electorales, la clase media del milagro español, cada vez más empobrecida, más vulnerable, más desencantada. Y el mismo fenómeno, a escala europea. Clase media como yacimiento de votos ultra en Italia, Francia o Suecia, por citar espacios políticos europeos de sólida tradición democrática. ¿Es que se han vuelto fascistas de la noche a la mañana?

Foto: El presidente Sánchez, en un acto en Valencia. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)

La misma pregunta para la izquierda española que tiende a utilizar el anacrónico antifascismo como elemento de cohesión. Quizás el único pegamento de la llamada ecuación Frankenstein (costaleros de Sánchez). Se deduce de las continuas alusiones a los peligros de un eventual salto de Vox al poder como compañero de viaje del PP de Feijóo.

En España, la expectativa electoral de la extrema derecha (en torno al 14%) está ligeramente por debajo de la media europea (17,1%, según el proyecto PopuList, analizado ayer por 'El País'). Pero su resorte motivacional viene a ser el mismo: intento legítimo de capitalizar el malestar de la ciudadanía.

Hace nueve años, ese malestar respiraba por la extrema izquierda, y ahora respira por la extrema derecha. El 'no nos representan' que entonces demandaba por la izquierda a Zapatero, demanda ahora por la derecha al PP de Feijóo. Con la esperanza de que los ardores de Vox se enfríen en el comedimiento del socio mayor, como los de Podemos, mal que bien, se van diluyendo en el predominante programa del PSOE.

Foto: Giorgia Meloni celebra la victoria en las elecciones italianas. (EFE/Ettore Ferrari)

Lo indiscutible es que la extrema derecha ha encontrado la postura en Europa por cuenta de la inflación, la crisis alimentaria, el malestar social y el descreimiento en las fuerzas políticas. Son los generadores de esa internacional (Le Pen, Meloni, Orbán, Akesson, Abascal) que ha venido para quedarse.

Dentro del sistema, ojo, al que se adaptan con facilidad cuando entran en las instituciones. Ergo, si no se relajan los agoreros del miedo al fascismo que silencia el grito de la clase media es porque no quieren. O porque les sirve como prueba de adhesión a las tres colinas: Acrópolis, Capitolio y Gólgota.

Una cultura (democracia, leyes y humanismo cristiano) bien consolidada en las instituciones, a prueba de sermones autoritarios y líderes populistas de moda. Nada que ver eso con el fascismo patriotero, racista y adorador del Estado como única realidad expropiadora del individuo.

Casi un siglo después de la desaparición de Giovanni Gentile (1944), el que lo inventó en Italia ('La doctrina del fascismo'), y Ramiro Ledesma Ramos (1936), el que lo pregonó en España ('La conquista del Estado'), el fascismo sigue siendo el comodín del pensamiento perezoso frente a la irresistible ascensión de la ultraderecha en toda Europa.

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