Al Grano
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El beso robado es lo de menos
La oscuridad favorece a las cucarachas y el caso Rubiales ilumina la oscura trama organizativa del fútbol español
A la vista del comportamiento presente y pasado del todavía presidente de la Real Federación Española de Fútbol, espero la pronta caída de Luis Rubiales. Por chulo, corrupto, machista, soez y maleducado. No por el beso robado a Jennifer Hermoso, que en realidad es el instante más inocuo de una secuencia que retrata al personaje como alguien moralmente inhabilitado para desempeñar un cargo público.
La oscuridad favorece a las cucarachas y el beso de Rubiales sirve para arrojar luz sobre la oscura trama organizativa del fútbol español. Una trama poco auditada y muy consentida por el Gobierno de Sánchez hasta que el feminismo oficial se puso en pie de guerra. Único motivo de agradecimiento a las feministas, pues, según reconoce la propia ministra Montero, no vivimos en un país machista. Los hombres españoles, sin adoctrinamiento previo y quizá sin haber oído hablar del Convenio de Estambul, no quieren parecerse a Rubiales. Ni hacerse fotos con él, como Infantino, el presidente de la FIFA (Federación Internacional de Fútbol), que les ha madrugado al anunciar que no habrá más selfis con el tambaleante presidente del futbol español.
Pero ese feminismo militante de fácil disparo contra quienes no marcan el paso de sus frases hechas bloquea los matices del caso y aviva la necesidad de ponerse coralmente estupendos en defensa de los derechos de la mujer sin contextualizar el caso y sin tener en cuenta todos los ángulos del problema.
Hablo de la atronadora reacción ante un caso de machismo inercial menos alarmante, a mi juicio, que el rutinario encaje de los asesinatos machistas, las colas del hambre, la muerte de los migrantes en el mar, el desamparo de ciudadanos vulnerables ante la burocracia del Estado, los incendios forestales, etc.
Con indolente aceptación, recibimos a diario esa clase de noticias, pero de pronto ponemos el grito en el cielo porque un desdichado personaje celebra un éxito deportivo besando en la boca a una jugadora de futbol. No le quito importancia. El veneno está en la dosis. Y ante la exageración, el desafuero y la sobreactuación, todas las precauciones son pocas.
El propio Gobierno y sus alrededores han contribuido a inflar la alarma social hasta las fronteras de la criminalización del beso
Pueden tacharme de facha, violador y machista por desmarcarme del teatralizado histrionismo de quienes se rasgan las vestiduras por el célebre pico, hasta el punto de comparar a Rubiales con los violadores de la Manada (ministra Belarra dixit). Pero, como canta El Cabrero, "entre más pasan los años más me aparto del rebaño porque no sé a dónde va".
El propio Gobierno y sus alrededores han contribuido a inflar la alarma social hasta las fronteras de la criminalización del beso, incluso relegando en esa alarma social la obscena exhibición pública de la entrepierna de Rubiales, que es a mi juicio lo que de verdad retrata al personaje y le hace merecedor del reproche social como causa suficiente de su muerte civil como un representante del deporte español que "nos abochorna y no nos representa" (Pedro Sánchez).
Sin embargo, es el mismo Gobierno que al reclamar del TAD (tribunal de disciplina deportiva) la suspensión cautelar del presidente de la RFEF no apela a la violencia sexual, sino al daño que el escándalo ha causado a la marca España y la imagen exterior de nuestro deporte, debido a la "extraordinaria difusión" del caso en el ámbito internacional, que incluso podría perjudicar el crecimiento económico del país.
Ante ese emplazamiento del CSD, el tribunal debe decidir en función del daño a la reputación de España y no de una presunta agresión sexual, tal y como viene descrita en el Código Penal.
A la vista del comportamiento presente y pasado del todavía presidente de la Real Federación Española de Fútbol, espero la pronta caída de Luis Rubiales. Por chulo, corrupto, machista, soez y maleducado. No por el beso robado a Jennifer Hermoso, que en realidad es el instante más inocuo de una secuencia que retrata al personaje como alguien moralmente inhabilitado para desempeñar un cargo público.
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