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Antonio Casado

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Una campaña para olvidar

La España que vota mañana reventó los planes de los estrategas electorales. Acabó enredada en agrios debates que encharcaron el campo y acrecentaron el recelo hacia la clase política

Foto: El voto por correo y Bildu enfangan la campaña. (EFE/Raquel Manzanares)
El voto por correo y Bildu enfangan la campaña. (EFE/Raquel Manzanares)
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Muchos o pocos, según los diferentes sondeos, los indecisos van cortos de alicientes para acudir a las urnas. No es culpa suya. Que nadie se escandalice si la triunfadora de la noche es la abstención. Mala noticia para la izquierda, desmovilizada y dividida entre "sanchistas", "yolandistas" y "pablistas".

Aunque se trata de unas elecciones locales y autonómicas, los temas de cercanías (movilidad, servicios públicos, asistencia sanitaria, desarrollo regional, urbanismo, despoblación), quedaron sepultados por el eco nacional de asuntos como la generosidad de la ley con los delincuentes sexuales, candidatos con las manos manchadas de sangre en el País Vasco y, ya en el tramo final de la campaña, el racismo y la compraventa de votos.

Foto: Foto: EFE/Raquel Manzanares.

La España que vota mañana reventó los planes de los estrategas electorales. Acabó enredada en agrios debates que encharcaron el campo y acrecentaron el recelo hacia la clase política en una campaña secuestrada por la omnipresencia de los líderes en lucha por la Moncloa. Feijóo otorgó a las organizaciones territoriales del PP y sus candidatos la máxima libertad de actuación en listas y diseño de campaña. Ha sido viento en las velas de los votantes del PP. En cambio, me parece que el protagonismo de Sánchez ha perjudicado a los candidatos con facturación electoral propia, por encima de las siglas, como Javier Lambán en Aragón, Fernández Vara en Extremadura o García-Page en Castilla-La Mancha. Caso aparte fue el de Lobato y la exministra Maroto, los candidatos desarropados por Moncloa, que siempre dio por perdidas las batallas en la comunidad y la alcaldía de Madrid.

La ostensible confrontación PSOE-PP en clave nacional a lo largo de la campaña ha alimentado el enfoque del 28-M como primera vuelta de la carrera hacia la Moncloa. De ahí que la primera vara de medir el resultado de estas elecciones será la suma de los votos en los 8.131 ayuntamientos. Una "macroencuesta" que, sobre una muestra real de 35.414.655 ciudadanos llamados a las urnas municipales, se tomará como indicador fiable de lo que puede ocurrir en las elecciones generales.

"La primera vara de medir el resultado de estas elecciones será la suma de los votos en los 8.131 ayuntamientos"

En ese enfoque es muy relevante el apagón de Ciudadanos y de Podemos, prácticamente desaparecidos en los grandes caladeros de escaños para el Congreso. Vox y Sumar dan por terminado el ciclo de la llamada "nueva política" que afloró a mediados de la pasada década. Rivera se evaporó e Iglesias bracea enfurruñado en los micrófonos de la Ser y una televisión marginal. También se desvaneció el dichoso procés (buena noticia), que viene de la misma época y ha desaparecido del debate entre los aspirantes a las alcaldías catalanas.

El otro indicador para moverse en la noche del domingo admite dos varas de medir. Una cuantitativa, sobre el número de alcaldías o autonomías ganadas o perdidas en las cuentas del PP y el PSOE. Al menos en el terreno autonómico, el que mejor lo tiene es el PP, porque ve segura la continuidad en Madrid y Murcia. A partir de ahí, lo peor que le puede pasar es que se quede como está, pero es improbable que no consiga gobernar en alguna o algunas de las otras diez, solo o en alianza con Vox.

"Lo peor que le puede pasar al PP es que se quede como está, pero es improbable que no consiga gobernar en alguna o algunas de las otras diez"

La otra vara de medir será cualitativa. De aplicación a lugares emblemáticos, con licencia para practicar el voluntarista juego de las compensaciones. De modo que el PSOE aliviaría su derrota en Madrid con la muy probable conquista del ayuntamiento de Barcelona, a expensas del desenlace de la madre de todas las batallas del domingo: Valencia. Tanto en la comunidad como en la capital, después de dos legislaturas en manos de la izquierda. Los sondeos detectan un empate técnico entre el bloque de la derecha (PP-Vox) y el de la izquierda (PSOE-Compromís). La moneda puede caer en cualquiera de los dos lados.

En mi opinión, al menos en el terreno autonómico, el que mejor lo tiene es el PP, pues ve segura la continuidad en Madrid y Murcia. Lo peor que le puede pasar es quedarse como está, aunque será muy difícil que no consiga gobernar en alguna o algunas de las otras diez comunidades. Suficiente para seguir amenazando el pedestal de Sánchez, cuyas previsiones para la campaña (economía, imagen internacional y generosidad del BOE) saltaron por los aires en la Puerta del Sol, en la memoria amarga del terrorismo de ETA, el estadio de Mestalla y las oficinas de Correos de muy distintos puntos de España.

Muchos o pocos, según los diferentes sondeos, los indecisos van cortos de alicientes para acudir a las urnas. No es culpa suya. Que nadie se escandalice si la triunfadora de la noche es la abstención. Mala noticia para la izquierda, desmovilizada y dividida entre "sanchistas", "yolandistas" y "pablistas".

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