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Así es el insólito momento de la política nacional
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Antonio Casado

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Así es el insólito momento de la política nacional

El silencio del Gobierno del Estado en tratos sobre la amnistía y alarma por riesgo de "mutación constitucional"

Foto: Comisión General de las Comunidades Autónomas. (EFE/Daniel González)
Comisión General de las Comunidades Autónomas. (EFE/Daniel González)
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Raro, raro, raro. Pere Aragonés torea en la capital del "Estado represor" esperando salir por la puerta grande. Arnaldo Otegi habla de "rehenes" con inconfesable conocimiento de causa. Tan extraño como que el Sánchez forjado en la bronca política apueste por retirar los insultos del debate o que el Gobierno en funciones calle sobre la llegada de cayucos a Canarias y la crisis palestino-israelí, mientras deja pasar un debate autonómico en el Senado como si fuese ajeno a la cuestión de fondo.

Vamos hacia la "normalización de la perplejidad". Tomo prestada la frase oída en distancia corta a un diputado sorprendido por la franciscana paciencia de la opinión pública frente lo más desconcertante en el minuto y resultado de la política nacional. Me refiero al prolongado silencio del Gobierno del Estado en sus tratos con los enemigos del Estado.

Los teólogos del pensamiento FAES (PP) ya hablan de "mutación constitucional" y "proceso deconstituyente"

Hay motivos para preocuparse. Si esos tratos prosperan al gusto de ambos, podrían estar alentando la "mutación constitucional" o el "proceso deconstituyente" que manejan los teólogos del pensamiento FAES. El columnista prefiere remitirse a eventuales daños irreparables en el "andamiaje del Estado". En este caso, la expresión es del presidente del Tribunal Supremo, Francisco Marín Castán, que en el acto de apertura del año judicial hizo dos apremiantes peticiones a las fuerzas políticas. Una, respeto a la independencia del poder Judicial, el más vulnerable porque "su única fuerza es la razón". Y dos, relegar los objetivos de partido (conquista o conservación del poder) cuando está en juego la supervivencia del Estado.

En medio de ese caldo de cultivo asistimos el jueves pasado a un innecesario, absurdo, superfluo, intrascendente, reiterativo, de enlatadas frases épicas inspiradas en la Cataluña grande y libre. Con poco éxito de crítica y público. Así fue el fugaz paso por el Senado del señor Aragonés García, presidente de la Generalitat. ¿Qué otra cosa puede decirse de un discurso flotante en el vacío de unas furtivas negociaciones del Gobierno de la nación con los nacionalismos periféricos?

Sobre el nebuloso envoltorio de una amnistía a los encausados por los hechos de 2017 (fallido intento secesionista en Cataluña) y a instancias de veinte senadores, convocó el presidente de la Cámara Alta, Pedro Rollán, a la Comisión General de las Comunidades Autónomas para debatir sobre "la aplicación de los principios de igualdad ante la ley de todos los españoles, y de solidaridad entre las autonomías".

Con poco éxito de crítica y público (el PSOE lo dejó solo), Pere Aragonès toreó en Madrid, la capital del estado "represor"

O sea, un debate sobre la amnistía por si acaso (Gobierno y PSOE han decretado silencio absoluto sobre la marcha de las negociaciones). Por si la desigualdad entre españoles. Y por si la insolidaridad de unos territorios respecto a otros. Cuestiones bajo sospecha de una controvertida operación política destinada a conseguir el apoyo mayoritario del Congreso a Pedro Sánchez en la venidera sesión de investidura, so pena de una repetición de las elecciones generales.

En ese por si acaso el interés de Sánchez y las exigencias del independentismo podrían acabar confluyendo, ni el Gobierno en funciones ni los presidentes de las tres comunidades autónomas gobernadas por el PSOE (Castilla-La Mancha, Asturias y Navarra) quisieron saber nada de la convocatoria. Así que todo el protagonismo se lo llevó el primero de los presidentes autonómicos en intervenir que, por orden de antigüedad, fue el catalán.

Aragonès habló nueve minutos y se fue por donde había venido sin decir nada que no supiéramos: "La amnistía solo es el punto de partida" para llegar a pactar con el Estado un referéndum de autodeterminación para decidir el futuro político de Cataluña ¿Y para no decir nada nuevo se tomó la molestia de viajar a Madrid y perpetrar la falta de respeto que supone no escuchar a los otros presidentes autonómicos?

Foto: Cuca Gamarra junto a los diputados del PP, frente al Congreso. (EFE/Gandul)

Tiene sentido solo en clave catalana, aunque la tribuna fuera nacional. El Senado es la Cámara territorial por excelencia y la resonancia mediática de las televisiones nacionales siempre sería mayor que la de TV-3, que no deja de ser un medio autonómico, por muy entregado que esté a la causa del independentismo.

Únase a lo antedicho que Aragonès, aun siendo presidente de la Generalitat, tiene un bajo índice de conocimiento, comparado con los de Puigdemont y el de Junqueras. Y mire usted por donde ha creído —no sé con qué fundamento— que su estelar actuación en la Cámara Alta le haría más visible. Primero, frente al desmedido protagonismo del prófugo de Waterloo, líder fáctico de Junts, que compite con el partido de Aragonès (ERC) por la hegemonía del independentismo. Y segundo, frente a una venidera lucha interna por el poder en ERC si su actual jefe político, Oriol Junqueras, queda desjudicializado y listo para volver a presentarse a unas elecciones. En esa clave hay que interpretar también sus dos recientes visitas al Congreso de los Diputados. Los muy cafeteros de la política catalana han descubierto que Aragonès quiere tener agenda propia y desprenderse del sambenito que siempre le hizo aparecer como un subalterno de Junqueras.

Raro, raro, raro. Pere Aragonés torea en la capital del "Estado represor" esperando salir por la puerta grande. Arnaldo Otegi habla de "rehenes" con inconfesable conocimiento de causa. Tan extraño como que el Sánchez forjado en la bronca política apueste por retirar los insultos del debate o que el Gobierno en funciones calle sobre la llegada de cayucos a Canarias y la crisis palestino-israelí, mientras deja pasar un debate autonómico en el Senado como si fuese ajeno a la cuestión de fondo.

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