Es noticia
Samba brasileña para un expresidiario y un neofascista
  1. España
  2. Al Grano
Antonio Casado

Al Grano

Por

Samba brasileña para un expresidiario y un neofascista

Se aleja la sombra negra de la impugnación electoral, pero no la del guerracivilismo de un país partido en dos

Foto: Seguidores de Jair Bolsonaro. (Reuters/Lucas Landau)
Seguidores de Jair Bolsonaro. (Reuters/Lucas Landau)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Hace un año por estas fechas, Jair Bolsonaro, el aún presidente del Brasil (hasta el 1 de enero, salvo causas sobrevenidas de fuerza mayor), confesó públicamente que para sobrellevar la carga del cargo suele encerrarse a llorar en el baño de su casa. La debilidad del macho. Así que ha vuelto llorado a la escena pública después de su derrota en las elecciones.

Volver llorado de casa es buena señal. El llanto es liberador y ahuyenta la tentación golpista que maliciábamos desde su desaparición en la noche del domingo. Luego supimos que se había reunido con altos mandos militares. Pero su reacción al triunfo de Lula da Silva, por la mínima, ya no es un misterio. El país respira aliviado y, gracias al consejo de sus aliados y las presiones internacionales, Bolsonaro no impugnará el resultado de las elecciones del domingo.

Foto: El presidente de Brasil y candidato presidencial, Jair Bolsonaro, durante su comparecencia. (Reuters/Adriano Machado)

Aunque en campaña fue preventivamente crítico con el Tribunal Superior Electoral por entender que el sistema le perjudicaba, su anuncio oficial de que asume el pronunciamiento de los votantes es la mejor noticia que podía llegar tras su reclusión en el palacio de la Alvorada. Eso había disparado las conjeturas sobre su disposición a reprobar la victoria de Lula por las buenas o por las malas, con Dios al mando y para frenar a los “comunistas”, al estilo de su admirado Donald Trump, que inspiró el subversivo asalto de sus seguidores al Congreso de EEUU.

Finalmente, no habrá la temida insumisión institucional de Bolsonaro. De hecho, su jefe de gabinete, Ciro Nogueira, ya se ha puesto a disposición del ganador de las elecciones para organizar una transición apacible hasta la toma de posesión de Lula da Silva el próximo 1 de enero.

Foto: Jair Bolsonaro. (EFE/Guilherme Dionísio)
TE PUEDE INTERESAR
El legado envenenado de Jair Bolsonaro, el último trumpista
Valeria Saccone. Río de Janeiro

Los temores estaban justificados. Los seguidores de Bolsonaro han estado creando el caos en las comunicaciones por carretera, cortando las autopistas de acceso a los aeropuertos y las grandes ciudades. Y eso alimentaba el discurso de quienes sostienen muy seriamente que la samba protocolaria del expresidiario y el neofascista encubre la realidad de un país al borde de una guerra civil, donde el bolsonarismo ha decretado la barra libre en el acceso a las armas de uso personal.

Siniestro e indeseable escenario que empujaría a Latinoamérica por el tobogán de la inestabilidad. La reseña es inexorable: los brasileños no votaron por adhesión sino por rechazo. Los 60 millones de votantes de Lula miran con rencor a los 58 de Bolsonaro en las elecciones del mal menor, libradas en el fango de las enganchadas, las descalificaciones y los insultos de ida y vuelta. El rechazo al otro como movilizador de votos. La mitad, por rechazo a Lula. La otra mitad, por rechazo a Bolsonaro. Y eso no va a desaparecer de la noche a la mañana.

Foto: El candidato por el Partido de los Trabajadores (PT), Luiz Inácio Lula da Silva (d) y el presidente y candidato a reelección, Jair Bolsonaro (i). (EFE/Antonio Lacerda)

Entre el autoritarismo caudillista y la izquierda multifacial, enfrentados en sus respectivos populismos, Latinoamérica corre con los ojos vendados en medio de la irrelevancia con temerarios acercamientos a China y Rusia. Y, en cuanto al país que nos ocupa, carece del peso internacional que le correspondería por su tamaño. China fue el motor en Asia y ese es el papel que debió haber jugado Brasil en Latinoamérica en vez de degenerar en el país de las grandes desigualdades, la corrupción, la violencia y una derecha excluyente, machista, xenófoba y deforestadora.

Bolsonaro no es Trump, pero Lula tampoco es Biden. Los países de la región se mueven de un extremo a otro, incapaces de generar una clase media sedienta de centralidad que acolchone el enfrentamiento. Ahora toca ola populista de izquierdas (Lula, Petro, Díaz Canel, Obrador, Maduro, Castillo, Boric…), con la vaga esperanza de que, por encima de tentaciones bolivarianas y “utopías regresivas” (expresidente Cardoso dixit), la mayor economía de Iberoamérica (duodécima en el ranking universal) se abra a fórmulas socialdemócratas que arropen a las capas sociales más desfavorecidas sin espantar la inversión.

Hace un año por estas fechas, Jair Bolsonaro, el aún presidente del Brasil (hasta el 1 de enero, salvo causas sobrevenidas de fuerza mayor), confesó públicamente que para sobrellevar la carga del cargo suele encerrarse a llorar en el baño de su casa. La debilidad del macho. Así que ha vuelto llorado a la escena pública después de su derrota en las elecciones.

Brasil Jair Bolsonaro Lula da Silva
El redactor recomienda