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Lo que se teme es más fuerte que lo que se celebra
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Antonio Casado

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Lo que se teme es más fuerte que lo que se celebra

La solemne coronación no alcanza para esconder un pasado esclavista y el miedo a los odiadores de la institución

Foto: Preparativos para la coronación de Carlos III en Londres. (EFE/Martin Divisek)
Preparativos para la coronación de Carlos III en Londres. (EFE/Martin Divisek)
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Si relacionamos el número de invitados a la coronación de Carlos III con el número de policías movilizados para garantizar su seguridad (casi 30.000), llegaremos a la conclusión de que lo que se teme es más fuerte que lo que se celebra ¿Cómo interpretar si no el hecho verificable de los 11.500 policías solo para patrullar las calles? Impresionante operativo para que no les pase nada a los 2.200 invitados a la ceremonia político-religiosa prevista para el mediodía de hoy en la abadía de Westminster.

La solemnidad del acontecimiento viene marcada por la ocasión de hacer caja en un Londres atestado de turistas. Por la mala conciencia de una memoria colonial (Belice y países caribeños de la Commonwealth reclaman disculpas por el pasado esclavista de la Corona). Y por la reciente constatación de que, desde la muerte de Isabel II en septiembre, ha crecido el número de desafectos a una Monarquía zarandeada por los escándalos, aunque por inercia se había ido manteniendo la adhesión popular a la figura de la reina fallecida.

Puede ser un enfoque extravagante del evento llamado a marcar el comienzo de una nueva era en la monarquía británica

Y si no es la mala conciencia, es el miedo a los enemigos de la monarquía británica en una vasta comunidad de 59 países y 2.500 millones de personas. A saber: separatistas, republicanos y, en general, odiadores del neofeudalismo que ven reflejado en esta deslumbrante coronación que mezcla el boato (esas dos coronas, la de San Eduardo y la imperial, y su obscena carga de oro, diamantes, zafiros, rubíes, esmeraldas), la religión (anglicana, por supuesto), la política (una democracia consolidada) y la tradición (un ritual repetido durante 950 años).

Puede ser un enfoque extravagante del evento llamado a marcar el comienzo de una nueva era en la monarquía británica después de 70 años de reinado de Isabel II. Pero es el que sugiere la letra y el espíritu de la llamada Operación Golden Orb, el formidable dispositivo de seguridad diseñado por el Gobierno británico para que el espectáculo abierto a los miles de millones de personas de todo el mundo transcurra sin incidentes.

Vale que la carroza dorada de los reyes combina la tracción animal con la suspensión hidráulica. Vale que el aceite de oliva sustituye al de ballena por imperativos medioambientales muy al gusto del ungido. Y vale que los ocho mil invitados de la coronación de Isabel II en 1954 hayan quedado reducidos a unos dos mil en 2023, por deseo preferente del hijo a reconocerse en una monarquía "más pequeña y moderna".

Foto: Carlos III. (Efe)

Todo eso es verdad. Pero salta a la vista —y nunca mejor dicho— el envejecimiento de esta institución británica de estirpe religiosa entre las modernidades del siglo XXI. Curiosa reminiscencia del teocentrismo que pone a Dios por encima del Rey y tiende a cancelar la adhesión emocional de los súbditos de la Corona. Ya no es lo que fue siendo a lo largo de la historia.

Por suerte o por desgracia, las encuestas sepultan las reflexiones clásicas sobre la monarquía británica a través de los personajes de Shakespeare. Atrás queda un largo y convulso recorrido. Desde la primera coronación en la abadía de Westminster (Guillermo el conquistador, 1066), hasta la publicación de encuestas que revelan la proporción más baja de británicos que considera a la Corona "muy importante" (3 de cada 10) y la más alta de objetores entre jóvenes que la rechazan por costosa e inútil (un 42%).

Se calcula que la cifra total de agentes movilizados se aproxima a los 30.000

Sin embargo, la apatía juvenil o las objeciones de fondo no se han convertido en rechazo, pues el 58% de la ciudadanía sigue prefiriendo un rey. Y eso significa que hay un 42 % que prefiere a un jefe de Estado elegido en las urnas (26%) o que se muestra indeciso (16%). De ahí la proliferación de pancartas amarillas con el Not my King (No es mi rey).

De ahí que insista en que debe ser más fuerte lo que se teme que lo que se celebra en esta magna coronación presidida por el arzobispo de Canterbury. Y eso explica un despliegue policial sin precedentes. Se calcula que entre los que patrullen las calles, los francotiradores, los que han intervenido de uno u otro modo en la preparación del antes, durante y después de los actos, la cifra total de agentes movilizados se aproxima a los 30.000.

Si relacionamos el número de invitados a la coronación de Carlos III con el número de policías movilizados para garantizar su seguridad (casi 30.000), llegaremos a la conclusión de que lo que se teme es más fuerte que lo que se celebra ¿Cómo interpretar si no el hecho verificable de los 11.500 policías solo para patrullar las calles? Impresionante operativo para que no les pase nada a los 2.200 invitados a la ceremonia político-religiosa prevista para el mediodía de hoy en la abadía de Westminster.

Coronación Carlos III
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