Al Grano
Por
Sánchez y la banalización del cargo
Cuando el presidente baja al barro, devalúa el rango moral, político e institucional del cargo que ostenta
El "estropicio" no es solo judicial. También alcanza al Ejecutivo. Precisemos: alcanza de lleno a la figura del presidente, cada vez más banalizada por quien la ostenta hoy por hoy. Legítimamente, por supuesto. Al menos en el origen, si no en el ejercicio.
No dignifica la institución quien, más cerca de la rabia que de la idea (ay, don Antonio), baja al barro y reacciona con ira contenida ante los abucheos de la gente en la calle. O cuando recibe ataques personales de sus adversarios, como vivir fuera de la realidad, degradar las instituciones, hacer esperar al Rey en un acto oficial, tener delirios de autócrata, etc.
El presidente pierde los papeles ante ataques personales y calla ante la hispanofobia o la aversión de sus aliados al régimen del 78
Es el mismo presidente que, sin embargo, se tapa si Marruecos pone en duda la españolidad de Ceuta y Melilla, calla cuando los herederos políticos de ETA dan clases de derechos humanos, pasa por alto los ataques de hispanofobia de sus aliados y se distrae cuando estos identifican el régimen del 78 con el franquismo, calificando de "represor" al Estado o mostrando descarnadamente su aversión a la figura del Rey.
No solo en actos de partido o en declaraciones públicas. También en sede parlamentaria. Ocurrió en el pleno del jueves pasado, donde la insoportable levedad de las acusaciones de Pedro Sánchez contra los medios de comunicación desafectos me distrajo de las anunciadas medidas contra la crisis energética, básicamente defendibles.
A mi juicio, perdió los papeles al rebajarse como presidente —no es la primera vez—, en su tosco proceso de intenciones respecto a una parte de la prensa "madrileña" vendida a los poderosos y, según él, conjurada para bloquear el avance de las fuerzas progresistas. Y eso es desalentador porque devalúa el rango moral, político e institucional del cargo.
Sostuvo Sánchez en el templo de la soberanía nacional que los medios de comunicación que le critican son terminales mediáticas de "todo lo que representa el dinero". Lo cual resulta chocante en boca de quien gestiona unos Presupuestos del Estado de 460.000 millones de euros con los márgenes de discrecionalidad política que hacen al caso.
Acusar sin pruebas a ciertos medios de ser terminales del "poder del dinero" es cuestionar el papel de la prensa en una sociedad democrática
En ese punto (el poder del dinero como freno a la vocación social de un Gobierno progresista), amontonó a los obispos con los empresarios. Si tuviera fundamento, debería aportar las pruebas y no esconder la mano después de tirar la piedra. Recurso fácil del tertuliano chispeante. Pero en el discurso de un presidente del Gobierno es un ataque en toda regla a la libertad de expresión y al papel de la prensa en una sociedad libre.
Libertad de expresión en un régimen de opinión pública, prensa libre, pluralismo en democracia, control social del poder, etc. Palabras mayores, glosadas recientemente por Felipe VI durante la entrega de los premios Influyentes 22 de El Confidencial y que no acaban de encajar en el manual de un gobernante de gatillo fácil contra quienes no marcan el paso de la Moncloa en los circuitos políticos y mediáticos.
Volvió a hacerlo en el pleno del jueves pasado. Corrió el riesgo de que, en uno de los medios aludidos, el de la Conferencia Episcopal, recordaran los tiempos en que el ministro José Blanco mandaba a las tertulias a un joven concejal llamado Pedro Sánchez. Y eso fue lo que acabó ocurriendo en la noche de aquel mismo día.
El "estropicio" no es solo judicial. También alcanza al Ejecutivo. Precisemos: alcanza de lleno a la figura del presidente, cada vez más banalizada por quien la ostenta hoy por hoy. Legítimamente, por supuesto. Al menos en el origen, si no en el ejercicio.
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