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Crisis institucional: demasiados elefantes en la habitación
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Antonio Casado

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Crisis institucional: demasiados elefantes en la habitación

Aquí no se usa la espada de cortar el nudo gordiano de un choque de poderes. En este país somos más de navajas

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en su comparecencia institucional. (EFE/Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en su comparecencia institucional. (EFE/Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa)
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Siempre nos quedarán las metáforas. Muy útiles para entender o hacer entender el nudo gordiano (ya empezamos) que enreda a los poderes del Estado tras la decisión del Tribunal Constitucional que frena parcialmente los intentos del Gobierno de adaptar la legislación vigente a sus planes políticos. Pero andamos justos de talento y voluntad para deshacer el nudo de la leyenda helénica. O romperlo de un solo tajo, como hizo Alejandro. Aquí no se lleva la espada. Somos más de navajas.

Entre las figuras retóricas al uso de quienes nos dedicamos a comentar la jugada, ninguna tan ceñida a esta crisis institucional como la del elefante en la habitación. Uno o varios. Digamos tres: la malversación del espíritu constitucional, la presencia de los objetores del Estado en la ecuación del poder y el asalto de los partidos políticos a las instituciones.

Sánchez denuncia un complot para atropellar la democracia. Pero democracia y ley son como los gemelos que nacen unidos por la cabeza

Esas tres grandes anomalías, como los monstruos goyescos de la razón embestida por los instintos (la nube negra del jueves pasado no fue la de Tejero, sino la de Puerto Hurraco), han alumbrado la absurda doctrina de que la democracia está por encima de la ley. Como si fueran categorías diferentes. O reñidas entre sí, según las conjugan los costaleros del Gobierno y según se han contagiado al componente socialista.

Sánchez denuncia un complot político-mediático-judicial no para atropellar la ley, sino la democracia. Pero ley y democracia son como dos caras de la misma moneda o los gemelos que nacen con las cabezas unidas. Debería saber que el derecho a la libertad de movimientos (una conquista democrática) no permite saltarse un semáforo en rojo (reglas del juego). Y que, por las mismas, el TC no ataca la potestad legislativa de la Cortes, sino una determinada forma de ejercerla que la ley declara recurrible.

En su declaración institucional de ayer, el presidente del Gobierno debió haberse quedado en expresar su deber de acatar y cumplir la resolución del TC, así como su legítima voluntad de insistir por otras vías en las enmiendas frenadas (enmiendas 61 y 62, relativas al funcionamiento del CGPJ y el mismo TC). En cambio, alternó un improcedente tono de jefe de Estado (inevitable recordar sus gestos desatentos con Felipe VI en el AVE a Murcia) con sus habituales reproches al adversario político.

Hurgó en la herida al redoblar su apuesta por el enfrentamiento con el principal partido de la oposición, al que sigue señalando como culpable único de la crisis de Estado, mientras Núñez Feijóo aprovechaba el golpe del TC a Sánchez para exigirle que retire lo que no está afectado por la resolución (reformas penales al gusto del independentismo catalán).

A las dos partes les va la confrontación. Unos, por reconquistar el poder, y otros, por retenerlo a toda costa. Y ninguno repara en el precio

Por desgracia, a las dos partes les va la confrontación. Unos, por reconquistar el poder, y otros, por retenerlo a toda costa. Ninguno repara en el precio: desgaste de las instituciones, desprestigio de la clase política y descuido del interés general. No es inocente el Gobierno, condicionado por sus socios populistas, republicanos y plurinacionales, que estarán felices si aparecen grietas en el sistema alumbrado en 1978. Tampoco lo es el PP, por su obstruccionismo de cuatro años en la renovación del CGPJ.

Foto: Vista del Tribunal Constitucional. (EFE/Zipi) Opinión

Alguien dice en la radio que esto se arreglaría con una sentada de Sánchez y Feijóo. De buena fe y con los brazos de ambos en la misma empuñadura de la espada capaz de romper el nudo gordiano. Pero eso exige suponer que ambos abrazan el espíritu de una Constitución pensada para favorecer el consenso (de ahí el mandato de mayorías cualificadas en las instituciones). Es mucho suponer. Prefieren la bronca.

Así que solo nos quedan las metáforas, las analogías, las fábulas, las parábolas que sirven para describir el pegajoso fango populista en el que chapotea la política nacional. El empate catastrófico, de estirpe latinoamericana, ya nos lo explicará Iglesias Turrión. Ahora nos falta un Alejandro que rompa el nudo. O un teatral deus ex machina que zarandee al ciudadano perplejo a la espera de que las urnas vuelvan repartir cartas.

Siempre nos quedarán las metáforas. Muy útiles para entender o hacer entender el nudo gordiano (ya empezamos) que enreda a los poderes del Estado tras la decisión del Tribunal Constitucional que frena parcialmente los intentos del Gobierno de adaptar la legislación vigente a sus planes políticos. Pero andamos justos de talento y voluntad para deshacer el nudo de la leyenda helénica. O romperlo de un solo tajo, como hizo Alejandro. Aquí no se lleva la espada. Somos más de navajas.

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