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Antonio Casado

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¿Por qué ruge la calle?

El clamor contra la amnistía instala en el ecosistema sociopolítico un presagio de tiempos tormentosos

Foto: Manifestantes contra la amnistía en Ferraz. (Europa Press/Pérez Meca)
Manifestantes contra la amnistía en Ferraz. (Europa Press/Pérez Meca)
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Las imágenes no engañan. El clamor instala en el ecosistema sociopolítico un presagio de tiempos tormentosos. La calle ha rugido en las plazas de toda España. Por las mismas razones que rugió en febrero de hace veinte años frente a una apuesta personal de Aznar. Entonces la guerra de Irak y ahora la amnistía a los secesionistas catalanes, como apuesta personal de Sánchez. Por decisiones del Gobierno tomadas a espaldas de la opinión pública en asuntos de mayor cuantía.

Mentir a los ciudadanos con las "armas de destrucción" masiva no le salió gratis al PP. Por mucha mayoría absoluta que le respaldase en el Congreso. Ni le saldrá gratis al PSOE tomar por idiotas a los españoles con sus mal traídas apelaciones a la "ola reaccionaria" que, según el discurso enlatado de Sánchez, pondría a España en camino hacia el abismo. Por muy "legítima" que sea la capacidad de interlocución de Sánchez (¿o de claudicación?) con los independentistas para saltar la valla de la investidura.

No he resistido la tentación de hacer comparaciones porque, salvando las distancias de tiempo y de naturaleza del conflicto de fondo, entonces y ahora el rugido era transversal. Tan en contra de Aznar estaban entonces los votantes del PP por la "foto de las Azores" como lo están ahora los votantes del PSOE por el pacto de Sánchez con Puigdemont. Si no funcionó entonces el espantajo del "eje del mal", tampoco funcionará ahora el miedo a la España retrógrada del eje Feijóo-Abascal. Al tiempo.
Por el CIS de entonces (marzo, 2003) supimos que el 91% de los españoles, no compartían las tesis del Gobierno favorables a la intervención militar en Irak. El "no a la guerra" sonó entonces como suena ahora el "no a la amnistía", más allá de los respectivos discursos de partido. Y al margen de las manufacturas verbales de Feijóo en la Puerta del Sol pidiendo repetición de elecciones. O las de Sánchez apelando a la legitimidad de sus planes.

Pues claro. Como si no fuera igual de legítimo el derecho a la discrepancia implícito en el ejercicio de las libertades de expresión y de manifestación, que es el marco político y legal aplicado a los cientos de miles de personas que se han echado en la calle para decir no a Sánchez como en su día dijeron no a Aznar.

Foto: Ilustración: EC Diseño. Opinión
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Por desgracia, al CIS de ahora no se le ha ocurrido saber cuántos españoles están a favor y cuántos en contra de la amnistía, cuya proposición de ley está a punto de entrar en el telar parlamentario. Pero no me cabe ninguna duda de que las manifestaciones de este domingo han desbordado al electorado del PP, que ha sido el convocante. Y han desbordado también a quienes tienden a descalificarlas en base a los gritos demagógicos o injuriosos contra el presidente del Gobierno en funciones que se han escuchado.

Tampoco tengo la menor duda de que antes o después terminará el tiempo de silencio que afecta a la inmensa mayoría de catalanes que quieren seguir siendo españoles (véanse los resultados del 23 de julio). Y también el que afecta a una militancia socialista forjada en la pasión por la igualdad entre personas y territorios, pero noqueada con los "cambios de opinión" de Pedro Sánchez: "Alinearse con los separatistas es profundamente insolidario", decía antes de reconocerles el derecho a la impunidad.

Las imágenes no engañan. El clamor instala en el ecosistema sociopolítico un presagio de tiempos tormentosos. La calle ha rugido en las plazas de toda España. Por las mismas razones que rugió en febrero de hace veinte años frente a una apuesta personal de Aznar. Entonces la guerra de Irak y ahora la amnistía a los secesionistas catalanes, como apuesta personal de Sánchez. Por decisiones del Gobierno tomadas a espaldas de la opinión pública en asuntos de mayor cuantía.

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