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Antonio Casado

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Fuerza y razón en Palestina

So pretexto de atacar los centros de decisión de Hamás y las bases de sus milicianos, Israel ha destruido estos días una mezquita, un mercado y un campo de refugiados

Foto: Devastación en la Franja de Gaza tras las represalias de Israel por los ataques de Hamás. (EFE/EPA/Mohammed Saber)
Devastación en la Franja de Gaza tras las represalias de Israel por los ataques de Hamás. (EFE/EPA/Mohammed Saber)
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Ni buenos ni malos donde las razones morales están repartidas, donde Israel tiene la fuerza en escandalosa desproporción. Y aunque sea fruto de la impotencia de una parte del conflicto, como en el caso de la bárbara actuación de los milicianos de Hamás, el terrorismo es siempre condenable.

Por las mismas, miedo da el bárbaro ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, cuando dice enfrentarse a “animales humanos” y, en consecuencia, “actuaremos de la misma forma”. Una lógica aberrante de ineludible conclusión: al terrorismo con el terrorismo. Sin parar mientes en los eventuales sacrificios de la población civil, hasta el punto de equiparar los métodos de un grupo terrorista con los de un Estado que la emprende a sangre y fuego contra todo lo que se mueve en la Franja de Gaza.

So pretexto de atacar los centros de decisión de Hamás y las bases de sus milicianos, Israel ha destruido estos días una mezquita, un mercado y un campo de refugiados. El cierre a cal y canto de la Franja de Gaza decretado por el Gobierno israelí (“asedio completo”, dice) incluye la suspensión de los suministros de comida, electricidad, agua, combustible y todo tipo de mercancías. Todo ello en nombre de esa inhumana exposición de motivos verbalizada por el ministro de Defensa de Netanyahu: al terrorismo con el terrorismo.

Muy humanitarias y cargadas de razón no parecen estas represalias. Gasolina en la hoguera internacional que acaban de encender los milicianos de Hamás. “Todo está cerrado”, ha reconocido el ministro Gallant, aunque en realidad el confinamiento de la Franja ya viene de lejos. Exactamente, desde 2007, cuando el movimiento político-militar de Hamás se empoderó en Gaza tras su enfrentamiento fratricida con los nacionalistas palestinos de Al Fatah, que acabaron atornillándose políticamente en Cisjordania.

Foto: Soldados israelíes esperan junto a sus tanques frente a la Franja de Gaza. (Reuters/Amir Cohen)
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Los finos analistas acusan a Hamás, conjurado con el chiismo iraní, de haber desestabilizado la apariencia de calma que se había instalado en la región de Oriente Próximo, a riesgo de patear el tablero internacional al más alto nivel (las grandes potencias militares ya han elegido bando). Sin embargo, el histórico desamparo de la población civil no integrada en el Estado de Israel (los llamados palestinos, aunque palestinos son todos) nunca cursó como factor desestabilizador, mientras se imponía la política de hechos consumados y el sistemático incumplimiento de la legalidad internacional por parte del Estado israelí.

Levantar acta de esas realidades merece la consideración de “buenismo trasnochado” por quienes se quedan en la condena de la operación terrorista perpetrada por Hamás sobre territorio israelí. Puede ser. Pero nunca me ha parecido que este conflicto sea cosa de buenos y malos desde la fundación del Estado de Israel en 1948, al margen de la resolución de la ONU, que recomendaba la partición en dos Estados.

Razones tiene Israel en su eternizado salmo del derecho a existir dentro de fronteras seguras. Y razones tienen los otros palestinos para disponer de un Estado propio emancipándose de la tutela israelí. Pero de hecho están siendo tratados como parias de la historia y grandes perdedores de la política internacional, porque la razón moral no les sirve de nada sin la fuerza de las armas. Están abocados al recurso del terrorismo, que siempre será condenado por las satisfechas y biempensantes opiniones públicas del llamado mundo democrático.

Vuelven los tiempos recios al conflicto de Oriente Próximo.

Ni buenos ni malos donde las razones morales están repartidas, donde Israel tiene la fuerza en escandalosa desproporción. Y aunque sea fruto de la impotencia de una parte del conflicto, como en el caso de la bárbara actuación de los milicianos de Hamás, el terrorismo es siempre condenable.

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