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Maquiavelo en el PSOE de Sánchez
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Antonio Casado

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Maquiavelo en el PSOE de Sánchez

La lección del presidente del TS puede malograrse por la misma razón que se hizo oportuna, justa y necesaria

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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Fue su forma de celebrar el Día de Asturias. Nadie como Adrián Barbón, presidente del Principado, defiende con tal desenvoltura el dogma maquiavélico de que el fin justifica los medios. Caretas fuera. El fin es la continuidad de Sánchez en la Moncloa. Los medios no importan "si encajan en los marcos legales", sabiendo que tiene a su favor la última palabra del Tribunal Constitucional, una institución bajo sospecha de haberse convertido en terminal de uno de los dos partidos que polarizan la política nacional. Siete a cuatro en su actual composición. Y punto.

Escuchando a Barbón, en tensa charla radiofónica con Carlos Alsina, muchos ciudadanos habrán sucumbido a la sensación de que Marín Castán, presidente del Tribunal Supremo en funciones, predicó en el desierto con su lección de pedagogía democrática con motivo del año nuevo judicial. Por ejemplo, al recordar que el interés de partido debe supeditarse al del Estado.

La peor versión de Maquiavelo se ha colado en las alturas del PSOE oficial

La peor versión de Nicolás Maquiavelo ("coadjutor del demonio", según los jesuitas del siglo XVI) se ha colado en las alturas del PSOE oficial. A la espera de nuevas variables, el contradiós está servido: por interés de partido, la voluntad de una inmensa mayoría se doblega ante la voluntad de una ínfima minoría venida a menos en las urnas y liderada por un delincuente. El trazo es grueso, pero verdadero.

Otros aún creemos estar a tiempo de frenar una operación que compromete la propia supervivencia del Estado. Despejado el camino por los balcanizados socios de Sánchez (Puigdemont-Díaz en Bruselas), para impulsar una ley de amnistía como exigencia previa a la negociación del apoyo de Junts en una eventual investidura de Sánchez, me acojo a las señales de una corriente de resistencia que surgirá antes o después.

A saber: creciente malestar de la familia socialista, movilizaciones de la calle (concentraciones de este fin de semana frente a los Ayuntamientos), mayoría absoluta del Senado, informe de los letrados de las Cortes, descoloque de ERC, estupor internacional por el inesperado blanqueo de un prófugo de la Justicia y, ojo, el fuero del diputado, libre de "mandato imperativo" a la hora de votar (art. 67.2 de la Constitución).

Foto: El expresidente Felipe González. (EFE/Fernando Villar) Opinión

Convencido de que el reproche moral no hace mella en Sánchez y alrededores, me ahorro el volquete de declaraciones anteriores al recuento electoral del 23-J sobre la inconstitucionalidad de una eventual ley de amnistía a los líderes del procés. Maquiavelo lo explica: "Los príncipes que han hecho grandes cosas son los que han concedido poca importancia a la palabra dada y han sabido embaucar la mente de los hombres con su astucia".

Los chivatazos de la hemeroteca, junto al muestrario de resortes contrarios a la amnistía exigida por el de Waterloo, deberían bastar para alterar el rumbo de los acontecimientos diseñado en la Moncloa. Aunque voy a contracorriente, me sigue pareciendo temerario dar por hecho la reposición de Sánchez en el poder solo por las concesiones a Puigdemont. En el tiempo que falta hasta la investidura de aquel, si antes falla la de Feijóo, puede pasar de todo en un país curtido en los sobresaltos. Hasta que la aritmética parlamentaria permita a un delincuente de derechas facilitar la formación de un Gobierno de izquierdas comprometido con el democrático andamiaje del Estado.

Espero que el reino de las luces ilumine la aberración propia de los populismos

Espero que el reino de las luces ilumine la aberración propia de los populismos que pone la "legitimidad democrática" por encima de la "legalidad constitucional", como si fueran categorías reñidas entre sí y lo primero no se reconociese en lo segundo.

Si el presidente del TS en funciones dice que frente a emociones y tribalismos es hora de dirigentes con visión de Estado y realmente comprometidos con la Democracia, es que los echa de menos. Tiene razón, aunque su lección del jueves puede perderse en la polvareda por las mismas razones que la hicieron oportuna, justa y necesaria.

Fue su forma de celebrar el Día de Asturias. Nadie como Adrián Barbón, presidente del Principado, defiende con tal desenvoltura el dogma maquiavélico de que el fin justifica los medios. Caretas fuera. El fin es la continuidad de Sánchez en la Moncloa. Los medios no importan "si encajan en los marcos legales", sabiendo que tiene a su favor la última palabra del Tribunal Constitucional, una institución bajo sospecha de haberse convertido en terminal de uno de los dos partidos que polarizan la política nacional. Siete a cuatro en su actual composición. Y punto.

Pedro Sánchez
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