Al Grano
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Había vendaval y Otegi puso molinos de viento
Pedro Sánchez y Núñez Feijóo mueven el árbol en Madrid y Bildu recoge las nueces en el País Vasco
Del cruce Sánchez-Feijóo tan solo quedan las ganas de llorar, como diría la dulce Jeanette. La charca política nos avergüenza, más allá de cualquier razonamiento sobre la decencia o indecencia de pactar con herederos de ETA o promover la presencia de asesinos en las instituciones vascas.
Lamentable espectáculo el que dieron ayer el presidente del Gobierno y el líder del principal partido de la oposición. Sánchez priorizó el ataque al PP sobre la defensa de las víctimas. Y Feijóo acusó al presidente de ser obsequioso con los asesinos. Los dos perdieron los papeles. Ni el uno ni el otro pueden estar orgullosos de haber convertido el Senado en un escenario navajero que embarra la memoria de sus predecesores, dignísimos dirigentes que, tanto del PSOE como del PP, en el Ejecutivo o en la oposición, remaron juntos en nombre de la razón de Estado (pacto antiterrorista, diciembre de 2000) para acabar con la pesadilla de ETA y sus terminales políticas.
Sánchez priorizó el ataque al PP sobre la defensa de las víctimas. Y Feijóo acusó al presidente de ser obsequioso con los asesinos
Nunca pensé que el bochorno por la conducta de dos presuntos defensores del Estado democrático, como Sánchez y Feijóo, me dejaría caer en la tentación de ensalzar la prudente cordura de Arnaldo Otegi. El máximo dirigente de Bildu viene capeando como puede la descarga de rayos y truenos sobre su organización después de saberse que casi medio centenar de exetarras eran candidatos a las elecciones del 28 de mayo. Al menos, no ha echado leña al fuego.
Hablando de las diferencias entre la persona pública y su yo íntimo, explicaba Hannah Arendt que los políticos hablan a través de la máscara del personaje que están obligados a representar. Me cuesta creer que es una convicción personal de Otegi retirar de las listas a los siete exetarras con delitos de sangre por no aumentar los padecimientos de las víctimas de ETA (“víctimas del conflicto”, en su nada inocente lenguaje).
No encaja en sus hechuras morales compartir el justo malestar de la opinión pública contra la posibilidad de que antiguos terroristas se presenten a las elecciones y ocupen cargos públicos. Tampoco encaja en su papel público admitir que cede a la presión de sus objetores, sobre todo en el resto de España, porque su clientela es muy otra. En función de sus intereses, lo clava cuando, mirando a su competidor (la derecha, o sea, el PNV), dice que los vascos entenderán los pasos de Bildu para “superar el enfrentamiento anterior y aspirar a un futuro de paz”.
Ergo, Otegi está haciendo lo que conviene a Bildu con una bien calculada estrategia electoral que hace de la necesidad virtud. Sánchez y Feijóo le mueven el árbol en Madrid y él recoge las nueces en el País Vasco, donde, por desgracia, los votantes jóvenes no saben quién es Miguel Ángel Blanco. En otras palabras: sopla el vendaval y él pone molinos de viento. Porque Otegi puede ser indecente, pero no es idiota.
En definitiva, bien por las principales asociaciones de víctimas del terrorismo, que nos alertaron de una situación legal, pero “indecente” (Sánchez dixit) que no se ha cerrado ni mucho menos. Sus dirigentes, con Consuelo Ordóñez (Covite) y Daniel Portero (Dignidad y Justicia) a la cabeza, son los triunfadores del paso atrás de los siete terroristas con delitos de sangre que renuncian al acta de concejales con carácter preventivo. Es verdad, pero la izquierda abertzale, liderada por Arnaldo Otegi, no sufre con el escándalo, sino todo lo contrario.
En lo estrictamente político, los presuntos malos de la película salen ganando del agrio debate. Aunque los siete cumplan su compromiso de rechazar la concejalía, caso de salir elegidos —las listas están oficializadas y no pueden anularse—, su gesto favorece a la causa electoral de la izquierda abertzale. Empezando por los otros 37 exetarras, a los que también objetamos quienes distinguimos entre lo legal y lo inmoral.
Del cruce Sánchez-Feijóo tan solo quedan las ganas de llorar, como diría la dulce Jeanette. La charca política nos avergüenza, más allá de cualquier razonamiento sobre la decencia o indecencia de pactar con herederos de ETA o promover la presencia de asesinos en las instituciones vascas.
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